martes, 6 de octubre de 2009

Envío Nº 83. COMUNIDAD (I Parte)

COMUNIDAD (I Parte)

I. EL HOGAR DE SANTA CRUZ

…"Mas el deber del pastor no se limita a cuidar sólo individualmente de los fieles, sino que se extiende también propiamente a formar una genuina comunidad cristiana...
Sin embargo, en la construcción de la comunidad de los cristianos, los presbíteros no están nunca al servicio de una ideología o facción humana, sino que, como heraldos del Evangelio y pastores de la Iglesia, trabajan por lograr el espiritual incremento del Cuerpo de Cristo.” (P.O.6)
Textos conciliares como éstos me impresionaron muchísimo. Comprendí que la Iglesia debía sufrir una transformación radical, que los obispos debíamos realizar grandes esfuerzos por transformar una Iglesia de imagen piramidal en una Iglesia comunitaria. Comprendí que la misma organización eclesial en equipos, en Consejos de Presbiterio, de Pastoral, de Laicos estaba enmarcada en este profundo sentido comunitario. Comprendí que los sacerdotes habíamos sido acaparadores de todos los carismas en la Iglesia, que nos habíamos convertido, en vez de servidores, en dominadores del pueblo y que los laicos estaban llamados a jugar un papel preponderante…

a) Historia de la casa…

b) Finalidad y espíritu…

c) Experiencia de vida comunitaria

Las críticas nos hicieron reflexionar seriamente. Algunas de ellas ya no podían surtir efecto, pues se habían dado pasos que no podían ya ser destruidos. Además, la vida nos iba a enseñar muchas cosas imprevisibles.
Con el funcionamiento de la casa, empezamos la experiencia de vida comunitaria seis personas: dos religiosas, tres seglares y el Obispo. Hubo mucha inseguridad en cuanto a algunas de estas personas. Por sugerencia de una de ellas, quien ha quedado firme hasta ahora, ensayamos un intercambio de experiencias personales de Cristo, pero sin resultados halagadores. Probablemente no había aún la suficiente confianza para este tipo de comunicación, o tampoco había en algunas de ellas una experiencia vivencial de Cristo.
Sin embargo, vimos que era necesario realizar cada mañana una oración comunitaria y la Eucaristía por la tarde. Vimos también la conveniencia de realizar retiros mensuales fuera de la casa.
Para que nos ayudaran al nacimiento de la comunidad invitamos a algunas personas amigas, para las reuniones semanales, en las que se trataban esos asuntos. Desde un principio, constatamos que la estructura de la casa no favorecía el frecuente contacto entre las personas. Esta dificultad ha sido insalvable hasta ahora.
Democráticamente, se hizo la distribución de funciones. En primer lugar, se hizo una lista de necesidades de la casa. Luego, cada persona escogió libremente la actividad a la que se sentía más inclinado dentro de esa lista de necesidades.
El anhelo de iniciar una vida comunitaria profunda constituía y sigue constituyendo un problema sumamente complejo, no solo por las circunstancias especiales propias de una casa de reuniones, sino también por la diversidad de caracteres, de formación, de motivaciones, de criterios, de costumbres de las personas invitadas a formar la comunidad.
Personalmente, por necesidad de mis mismas responsabilidades de Obispo de la Diócesis, no podía permanecer en la casa, sino apenas visitarla, tomar parte en algunos actos y particularmente en las reuniones semanales. Me mantuve así hasta ver la posibilidad de que un sacerdote pudiera integrarse en este ensayo. Este sacerdote llegó de España meses después de haber sido inaugurado el Hogar de Santa Cruz. Debo decirlo de una vez, con esta misma misión, pasaron por la casa tres sacerdotes. Al final, me decidí a compartir más de cerca las preocupaciones del personal, en la medida en que me lo permitían mis múltiples actividades de Obispo.
Como este proyecto constituyó, desde antes de su iniciación, un objetivo apasionadamente querido y considerado como una necesaria experiencia para poder llevar adelante toda una pastoral comunitaria que no fuera puramente doctrinal y teórica, fue para mí motivo de muchas reflexiones, de una búsqueda ansiosa, de tensiones y sufrimientos. La experiencia será contada, en este sentido, en las páginas que siguen.

