lunes, 5 de octubre de 2009

Envío Nº 82 VISIÓN GLOBAL DE AMÉRICA LATINA (II Parte)

VISION GLOBAL DE AMERICA LATINA (II Parte)

Monseñor Leonidas Proaño Villalba
Abril – Mayo de 1974

El rey de Egipto también dio órdenes a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Cifra y la otra Púa, diciéndoles: “cuando asistan a las hebreas, fíjense bien en el momento en que dan a luz: si es niño, háganlo morir; si es niña, déjenla con vida”.
Pero las parteras temían a Dios, y no hicieron lo que les había mandado el rey de Egipto, sino que dejaron con vida a los niños. Entonces el rey llamó a las parteas y les dijo: ¿Por qué dejan con vida a los niños?” Las parteras le respondieron: “Es que las hebreas no son como las egipcias. Son más robustas y dan a luz antes que llegue la partera”.
Y Dios favoreció a las parteras. Por haber temido a Dios, Dios les concedió numerosa descendencia, y el pueblo se multiplicó y se hizo muy poderoso.
Entonces el faraón dio esta orden a todo el pueblo: “echen al río a todo niño nacido de los hebreos, pero a las niñas déjenlas con vida”.
Antes de decir el nuevo rey de Egipto lo que dijo a su pueblo, debió haber pensado y debió haberse dicho a sí mismo: “Los hijos de Israel se van multiplicando y convirtiéndose en un pueblo numeroso y fuerte. Este hecho constituye un peligro para mi trono. Si este pueblo se une a nuestros enemigos, mi reinado se encontrará en situación tambaleante”.
¿Cuáles pudieron ser entonces sus motivaciones? Claramente se podía adivinar que movían sus pensamientos el egoísmo, el egocentrismo, la ambición, el orgullo, el miedo. Estas son las motivaciones internas.
Pero el faraón tenía que cuidarse de no permitir que aparezcan a la luz sus propias motivaciones. Había que encontrar racionalizaciones que justificaran sus motivaciones internas, a los ojos del pueblo. Proyectó su estado psicológico hacia los demás. El hecho de la multiplicación del pueblo de Israel era un argumento que estaba a la vista y no tenía por qué ocultarlo. El hecho de la posibilidad de una guerra ya era imaginario, pero había que presentarlo para obtener éxito en su propósito. A esta posibilidad imaginaria, el faraón añadió otra: la posibilidad de que los israelitas se unieran con los enemigos de Egipto. Remachó su argumentación añadiendo otra posibilidad imaginaria: los israelitas saldrían del país. Ya se ve que no les interesaba que los israelitas abandonaran su suelo: les interesaba que se quedaran para continuar en su trabajo. Así, “los egipcios llegaron a temer a los israelitas”.
La proyección de las motivaciones y sentimientos del faraón tuvo éxito. El egoísmo, el egocentrismo, el orgullo del faraón se convirtieron así en una especie de nacionalismo que es precisamente la composición del orgullo y del egoísmo con dimensión colectiva. La ambición y el miedo del faraón se convirtieron en lo que hoy se suele llamar patriotismo que, en el mal sentido de la palabra, es el conjunto de pasiones que tienden a la conservación de privilegios o de situaciones de aprovechamiento de los oprimidos. En términos exactos, esta amalgama de ambición y de miedo de perder situaciones hechas, se llama patrioterismo. El pueblo cree que está luchando por el bien de la patria; en realidad está luchando para satisfacer las ambiciones de determinadas personas.
La divulgación de todas estas ideas, de todos estos motivos, de todos estos sentimientos, crece una actitud concebida como disposición de ánimo a actuar al servicio de los objetivos engañosamente presentados. La adopción de actitudes, en este caso, alcanza también dimensiones colectivas. El pueblo egipcio debió mirar con odio a los israelitas. El pueblo egipcio debió estar dispuesto a utilizar cualquier medio para oprimir a los israelitas. El pueblo egipcio debió endurecer su corazón en la misma medida en que experimentaba miedo con respecto a los israelitas.
Hablé hace poco del nacimiento de una atmósfera pestífera y contagiosa. Dije que esa atmósfera contamina el ambiente social y penetra hasta las profundidades del ser humano. Creo que el breve análisis que acabo de realizar nos demuestra la realidad de estas afirmaciones. Todo el pueblo de Egipto se contaminó de ambición, de odio, de crueldad, y tan interiormente penetró cada una de estas pasiones que unánimemente, o sea masivamente, estuvo dispuesto a poner en práctica las disposiciones que luego dictó el faraón. En efecto, “los egipcios trataron cruelmente a los hijos de Israel haciéndoles esclavos, les amargaron la vida con duros trabajos de arcilla y ladrillo, con toda clase de labores campesinas y toda clase de servidumbres impuestas por crueldad”. Lo dicho demuestra que de los pensamientos se pasa a la búsqueda de criterios que justifiquen las obscuras motivaciones del ser humano; demuestra que los criterios producen casi automáticamente unas actitudes determinadas; lo dicho demuestra que fácilmente de la actitud se pasa a la acción. De ordinario lo que vemos a simple vista son las manifestaciones externas de la injusticia, de la opresión, de la explotación, de la crueldad, de la servidumbre; pero no llegamos a descubrir las raíces internas y escondidas de todas esas manifestaciones.
