martes, 6 de octubre de 2009

Envío Nº 84. COMUNIDAD (II Parte)

COMUNIDAD (II Parte)

…Pocos días más tarde, escribía:
"Hoy he entregado tres copias del proyecto del plan de evangelización. Entiendo que las explicaciones que he dado a cada uno me han ido caldeando y el fuego se ha ido encendiendo dentro mismo de las cenizas, hasta que ha brotado la llama. Esta ha sido la noche en que he gritado "Hay flores nuevas en el árbol de mi vida". Pero la comparación ya no me parece exacta.
Me ha venido a la memoria el recuerdo de un artículo que escribí siendo seminarista, en el que condenaba las aguas dormidas y expresaba mi simpatía por el torrente que socava rocas y arrastra pedrones para ir adelante, hasta convertirse en río y desembocar en el mar.
Ha acudido a mi imaginación el río Pastaza y le he visto cómo se retuerce, gime y brama, aprisionado por negros peñascos y cómo se libera pujante para seguir corriendo estrepitosamente, en busca de un más allá, oscuro e incierto, pero que es camino hacia el océano. Así he sufrido en estas últimas semanas. Me he revuelto dentro de mí mismo. Me he sentido aprisionado, casi asfixiado, oprimido, casi derrotado. Hoy, he comenzado a salir del atolladero y siento en mi interior un impulso nuevo y el atractivo vertiginoso del cauce que se me abre y que es la tarea de evangelizar a los pueblos.
Pienso que no es evasión, sino respuesta al llamamiento de Dios el entusiasmo creciente con que estoy tomando la Comisión Nacional de Evangelización y Catequesis. Los hombres me cierran unos cauces. Dios me abre otro, quizá más rico en posibilidades. Correré por él y quedaran atrás los obstáculos que pretendían ahogarme.
"Señor: ¿qué quieres que haga?--- ¿qué quieres que hagamos? Así te pregunté esta mañana y te he preguntado en días anteriores. Creo que tengo la respuesta: la comunidad el Hogar, para llenarnos allí del ímpetu de tu Espíritu, y luego desbordarnos proclamando la Bueno Nueva y siendo tus instrumentos para sacar a la vida comunidades eclesiales y comunidades cristianas de base, tanto en la Diócesis de Riobamba como en el país entero. ¡Gracias! ¡Gracias!... porque nos habéis escuchado".
Esta sensación de soledad y de aridez ha sido compensada, desde mi juventud, a lo largo de mi vida, por la experiencia de amistades profundas: la que hicimos en el Seminario Mayor de Quito, la que hicimos los sacerdotes del "Cuadrilátero", la que hicimos con los diversos grupos particularmente con los muchachos de la "Cardijn" y con los sacerdotes del equipo "Juan XXIII". Para esta etapa de experiencia comunitaria en mi vida, no podía faltar una nueva experiencia de amistad profunda. Mi Vicario General formó parte, en el Seminario, del grupo de amigos. Siguió siéndolo después de ordenados sacerdotes y sigue siéndolo hasta ahora, con una fidelidad a toda prueba. Del grupo "Juan XXIII" me quedaron algunos amigos sacerdotes. El pequeño grupo del Hogar de Santa Cruz tomó la resolución de fomentar la amistad, como clima indispensable para una vida comunitaria, para una pastoral comunitaria. Fruto de mi experiencia existencial de la amistad son estas frases, escritas precisamente en esta etapa de búsqueda de comunión en Cristo y de amistad profunda:
"En una amistad auténtica y profunda, Dios se nos va entregando, como Luz que es, a través del otro... Buscaba esa luz en mis horas de soledad, muchas veces tristes y fatigadas, muchas veces entenebrecidas por el egoísmo propio y ajeno y, por consiguiente, llenas de angustia, de inquietud, de insatisfacciones, de hastíos.
Pero llegan los días en que vemos brillar esa Luz, en el semblante, en el pensamiento, en los criterios, en la actitud, en el comportamiento. Sin decirlo, sabemos que nos entendemos. La Luz que hay en ti ilumina mi ser. La Luz que hay en mí ilumina tu ser. Y así entre todos. Hay existencias que empiezan a caminar iluminándose en silencio, mutuamente… "Esto mismo estaba pensando yo"... "Yo actuaría de la misma manera". Cuando decimos estas frases y otras parecidas, es porque hemos llegado a un entendimiento. El diálogo fluye y la confianza mutua va creciendo. La luz que, a través del diálogo, se proyectan mutuamente los amigos y que yo pienso que es una manera de hacerse presente el mismo Dios que se nos entrega como Luz, me parece que tiene estos efectos: primero, a la luz del otro, y mientras más profundamente conozco su persona, también me reconozco a mí mismo en todo lo que tengo de luminoso, conocido por Dios. Esto nos da más seguridad en nosotros mismos. Afirma más nuestra personalidad. Nos abre perspectivas de crecimiento "en humanidad". Segundo, a la luz del otro, voy descubriendo en mi interior, en la oculto de mi ser, otras fuentes de luminosidad, escondidas como los diamantes en el seno de la roca, fuentes de luminosidad hasta ese momento insospechadas o quizá, inclusive, tenidas por imposibles. Creíamos no sentirnos capaces de esto o de aquello, Pero cuando la luz del otro me alumbra, me asombro de haber tenido ocultas preciosas virtualidades y empiezo a transformarme. Esto nos comunica nuevos impulsos. Nos infunde valentía, audacia que nos van llevando a acciones que antes juzgábamos imposibles y que agigantan nuestro poder de relacionarnos con otros y de acometer empresas para las que antes no nos sentíamos capacitados. Tercero, a la luz del otro, descubro también mis propias tinieblas, también a veces insospechadas, porque nunca hubo una luz que las persiguiera en sus profundidades, en las cuevas en donde habita el egoísmo con sus múltiples repugnantes ramificaciones. Este descubrimiento es doloroso. Pero trae consigo la bellísima posibilidad de destrucción de las diversas formas de egoísmo y de gradual y creciente reemplazo por una mayor generosidad, por la abnegación, por la longanimidad, por la entrega de sí mismo.
