lunes, 5 de octubre de 2009

Envío Nº 81 VISIÓN GLOBAL DE AMÉRICA LATINA (I Parte)

VISION GLOBAL DE AMERICA LATINA

Monseñor Leonidas Proaño Villalba
Abril – Mayo de 1974

I. Realidades aparentes
Geografía condicionante
Condicionamientos culturales
Composición étnica
Explosión demográfica
Distribución poblacional
Continente de jóvenes
Ignorancia
Religiosidad
Pobreza
Rasgos caracteriológicos
Situación de dependencia
Efervescencia revolucionaria

II. Realidades hondas
El hombre es un ser complejo
El hombre es un ser social
Consecuencia: la postración
El hombre en esclavitud
América Latina en esclavitud
Teología de la esclavitud
Cuatro perversiones

Situación de dependencia

Mirando con mayor profundidad, constatamos que existe una situación de dependencia que corresponde a una situación de dominación que agravan la situación de miseria y subdesarrollo de las grandes mayorías.
Agravan, he dicho, la situación de miseria y subdesarrollo. Esto es verdad, porque la clase dominante está resuelta a seguir dominando y a mantener a todo trance en dependencia a la clase dominada. Esta actitud se pone de manifiesto, cuando los dominadores se oponen abiertamente a que se abran las puertas de la cultura a los dominados, a que éstos tomen conciencia de la situación en que vivimos, a que se realice cualquiera acción concientizadora, personalizante, liberadora.
La represión cruel y violenta que hoy está en vigencia en la mayoría de los pueblos latinoamericanos, es prueba irrefutable de la oposición por parte de las clases dominantes a que la multitud se transforme en pueblo. La misma actitud se esconde, cuando los dominadores halagan engañosamente a las multitudes con programas de desarrollo, con donativos, con la construcción de caminitos, de puentes, de escuelitas, o con programas de mejoramiento. Gracias a estos programas, los dominadores pueden seguir dominando sin quejas ni reclamos de los oprimidos.
Sabemos que esta relación “dominadores-dominados” existe en el interior de cada país latinoamericano, con mayor o menor número de agravantes. Es lo que se llama el colonialismo interno. Pero sabemos también que la misma relación existe a nivel internacional: es lo que se llama neo-colonialismo externo. Los dos se mueven en estrecha relación y hacen sumamente difícil la liberación del pueblo.

Efervescencia revolucionaria

A pesar de la apatía, en todo el continente latinoamericano, bulle hoy una creciente efervescencia revolucionaria.
Con mayor o menor virulencia, en todos los países de América Latina, hay movimientos revolucionarios, sea que se trate de simple demagogia, o de un simple snobismo, o de sincera intención de cambio. Hablan de revolución los intelectuales y universitarios. Hablan de revolución los estudiantes y los obreros. Hablan de revolución los campesinos y los marginados. Con mayor entusiasmo, generosidad y sinceridad, hablan de revolución los jóvenes. Están éstos inconformes con la sociedad que han creado sus padres. Están inconformes con la situación de injusticia. Están inconformes con el colonialismo interno y externo. Están inconformes con el imperialismo y con la guerra. Quieren construir una nueva sociedad. Están inconformes con la misma concepción de autoridad paterna. Aceptan o rechazan violentamente a sus padres y a sus profesores, según cómo les simpaticen. Rechazan acerbamente la mentalidad de los adultos.
Esta efervescencia revolucionaria ha contagiado también, en número cada vez más creciente, a sacerdotes, religiosos y religiosas.
El fervor revolucionario adopta como objetivo el cambio de las injustas estructuras económico-sociales y políticas. Otras veces, el fervor revolucionario se orienta hacia el cambio de estructuras eclesiásticas y religiosas. También en estos casos hay rebeldías contra el concepto de autoridad, contra ciertas estructuras y costumbres, contra todo género de imposiciones.