d) Proceso vivido

Durante toda mi vida, he experimentado una sensación de soledad, particularmente en determinadas ocasiones, cuando he tenido que enfrentar graves conflictos, cuando he tenido que mantener una postura irreductible.
De esta sensación de soledad he ido pasando lenta y progresivamente a la comprobación alentadora de encontrarme en comunión con muchas personas, aún desconocidas. Por eso, creo en la Comunidad. Actualmente, ya no me siento solo: me siento más bien estrechamente unido, en círculo concéntrico, con un número incontable de cristianos con quienes nos encontramos en sintonía. Pero, para llegar a este punto, he tenido que saborear muchos sufrimientos.
Entre mis notas, encuentro ésta, por ejemplo: "Esta noche, delante del Santísimo, he tenido la sensación, nuevamente, de soledad, de esa soledad de la que tengo dicho que es al mismo tiempo mi dolor y mi gozo. Reuniones y conversaciones personales han sido, como siempre, numerosas. Pero, allí mismo, me descubro solo.
Pienso: tengo que amar al Señor apasionadamente, con locura. Y El está allí, a pocos pasos: por consiguiente, no estoy solo. Mientras constato que hay grandes distancias, hasta abismos de separación entre pensamiento y pensamiento, entre aspiraciones y aspiraciones, entre actitudes y actitudes, El me llama, me atrae, me infunde una especie de coraje y una disposición de búsqueda de mayor entrega. "El que quiera ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga". Y aquí está el gozo, no aquel que hace reír, sino el que hace tomar la vida tal como es: un drama, una tensión, una lucha. Entendiendo así la vida, entiendo también la soledad que me acompaña. Sin embargo, no soy infiel a los requerimientos de acompañar y de decir una palabra de aliento a otros. Parece absurdo e incomprensible: ¿cómo puedo acompañar si no me siento acompañado?
He sentido también, en muchas ocasiones, una impresión de inutilidad en el trabajo, de esterilidad y de sequía, en contraste con mis grandes anhelos. Muestra de esta clase de sentimiento está manifestada en las líneas que siguen y que han sido también espigadas en mi cuaderno de notas:
"Las primeras flores"...
No pretendo escribir una poesía. Simplemente quiero dejar constancia de que ayer, al abrir la ventana que da al jardincito de la casa, vi que había empezado a florecer el albaricoque. Y saludé el acontecimiento con esas palabras. Y esta mañana he dicho, al verlo más florecido: "Más flores"...
En este albaricoque de la casa, voy viendo reflejarse o simbolizarse mis diversos estados de ánimo durante el año. Cristianamente hablando veo en el albaricoque el símbolo del misterio pascual que me esfuerzo en vivir.
El mes de junio, después de haber entregado todos sus frutos, las hojas del árbol comienzan a amarillearse: en su otoño. Luego se van cayendo las hojas y el árbol se va quedando en varas desnudas y grises.
En ciertas épocas del año, muchos de mis sueños e ilusiones van tomando también un color amarillento: se destiñen, con el consiguiente sufrimiento. Símbolo de la muerte. Es la renuncia no querida, dolorosa, al colorido y belleza con que he vestido mis grandes anhelos de trabajo. Cumplieron con su función y se van, dejando a veces la sensación de la nada, del vacío. Es entonces cuando me pregunto: ¿qué estoy haciendo aquí? Y me invade una subterránea tentación de desaliento contra la que tengo que reaccionar constantemente, mientras dura esta etapa de muerte.
El albaricoque empieza a pintarse de flores en septiembre y se cuaja de flores en octubre y noviembre. Después, van apareciendo los frutos. Maduran lentamente y son cosechados en los meses siguientes, hasta el mes de mayo.
Así suele suceder también conmigo: vuelven nuevos sueños y nuevas ilusiones. Siento nuevos impulsos. Quizás abandono ciertas actividades de las que me he decepcionado definitivamente. Y entonces se pueblan mi corazón y mi cabeza de proyectos nuevos que me entusiasman. Muchos de estos proyectos caen, como caen tantas flores al ímpetu de los vientos o por la fuerza de las granizadas. Pero, trabajo vigorosamente y solo Dios puede saber si en el árbol de mi vida encuentra frutos maduros y cosechables.
Misterio pascual. Muerte y resurrección, hasta que llegue la resurrección definitiva. ¿Poesía? Tal vez sí. Pero principalmente vida cristiana que quiere ser auténtica. ¿Flores nuevas en mi existencia de esta época del año? No las advierto todavía. Las espero. Todavía veo en mí las ramas sarmentosas, resecas, grises. Sin embargo, espero: cualquier día de estos se me escapará un grito del corazón: "Han aparecido flores nuevas".

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