domingo, 21 de febrero de 2010

Envío 112: Continúan los Ecos de la Celebración del Centenario

CON PROAÑO, DESDE QUITO HASTA EL IMBABURA

30-31 de enero de 2010

Luis Carlos Marrero

Después de tres días de intensa labor, discusiones, propuestas y sueños, nos quisimos adentrar en la hermosa aventura de visitar al Taita Imbabura. Era el día 30 de enero y Proaño, con sus cien años de vida, nos convidaba a celebrar su Natalicio en la tierra donde, “alivianó la cruz y dio luz al chaquiñán”.

Serían las 8:00 am y los buses nos esperaban en la salida de la Universidad Andina Simón Bolívar y el Hotel Tambo Real. Subimos a ellos con la alegría que caracterizó el encuentro. De todas partes venían para compartir la minga a la que habíamos sido convocados/as. Nicaragua, Guatemala, México, Cuba, El Salvador, Venezuela, Colombia, EE.UU., Costa Rica, Bélgica, Italia, El Congo, Costa Rica, Argentina, Bolivia, Panamá, España, País Vasco, Catalunya y provincias del Ecuador, nos unimos como un gran arcoíris. Los buses comenzaron su andar…

Transcurridas tres horas y disfrutando de las bellezas naturales del viaje, comenzamos a bordear el Lago San Pablo. Una voz dijo: “Ya estamos cerca”. Efectivamente, comenzamos a contemplar aquel gigante montañoso que se abría a nuestro paso y nos desafiaba con su imponente verdor. Para algunos/as ya se les hacía familiar la vista; para muchos/as era la primera vez que contemplábamos esa gran creación de Dios. Divisábamos los cuadrados perfectos que formaban los sembrados en todo su alrededor y algunas nubes que jugueteaban con su cima como si quisieran peinarlo. Esa imagen quedó grabada por siempre en nuestras almas.

Los buses se detuvieron en el lugar donde comenzamos nuestra escalada. Nos dirigíamos al Centro Ceremonial Tupatán a celebrar con la Comunidad “La Compañía”. Era la inauguración del lugar y se celebraría el ritual kichwa “Sumak kawsaypak Aknay”. Fuimos recibidos/as por un grupo de indígenas que esperaban por nosotros/as y salieron al camino a compartir con todos/as la CHICHA, una bebida típica de ellos/as.

Entre palabras de agradecimiento, sofocos, ahogos y risas comenzó la ceremonia alrededor de la 11:30 am. Hicimos dos filas, una de hombres y otra de mujeres y comenzamos a transitar hasta el lugar sagrado. A la entrada nos fue entregado un candil (vela), todas de diversos colores que tomamos en nuestras manos y un folleto con el orden y las lecturas para la ceremonia. Al llegar nos colocamos en un gran círculo formado por pétalos de rosas de diferentes tonalidades. El sacerdote Alberto Ascanta M. y sus ayudantes o Yanapak, Alberto Males y Enrique Ascanta, comenzaron la ceremonia, acompañados de un coro de mujeres llamado Warmi yuyai.

Después de varias lecturas y cantos en kichwa, y observando todo lo que realizaban, el viento sopló como en Pentecostés y todos/as nos sentíamos hablando una misma lengua y un mismo sentir. Se agradecía por las plantas de maíz en las parcelas y casas, por la unidad de la familia y la comunidad o llakta, y por supuesto, por los cien años del Obispo de los Indios.

Seguido a este momento se dio lectura al texto de Sirácida 34, 18-26 y el sacerdote tuvo la reflexión a la luz de esta palabra. En medio de tanto júbilo nos impresionó el momento en que un grupo de mujeres indígenas ofertaron los alimentos de la tierra al pie del altar. Era la primera vez para muchos/as que podíamos ver con nuestros ojos, tocar con nuestras manos, saborear con nuestras bocas y sentir con nuestros corazones, lo que alguna vez leímos en los viejos libros de historia.