América Latina en esclavitud

La esclavitud, en América Latina, después de haber sido abolida en cuanto al nombre, supervive bajo otras formas y otras designaciones. Lo curiosos es que estas nuevas designaciones han sido inventadas por los científicos de los nuevos faraones. Así, han entrado en el vocabulario moderno las palabras “marginalidad”, “subdesarrollo”, para ocultar las modernas esclavitudes.
Los pueblos latinoamericanos lograron su independencia de España y de Portugal, en el siglo pasado, es decir, se liberaron de la tutela de sus descubridores y conquistadores.
Han transcurrido ya más de ciento cincuenta años después de la conquista de esta independencia; pero los pueblos latinoamericanos no han caído todavía muchos en la cuenta de que siguen oprimidos por otras esclavitudes y por otros amos.
Los conceptos de marginalidad y de subdesarrollo han cedido el paso al concepto de dependencia. En el fondo, esclavitud es lo mismo que dependencia: se trata sólo de una esclavitud más refinada, más científica, más técnica.
¿Para qué trabajan los pueblos latinoamericanos?... Para producir materia prima que alimente las grandes industrias de los países superdesarrollados. Para consumir los productos de las grandes fábricas de estos países, productos que, en muchos casos, son el resultado de la transformación de la materia prima vendida por América Latina. Los países superdesarrollados, cuando compran la materia prima, pagan los precios que ellos quieren, porque los imponen. De igual manera, imponen los precios de venta de los artículos salidos de sus industrias. De esta manera, se enriquecen a dos manos: cuando compran y cuando venden.
Las grandes riquezas del suelo, del subsuelo y de los mares pertenecen a los países latinoamericanos sólo en el nombre. En realidad, poderosas empresas extranjeras explotan el banano, el café, el cacao, el petróleo, el cobre, el estaño... De igual manera, son ricas empresas extranjeras las que explotan el atún y los peces de nuestros mares. De las millonarias ganancias que obtienen, apenas dejan un porcentaje pequeño en los países dueños: todo lo demás viaja para enriquecer más a los países superdesarrollados.
Con razón, en boca de estos países, se pone esta frase: “Nuestro desarrollo se debe a vuestro subdesarrollo”.
Como ya lo dije anteriormente, la dependencia económica engendra necesariamente otras dependencias. En este marco internacional, se producen verdaderas invasiones culturales: los países dominantes imponen su cultura y destruyen la cultura autóctona; se producen verdaderas invasiones políticas: los países dominadores quitan y ponen gobiernos a su antojo. ¡Cuántos ejemplos podrían señalarse sólo en los últimos veinte años!
América Latina no es libre: está terriblemente atada al capricho de los países poderosos.
Al hacer memoria de la esclavitud del pueblo de Israel en Egipto, notamos de paso que el Faraón ejercía la opresión de dos manera: amargándoles la vida con rudos trabajos y matando a los varones recién nacidos. También es necesario recordar que el pueblo de Israel volvió a caer repetidamente en esclavitudes, cuando abandonó su alianza con Dios y se entregó al culto de dioses extraños, dioses falsos.
Estos datos de la historia de Israel nos dan pie para esforzarnos en penetrar más hondamente en el análisis de las causas de esta situación de dependencia.