Unificados para el mal en el pensamiento, en los razonamientos, en las actitudes, en las acciones, autoridades y pueblo se ponen también de acuerdo en la legislación, en el lanzamiento de disposiciones aunque sean lesivas a los fundamentales derechos de la persona humana. Las autoridades se encargan de la elaboración de las leyes, sea que esté en vigencia un mal llamado sistema democrático, sea que esté en vigencia cualquier tipo de dictadura. El pueblo acata esas disposiciones. Van naciendo así las estructuras sociales que son nada más que las estructuras de consolidación y perpetuación de acciones opresoras. Por iniciativa del faraón pusieron capataces a los israelitas. Por iniciativa del faraón, se dictó la orden a las parteras de matar a los niños recién nacidos. Por disposición del faraón se diversificó la forma de cumplir ésta orden añadiendo la obligación de tirar al río a todo niño nacido de los hebreos. El pueblo, a través de determinados funcionarios, se encargó de dar cumplimiento a las crueles disposiciones faraónicas. Hubo una desobediencia: algunas parteras no dieron cumplimiento a la disposición de matar a los niños recién nacidos. Pero el faraón perfeccionó su ley, para que no hubiera lugar a evasión alguna de sus órdenes.
Si colocamos aquí nuestra visión de las realidades latinoamericanas, no solamente podemos encontrar afinidades de situación, sino principalmente una luz para descubrir las causas profundas de la situación de dependencia en que viven nuestros pueblos. Entre las afinidades de situación del pueblo israelita y del pueblo latinoamericano, podemos subrayar las siguientes: también el pueblo latinoamericano se está multiplicando, haciéndose más numeroso y en posibilidades de convertirse en un pueblo fuerte; también podemos descubrir ahora la existencia de un faraón preocupado por su propia estabilidad y la satisfacción de su orgullo y ambiciones; también podemos descubrir ahora unos tantos criterios que no son más que racionalizaciones justificativas del egoísmo y de la ambición de dominio; también ahora, detrás de mentirosas sonrisas, se esconden actitudes de autosuficiencia, de desprecio, de tiranía, de dominación, de orgullo, en todo el conjunto de secuaces del faraón moderno; también ahora se pasa de la actitud a la acción y se reduce, mediante capataces, al pueblo latinoamericano a dura esclavitud en trabajos que sirven únicamente para halagar el orgullo y la vanidad de los poderosos; también ahora se ha desatado toda una cadena sutil y técnica de represión cruel de cualquier voz que pretenda protestar contra las injusticias, las explotaciones y los tratamientos inmisericordes de los capataces; también ahora hay una cantidad prodigiosa de estructuras de opresión y esclavizamiento; también ahora se dictan disposiciones para impedir el crecimiento de la población, especiosos pretextos.
La luz que nos proporciona la historia de la esclavitud de Israel en Egipto nos muestra que el faraón que oprime al pueblo latinoamericano, como oprime a los pueblos del tercer mundo, es el monstruo conocido con el nombre de capitalismo. El capitalismo ha extendido por todas partes sus férreas estructuras de dominación: ejércitos, métodos represivos refinados, carreras armamentistas, provocación de guerras, grandes negociados con la sangre y las lágrimas de pueblos que se matan sin motivo, injusta explotación de las riquezas de los países empobrecidos, control de nacimientos mediante métodos en su mayor parte abortivos equivalentes a asesinatos...
El capitalismo utiliza todos los medios de comunicación social para divulgar su filosofía. El capitalismo se sirve de los instrumentos educativos para convertir la función educativa en función domesticadora. El capitalismo usurpa el dinámico contenido de palabras tales como liberación, revolución, promoción humana, para vaciarlas de su fuerza y reducirlas a su servicio. El capitalismo no vacila en organizar por tercera mano misiones religiosas con el encargo de predicar un evangelio alienante, adormecedor y desencarnado.
Detrás de toda esa maquinaria de dominación y de toda esa maraña de engañosos razonamientos, se encuentra el dios dinero. A su servicio son sacrificados conciencias, valores humanos, hombres, familias, comunidades, pueblos, naciones y continentes. Casi todo el mundo cae de rodillas delante de este ídolo. Pero este dios es frío y devorador. Este dios no tiene sensibilidad, no habla ni se mueve. ¿Quiénes son los que lo utilizan? ¿Quiénes son los que se aprovechan de él? ¿Quienes son los que engullen, los que se divierten, los que deciden, los que engañan, los que manipulan, los que devoran de verdad niños, jóvenes y pueblos enteros? Detrás de esta maquinaria y detrás de ese ídolo, se esconden contadas familias que han acumulado riquezas sobre riquezas, poderes sobre poderes, pedestales sobre pedestales: son ellos los engañadores. El pueblo, como en el relato bíblico, ha creído que este dios comía y bebía; pero, en estos tiempos, se van escuchando voces de auténticos profetas que están poniendo al descubierto a los verdaderos devoradores de viudas y huérfanos.
Como la atmósfera está contaminada y la contaminación ha penetrado hasta las profundidades del ser humano, de la misma manera como Israel cayó repetidamente en esclavitudes por haberse arrodillado delante de los ídolos, también el pueblo latinoamericano ha caído en nuevas esclavitudes arrodillándose delante del mismo ídolo. Por esta razón, no hay una división nítida entre opresores y oprimidos. Por esta razón los mismos oprimidos se convierten a su vez en opresores de otros. El pueblo oprimido no tiene delante de sí otro modelo de hombre que el de esclavizador y dominante

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