domingo, 18 de octubre de 2009

Envío Nº 95: 500 AÑOS DE MARGINACIÓN INDÍGENA ( II Parte)

500 años de marginación indígena (II Parte)

Mons. Leonidas Proaño

Ciego, mendicante, sentado, a la orilla del camino
Del Evangelio escrito por san Marcos sugiero la lectura del capítulo 10, versículos 46 y siguientes.
Las implicaciones son fáciles y claras: en el Evangelio aparece un hombre ciego, mendicante, sentado, a la orilla del camino (marginado).
A los 500 años del descubrimiento de América, encontramos en los indígenas un pueblo:
ciego, esto es, abandonado en la ignorancia;
mendicante, esto es, convertido en tal por la conciencia de su mala conciencia de países ricos que han creado agencias de ayuda económica y de asistencia técnica; por las tácticas de gobierno propios y sumisos de América Latina; por el servilismo consciente o inconsciente de ciertas religiones que se autodenominan cristianas, dedicadas a comprar conciencias con dinero; por la ceguera de una parte de las jerarquías de la misma Iglesia Católica que actúa con una visión demasiado superficial del problema indígena;
sentado, esto es, inmovilizado, atrasado, imposibilitado de tomar iniciativas propias y de aportar con ellas para la conquista de un auténtico desarrollo;
marginado del camino, esto es, del proceso, de la marcha esforzada y clarividente hacia la construcción de un hombre nuevo, de un mundo nuevo, de una sociedad nueva.
En el Evangelio se cuenta que Bartimeo:
supo que Jesús pasaba;
que entonces, se puso a gritar;
que algunos pretendieron hacerle callar;
que Jesús le salvó de la ceguera,
y que Bartimeo se puso a caminar con Jesús.
A los 500 años del descubrimiento de América, está sucediendo que el pueblo indígena:
– entra en conocimiento de que Jesús, el Liberador y Salvador, está pasando, seguido de sus discípulos y de la muchedumbre del pueblo creyente y oprimido de América Latina;
– con la noticia, el pueblo indígena ha recuperado su palabra y se ha puesto a gritar lleno de angustia y de esperanza;
– en medio de la muchedumbre del pueblo creyente y oprimido no faltan algunos a quienes interesa más que el ciego quede ciego o que ingenuamente piensan que cualquier grito es signo de mala educación y por lo mismo, inoportuno;
– Jesús, en cambio, se detiene y pide que se conduzca hacia Él al pueblo indígena, porque ha venido y sigue viniendo para traer la Buena Nueva a los pobres, a anunciar la libertad a los cautivos, a dar la vista a los ciegos y a liberar a los oprimidos (Lc 4,18-19).
El pueblo indígena, con la fuerza de la Palabra de Dios, está recuperando la vista y con la vista recuperada, está caminando, con Jesús, hacia la implantación del Reino de Dios: Reino de Gracia, de Vida, de Amor, de Verdad, de Justicia.
¡Quién pudiera ayudar a recapacitar al gobierno español y a los gobiernos de Europa, a los gobiernos de América y a porciones importantes de las Iglesias cristianas, incluida naturalmente la Iglesia católica, cuando nos aproximamos a conmemorar los 500 años del primer desembarco de Colón en tierras de América y de la primera oportunidad de proclamar la Buena Nueva del Reino!
¡Quién pudiera lograr una valiente rectificación histórica de la tremenda injusticia perpetrada en contra de los primeros dueños del territorio americano!
¡Aquí estamos!
Hay una respuesta. Me atrevo a afirmar que es la única. Así como Bartimeo, lleno de fe en el poder de Jesús, desde la conciencia de su inhabilidad y su pobreza, fue capaz de detener una marcha, probablemente sentida como triunfal e incontenible por algunos o por muchos de los acompañantes de Jesús, el pueblo indígena en Ecuador, en Perú, en Colombia, en Bolivia, en Venezuela, en Chile, en Panamá, en Argentina, en Guatemala, en Paraguay, en Brasil, en México, en Norteamérica, inspirado y fortalecido por la Luz y la Fuerza del Evangelio, organizado y decidido, puede detener esta marcha triunfalista y lograr que se le devuelvan sus derechos a ser él mismo y a caminar, con Jesús y junto con los demás sectores del pueblo creyente y oprimido, hacia la liberación integral y hacia la construcción de una nueva sociedad, justa, humana, armoniosa, fraterna.
Y es precisamente esto lo que está sucediendo. Los indios de América, ya en algunas oportunidades, desde Quito, Ecuador, o desde Milán, Italia, han comenzado a gritar su rechazo al fácil y costoso regocijo de celebrar, no ciertamente los 500 años del encuentro de dos mundos, sino el despojo y destrucción de un pueblo con grandes valores. En Ecuador, se está proclamando los 500 años de resistencia india, para demostrar que, a pesar de los siglos de genocidio y etnocidio, los indios dicen: ¡Aquí estamos! No han podido matarnos ni las armas ni los engaños.

(Extracto del discurso pronunciado ante la fundación Kreisky, en mayo de 1988)