Teología de la esclavitud

La esclavitud aparece, en la historia, como un fenómeno cruel y repugnante. Es necesario penetrar en el fondo de este fenómeno social, guiados por la luz de la revelación, para descubrir mejor en qué consiste esa crueldad y qué es lo que hace que la esclavitud sea tan repugnante.
¿Por qué los hombres ponen tanto empeño en someter a esclavitud a otros hombres?
Si nos detenemos a reflexionar durante un minuto, fácilmente podemos llegar a descubrir cuáles son los principales móviles que impulsan a unos hombres a oprimir a otros hombres.
Esos principales móviles son: la soberbia, la ambición, la venganza, el odio...
Impulsados por la soberbia, el hombre llega a creerse el centro del mundo: es lo que se llama egocentrismo. El egoísmo le lleva a pensar sólo en sí mismo. Si no excluye a Dios ni excluye a los demás hombres, es porque el hombre egoísta piensa que Dios y los otros hombres deben estar a su servicio, para adueñarse de la mayor cantidad posible de riquezas, para hacerse el amo y señor del mundo que le rodea: entonces se convierte en egocéntrico. Sus pensamientos egoístas lo llevan a creerse superior a otros hombres y entonces concibe la idea de sojuzgarlos para despreciarlos. Cuando pretende, en la iniciación de este proceso, la instrumentalización de Dios, no niega que Dios sea más grandes, más rico, más poderoso: lo que quiere es que este Dios más grande, más rico, más poderoso se ponga enteramente a su servicio. En cierta manera, pretende esclavizar a Dios mismo. Esta es la serpiente de la que habla el Génesis: “La serpiente era el más astuto de todos los animales... Y dijo a la mujer: “¿Cómo es que Dios os ha dicho: no comáis de él de ninguno de los árboles del jardín?” Respondió la mujer a la serpiente: “Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, no lo toquéis, so pena de muerte”. Replicó la serpiente a la mujer: “De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”. Qué hondamente ha calado en el hombre la tentación de ser como un dios, de ser un dios!

En la medida en que los pensamientos del hombre alcanzan éxito, es decir, en la medida en que logra esclavizar a otros hombres y, mediante ellos, enseñorearse de las riquezas del mundo, la soberbia le lleva a menospreciar a Dios: le parece que ya no lo necesita; la soberbia le lleva a olvidarse de Dios y aún a negar su existencia: el hombre viene a sentirse autosuficiente. “Dice en su corazón el insensato: “¡No hay Dios!” (Salmo 53).
Ya se ha convertido en un dios. Pero, como constata que su seudo divinización necesita de otros poderes que le sostengan, levanta altares a los ídolos. En nuestra época, el ídolo es el dinero. A este dios adora. Ante él se postra. A este dios sirve. Delante de este dios ofrece sacrificios y holocaustos.
El hombre se convierte así en esclavo del dinero. Los más profundos anhelos de felicidad de su corazón degeneran en un hambre insaciable de dinero, tanto para sustituir la felicidad por el placer, como para conquistar todos los poderes de este mundo: el poder político, el prestigio, la fuerza opresora y represiva. Para ganar más y más dinero, no vacila en esclavizar a otros hombres; en cometer toda suerte de explotaciones, expoliaciones y de injusticias; en someterlos bajo su dominio, por medio de la mentira y el engaño, de amenazas y maltratos...
Entonces se levanta todo un avispero de pasiones esclavizantes: envidias, nuevas ambiciones, odios, venganzas... Nace así una especie de atmósfera pestífera y contagiosa. Esta atmósfera pestífera no sólo tiene el poder de contaminar el ambiente social, sino que tiene el poder de penetrar en las mismas profundidades del ser humano. ¿Cómo se produce este fenómeno?
Volvamos al libro del Éxodo. En el capítulo primero versículos 8 siguientes, leemos el siguiente relato: “Un nuevo rey gobernó a Egipto. Este no sabía nada de José, y dijo a su pueblo:
“Fíjense que los hijos de Israel forman un pueblo más numeroso y fuerte que nosotros; por esto, tomemos precauciones contra él para que no siga multiplicándose, no vaya a suceder que si estalla la guerra, se una a nuestros enemigos para luchar contra nosotros y así salir del país”.
Entonces les pusieron capataces a los israelitas haciendo pesar sobre sus hombros duros trabajos, y así edificaron para el Faraón las ciudades de almacenamientos: Pitón y Ramsés. Pero mientras más los oprimían, tanto más crecían y se multiplicaban, de tal modo que los egipcios llegaron a temer a los israelitas.
Los egipcios trataron cruelmente a los hijos de Israel haciéndolos esclavos, les amargaron la vida con rudos trabajos de arcilla y ladrillos, con toda clase de labores campesinas y toda clase de servidumbres impuestas por crueldad.
Continuará…

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