Al llegar a este punto, sin decirlo, se está hablando de la amistad, porque el amor es entrega de sí mismo, La amistad es un don que Dios nos hace. Es una manera de dársenos Dios mismo.
Dios nos hace el regalo de múltiples dones, porque nos ama. El aire, la luz, el calor, las fuentes, la tierra con todas sus riquezas, las aves, los animales, los peces... son dones del Dios-Amor. La familia en que nacimos, con toda su carga de amor, de ternura, de sencillez, de verdad, de ejemplo, de sacrificio, de elevación es un don de Dios. El país al que pertenecemos, con todas sus conquistas; la Iglesia, con la Fe, los Sacramentos, la Eucaristía, el heroísmo, el testimonio, sus ministerios, son dones de Dios. El don supremo, insuperable es su Hijo hecho Hombre: Jesucristo, presente en su Iglesia, en su Palabra, en la Asamblea, en cada Sacramento, en la Eucaristía, en sus ministros, en las maravillas de la naturaleza. Pero ese mismo Dios hecho Hombre se entrega cuando discípulos suyos se unen por la amistad profunda y sincera. Me parece que esa promesa de Cristo "si dos o tres se reúnen en mi nombre Yo estoy en medio de ellos" tiene sentido especialísimo en la amistad cristiana. Quiero decir, una vez más, que a través del amigo, es Cristo mismo quien nos hace sentir su presencia, es Cristo mismo quien nos hace sentir que nos ama"
Tentación real y grave para un grupo de amigos es encerrarse en sí mismos. Eventualmente, hemos podido caer en este peligro. Inclusive, se nos ha hecho críticas, en parte fundadas. Pero hemos hecho el esfuerzo de mantenernos abiertos, siempre que hemos encontrado sinceridad y rectitud de intenciones. El mismo hecho de haber trabado amistad con miras a realizar una pastoral comunitaria nos ha salvado de convertirnos en ghetto. Anhelo del discípulo de Cristo debe ser llevar al mayor número posible de hombres la experiencia de la Buena Nueva que está viviendo. Vuelvo a mis notas para copiar una reflexión en este sentido:
"Conviene que El crezca y que yo disminuya". Estas palabras del Bautista acuden a mi mente. Él debe crecer en mí. Para que Él crezca en mí, es necesario que yo vaya disminuyendo, que yo vaya desapareciendo. Mis pensamientos, mis criterios, mi egoísmo, mis apegos, mi comodidad: todo esto debe ir dejando el espacio libre para que me invadan los pensamientos, los criterios y el amor de Cristo. Que Él crezca y que yo disminuya.
Si este mismo trabajo se realiza en los amigos, éstos podrán aspirar a decir: "Vivimos nosotros, pero no somos nosotros quienes vivimos, sino que es Cristo quien vive en nosotros".
Y si así vamos muriendo para que Él crezca, no serán solo los amigos unificados en Cristo, sino que irán haciéndose muchos, porque Él irá creciendo en muchos, también en la medida en que Él crezca y se vaya haciendo la comunidad de los creyentes"
Copio también estas notas:
"Así pues, ya no sois extranjeros, no meros residentes, sino que compartís la ciudadanía del pueblo santo y sois de la familia de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo Jesús, en el cual toda construcción bien ajustada crece hasta formar un templo santo en el Señor; en el cual también vosotros sois edificados juntamente, hasta formar el edificio de Dios en el Espíritu" (Ef 2, 19-22).
¿Será atrevido pensar que lo que queremos realizar está descrito en este texto?
Queremos que Cristo Jesús sea la piedra angular.
Pretendemos ser el cimiento, piedras ajustadas a la piedra angular, Cristo.
Aspiramos a construir, ajustando otras y otras piedras, el templo santo, el edificio de Dios en el Espíritu.
En la práctica, esto significa un esfuerzo constante por vivir en Cristo y por hacer vivir en Cristo.
¿Tenemos la voluntad firmemente orientada hacia este objetivo? ¿Avanza la construcción en la relación con nuestros hermanos? ¿Viven ellos el mismo objetivo? ¿Estamos resueltos a luchar contra toda clase de dificultades, ellos y nosotros, para llevar adelante el propósito?
El proceso vivido viene a resultar así, en primer lugar, como un descubrimiento del propio yo, marcado por grandes anhelos y al mismo tiempo por un sentimiento de soledad, de impotencia y de esterilidad. En segundo lugar, el descubrimiento gradual y cada vez más profundo del Tú que es Dios y que se nos revela en Jesucristo, ese Tú que es Luz, que es Amor, que es Fortaleza, En tercer lugar, el descubrimiento del tú humano, a través del cual también se revela la presencia de ese mismo Jesucristo Hijo de Dios, para formar el "nosotros" un "nosotros" cristiano, un comienzo de la comunidad cristiana. En cuarto lugar este pequeño "nosotros" que se abre a una búsqueda ansiosa de otros, de ellos, para el anuncio de la Buena Nueva experimentada ya y vivida hasta cierto punto.
e. Teología existencial
f. Dificultades
g. Resultados

 Fragmento del Libro “CREO EN EL HOMBRE Y EN LA COMUNIDAD”

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