Seguido los oficiantes tomaron parte de este alimento y lo trasladaron hasta un lugar donde habían cavado un hueco; allí devolvieron a manera de ofrenda a Dios y a la Pachamama lo que había regalado desde su interior. Fue algo sorprendente y único.

Más tarde entre rezos y cantos, el sacerdote y sus oficiantes nos aspergearon con esencias preparadas con flores; el Espíritu de Dios y Proaño descendió sobre cada uno/a de nosotros/as y nos hicimos una sola carne. La comunidad “La Compañía” agradeció a varias personas por el apoyo que le han brindado durante años, entre ellos François Houtart, los amigos del País Vasco y Nelly Arrobo. Como gesto de solidaridad les fue entregado a cada uno de ellos una manta artesanal realizada por integrantes de esta comunidad. Luego, terminamos ese momento ceremonial con palabras de compromiso, solidaridad y respeto, por parte de personas de los diversos países allí representados.

Un rato más tarde, después de varios días de usar el método ver, juzgar y actuar, llegó el momento de celebrar. Un excelente almuerzo, cocinado por las personas de la región, fue compartido en comunidad. Otro momento en el cual no hubo diferencias, éramos una gran masa humana dando gracias a Dios, a Proaño y al Taita Imbabura por esa hermosa oportunidad.

Terminamos esta minga celebrativa y comenzó nuestro descenso. Íbamos dejando atrás esa gran comunidad resguardada por el gran Imbabura. Él, impetuoso, nos decía con una sonrisa, dibujada desde sus maizales: VAYAN EN PAZ.

Así tomamos nuestros buses y nos dirigimos hasta Pucahuaico, al Centro de Formación de Misioneras Indígenas, creado por Monseñor Leonidas Proaño; lugar donde -por voluntad propia- descansan sus restos mortales. Fuimos ubicados/as en diferentes lugares para tomar un descanso; algunos/as tuvieron el privilegio de compartir en las casas de personas del lugar. Luego de un baño y algunas conversaciones, nos preparábamos para las actividades en la noche: una ceremonia dedicada a Proaño en la capilla del Centro y la Quema del Castillo.

Alrededor de la siete de la noche nos concentramos en el parque de Pucahuaico para comenzar nuestra pequeña peregrinación hacia la capilla del Centro de Formación de Misioneras Indígenas. Nos entregaron una vela a cada participante y alrededor de la 8:00 pm las encendimos y comenzó nuestra marcha. Entre cantos y consignas como: “Proaño vive, vive, la lucha sigue, sigue”; “Monseñor Proaño nos muestra el camino, dar la vida entera por el oprimido” y muchas más, una inmensa multitud se nos fue sumando por el camino y juntos/as íbamos construyendo nuevos puentes de solidaridad.

Llegamos al Centro, la multitud se amontonaba por todos lados y pasamos de manera bien apretada a la capilla. El lugar estaba decorado con ofrendas florales dedicadas a Monseñor y en el centro, en el suelo, una ofrenda de panes y flores. La hermana Nelly Arrobo presentó al Yachak que nos conduciría a través de sus palabras a sintonizarnos con el espíritu de Proaño y la espiritualidad indígena. En medio de tan brillante celebración, recibimos la noticia del bombardeo de una comunidad Emberá en Colombia por parte de un helicóptero de la compañía XVII del Ejército Colombiano.. Nuestras voces de indignación se levantaron y en solidaridad con nuestro hermano Emberá que participaba con nosotros/as, redactamos un documento de protesta frente a tan brutal acto. Nuestra hermana Nelly sugirió que las ofrendas de la celebración de esa noche y la de la misa del próximo día fueran dedicadas a esa comunidad. La votación fue unánime, se aprobó por consenso.

Terminada la ceremonia, compartimos todos/as el pan que estaba en la ofrenda. Fue un acto que nos unió mucho más como grupo y como hermanos/as en una misma causa: aprendimos el verdadero significado del SUMAK KAWSAY.

