martes, 6 de octubre de 2009

Envío Nº 85. CARTA A LOS SACERDOTES DE RIOBAMBA (I Parte)

CARTA A LOS SACERDOTES DE RIOBAMBA* (I Parte)

Queridos hermanos:

Reciban todos, mi afectuoso saludo.

Por medio de esta carta me propongo poner en su conocimiento cuanto he pensado llevar a la práctica en relación con una nueva organización pastoral de la querida Iglesia de Riobamba.

Les transcribo a continuación unos textos conciliares que nos darán luz en nuestra reflexión y que deben ser la pauta que oriente esta nueva organización pastoral:

“La misma salvación de las almas ha de ser la causa que determine y corrija la erección o supresión de parroquias o cualquier género de modificaciones que puede hacer el obispo con su autoridad propia” (Decreto sobre el Ministerio Pastoral de los Obispos, N. 32).

“Los laicos congregados en el pueblo de Dios y constituidos en un solo Cuerpo de Cristo bajo una sola Cabeza, cualesquiera que sean, están llamados a procurar el crecimiento de la Iglesia, y su perenne santificación con todas sus fuerzas recibidas por beneficio del Creador y gracia del Redentor.

El apostolado de los laicos es la participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, a cuyo apostolado todos están llamados por el mismo Señor en razón del bautismo y de la confirmación…

Ábraseles, pues camino por doquier para que, a la medida de sus fuerzas y de las necesidades de los tiempos, participen también ellos celosamente en la misión salvadora de la Iglesia”. (Constitución sobre la Iglesia).

“El pueblo de Dios se reúne, ante todo, por la Palabra de Dios vivo, que con todo derecho hay que esperar de la boca de los sacerdotes. Pues como nadie puede salvarse si antes no cree, los presbíteros, como cooperadores de los obispos, tienen como obligación principal el anunciar a todos el Evangelio de Cristo, para constituir o incrementar el pueblo de Dios, cumpliendo el mandato del Señor: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura (Mc 16, 15)”. (Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros, N. 4).

“Los presbíteros, constituidos por la ordenación en el orden del presbiterado, están unidos todos entre sí por la íntima fraternidad sacramental, y forman un presbiterio especial en la diócesis a cuyo servicio se consagran bajo el propio obispo… Por la cual, los que son de edad avanzada reciban a los jóvenes como verdaderos hermanos, ayúdenles en las primeras empresas y labores del ministerio, esfuércense en comprender su mentalidad, aunque difiera de la propia, y miren con benevolencia sus iniciativas. Los jóvenes, a su vez, respeten la edad y la experiencia de los mayores, pídanles consejo sobre los problemas que se refieren a la cura de las almas y colaboren gustosos…

Además, a fin de que los presbíteros encuentren mutua ayuda en el cultivo de la vida espiritual e intelectual, puedan cooperar mejor en el ministerio y se libren de los peligros que pueden sobrevenir por la soledad, foméntese alguna forma de vida común o alguna conexión de vida entre ellos, que puede tomar formas variadas, según las diversas necesidades personales o pastorales; por ejemplo, vida en común; donde sea posible, mesa común, o a lo menos frecuentes y periódicas reuniones”. (Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros, N. 8).

Juntos hemos estudiado, en jornadas y reuniones, la conveniencia de introducir nuevas estructuras, nuevo espíritu, nuevos métodos de trabajo. En estas ocasiones, se me ha pedido dictar orientaciones y normas que realicen esos cambios. No se me ha olvidado que también se han hecho observaciones y reparos, dignos, al menos en parte, de ser tomados en cuenta.

Estoy convencido de que la introducción de cambios es absolutamente indispensable. Para no citar sino algunos hechos, a modo de ejemplos, que exigen la introducción de cambios, pongo a la consideración de ustedes los siguientes:

a) En el año 1950 se realizó el primer censo de población en el país. La provincia de Chimborazo tenía entonces 218.000 habitantes. En 1962, 12 años más tarde, el censo dio la cifra de 276.000 habitantes. ¿Ha aumentado, siquiera en esta misma proporción, el número de sacerdotes? No. Pues bien; si antes de 1950 era muy insignificante el número de sacerdotes, ahora, dado el aumento de población, el número de sacerdotes es más insuficiente todavía.

b) Vivimos en una etapa de la historia en la que se producen cambios sociales profundos. El fenómeno afecta al mundo entero. Sin duda hay continentes y países más agudamente afectados que el nuestro y, dentro del Ecuador, hay provincias que se encuentran en mayor efervescencia que la nuestra. Pero esto no quiere decir que, en la provincia de Chimborazo no se hayan producido, no se estén produciendo y, sobre todo, no estén a punto de producirse cambios de trascendencia. En la ciudad, la familia está convulsionada por criterios, costumbres, impulsos en boga de la vida moderna; el anhelo de asociación, de mancomunar esfuerzos para la conquista de objetivos diversos, es síntoma de un despertar a la vida comunitaria cada día más creciente y pujante; el esfuerzo de superación cultural y profesional de las clases populares es un signo evidente de que asistimos a una verdadera lucha de desplazamiento de las clases sociales que han mantenido, hasta hace poco, el liderato, lo cual quiere decir que está en proceso un cambio con todas las características de revolucionario.

En el campo, en la paz del campo, hay síntomas innegables de cambio: las comunidades rurales, hasta hace pocos años estáticas y “conformes”, comienzan también a despertar, a abrir los ojos, a criticar lo que les parece malo e injusto, a sacar a flote aspiraciones de mejoramiento, a quejarse del abandono en que han vivido y agradecer cualquier esfuerzo que se haga por satisfacer sus aspiraciones.

El simple enunciado de estos hechos debe hacernos reflexionar seriamente.

Es imposible correr, en la preparación de sacerdotes, con la misma rapidez con que avanza el crecimiento demográfico. La preparación de sacerdotes en número suficiente sufre un retraso que se viene arrastrando por decenas de años. ¿Hay algún remedio que nos permita pretender vencer rápidamente ese retraso? Si el remedio consistiera exclusivamente en aumentar el número de sacerdotes, no tenemos que hacernos ilusiones, ese remedio es imposible. Trescientos mil habitantes de la provincia de Chimborazo deberían ser atendidos, cuando menos, por 150 sacerdotes. Contamos en este momento con 50 sacerdotes diocesanos; hace falta un centenar. Para formar un sacerdote según el método conocido desde los últimos siglos, deben pasar doce o trece años. Cuando hayan pasado, la población habrá alcanzado el medio millón de habitantes y habrá necesidad de 250 sacerdotes, los sacerdotes formados serán cuatro o cinco y no sabemos los que habrán muerto.

¿Entonces?... El remedio no está exclusivamente en aumentar el número de sacerdotes. Está también y quizá más, en la promoción de apóstoles laicos. Está luego en la promoción, formación y ordenación de diáconos. Está inicialmente en el cambio de nuestras actuales estructuras, de nuestros actuales métodos de trabajo, de la mentalidad y de la actitud con que hemos estado acostumbrados a mirar los problemas.

Me explico. Después del Concilio, el laico está llamado a jugar un papel importantísimo en la vida de la Iglesia, no solamente en las tareas temporales, sino también en las tareas que miran a la edificación de la Iglesia como comunidad de fe, de culto y de caridad. En otras palabras, los laicos pueden y deben trabajar en tareas de evangelización; pueden responsabilizarse de la celebración de verdaderas acciones litúrgicas; deben hacerse cargo de funciones apostólicas.

“Los laicos obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos por el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor” (Decreto sobre el apostolado de los laicos N. 3).

“En los sitios donde falta el sacerdote, si no hay posibilidad de celebrar la Misa los domingos y fiestas de precepto, se favorecerá, a juicio del Ordinario del lugar, la celebración de la Palabra de Dios, bajo la presidencia de un diácono o incluso de un laico facultado para eso.”

“La estructura de esta celebración será modelada sobre la de la Liturgia de la Palabra en la Misa: normalmente se leerán en la lengua del pueblo la epístola y el evangelio de la misa del día, precedidos por cantos, e intercalando otros inspirados principalmente en los salmos. El que preside, si es diácono, hará la homilía, o, si no lo es, leerá una homilía escogida por el Obispo o por el Párroco. La celebración acabará con la “oración común” o “de los fieles” y con la “oración dominical” (Instrucción sobre Sagrada Liturgia N. 37)

Nos toca a nosotros, sacerdotes de hoy, tomar a nuestro cargo la formación de los laicos. Del seno de los laicos bien formados, saldrán los futuros diáconos y saldrán también nuevos sacerdotes.

Con todo se podrá objetar que no es solución la situación actual del Seminario de Riobamba. Sobre este particular saldrá un documento aparte en el que se dará a conocer el nuevo plan de formación del sacerdote de acuerdo con las orientaciones conciliares y las exigencias de nuestro tiempo.

Todo lo dicho viene a ser como las premisas, de las cuales se desprenden las siguientes conclusiones:

a) Hay necesidad de proceder de inmediato a un cambio de estructuras.

b) Hay necesidad de cambiar metas, métodos de trabajo y estilo de vida.

c) Hay necesidad de cambiar de mentalidad y de actitud, para poder responder a las necesidades anteriores.

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