Salimos del recinto hacia el patio. Comenzaba otra nueva experiencia para muchos/as: la Quema del Castillo. Era algo que habíamos visto por televisión, pero tenerlo frente a nuestros ojos fue algo luminoso. Tantas luces y colores, acompañados de una banda de música, fue algo trascendental.

Todos/as quedamos regocijados/as de tan magnífico espectáculo y nuestra mayor sorpresa fue, ver una imagen de Monseñor dentro del Castillo. A Dios y a nuestros/as hermanos/as gracias por este bello acontecimiento.

Finalizamos la noche con 100 globos que fueron lanzados al cielo como homenaje y símbolo del Centenario del Natalicio de Monseñor Leonidas Proaño. Con todas estas imágenes nos retiramos a descansar, o mejor escrito, a soñar.

El día 31 comenzó con un rico desayuno. La propuesta era dirigirnos hacia la Plaza de San Antonio de Ibarra. Al llegar al lugar nos esperaba una banda musical y en medio de la Plaza una inmensa estatua de Monseñor Proaño. Estaban presentes también el Ministro de Cultura, la Ministra de los Pueblos y el Rector de la Universidad Andina Simón Bolívar, entre otras personalidades. Todos/as dijeron unas palabras de bienvenidas y gozo por poder participar de este homenaje. Nos sorprendió un Mariachi que entonó varias canciones que le gustaban a Monseñor. Algunos/as no pudimos resistir la tentación de bailar ciertos pasos, nuestros pies estaban inquietos.

Terminado este acto cultural, comenzamos a caminar hasta el Centro de Formación. En el camino pasamos por la casa de Proaño y la hermana Nelly Arrobo nos comentó parte de la historia de Monseñor. Así de esta manera, estábamos preparados para la Celebración Eucarística, la cual estuvo presidida por el sacerdote y sociólogo belga François Houtart.

En un inmenso coliseo nos concentramos para la misa. Toda la decoración aludía a Monseñor Proaño. El lugar estaba lleno de frases de él y el ambiente era de perfecta comunión. Entre cantos y lecturas bíblicas, François nos condujo a un clima de laureada espiritualidad, marcada por nuestro compromiso político y de fe con los “pequeños/as del Reino”. En el momento del ofertorio, algunos/as hermanos/as del lugar, presentaron sus ofrendas en forma de alimento, así como una torta dedicada a Leonidas Proaño. La Eucaristía no se hizo esperar y todos/as, católicos, protestantes, indígenas, laicos, pastores, sacerdotes, participamos de la mesa del Señor. Un verdadero oikos, una verdadera insignia del Reino.

Concluida la celebración comenzó el Festival del Maíz. Los/as pobladores/as del lugar nos brindaron las más exquisitas comidas típicas. Entre choclos, chochos, cerdo, humitas, empanadas, sopas y muchas otras variedades, degustamos de un excelente manjar. El ambiente de comunión seguía vivo entre todos/as, los lazos de amistad y compromiso se hacían más fuertes, el verdadero Shalom de Dios habitaba entre nosotros/as.

Después del Festival volvimos al coliseo para disfrutar de un excelente espectáculo político-cultural donde fue mostrada la gran variedad de bailes típicos de las regiones ecuatorianas.

A las 4.00 pm llegó la triste noticia. Era la hora de partir. Nuestros corazones empezaron a latir muy fuerte. Las gargantas se anudaron y lágrimas salían de nuestros ojos. Tuvimos que decir no adiós, sino: Hasta Pronto Hermanos/as.

Tomamos nuestros buses de regreso a Quito. Detrás dejábamos con el Imbabura parte de nuestro ser. Gracias Monseñor por convocarnos. Gracias por mostrarnos el verdadero rostro de Dios. Gracias por enseñarnos que OTRO DIOS Y OTRO MUNDO SON POSIBLES.

Adiós hermano colibrí
adiós Proaño yaraví
nos volveremos a encontrar
VIVIENDO EN COMUNIDAD

Seguimos contigo en el camino