lunes, 5 de octubre de 2009

Envío Nº 75 ASPECTOS DE LA FILOSOFÍA DEL INDIO (II Parte)

ASPECTOS DE LA FILOSOFIA
DEL INDIO (II Parte)*

Las nacionalidades indígenas existentes en la selva amazónica del Ecuador, están amenazadas por la agresión de compañías multinacionales petroleras, por cultivadoras de la palma africana y madereras. Estas compañías están conduciendo a los indígenas de la selva a una muerte segura, sea por el contagio de enfermedades desconocidas por ellos, sea por el despojo violento de territorios que les son vitales, sea por el atropello a sus costumbres y a su cultura. Tanto el genocidio como el etnocidio son crímenes abominables. ¿Es justo comprar el progreso económico conduciendo a la muerte, a costa de la destrucción de la vida de seres humanos y de pueblos que tienen “un especial derecho adquirido a lo largo de generaciones” a un “espacio vital” que sea base, no sólo para su supervivencia, sino también para la preservación de su identidad como grupo humano, como verdadero pueblo y nación? (Juan Pablo II. Discurso a los indígenas de0 la Amazonía, en Manaos, Brasil, el 10 de julio de 1981).

Las lanzas que dieron muerte en el mes de julio último a nuestro obispo mártir, monseñor Alejandro Labaca y a la hermana misionera Inés Arango, en la selva del Ecuador, estuvieron dirigidas contra las compañías petroleras, pues los indígenas los vieron llegar en un helicóptero de una de las compañías explotadoras del “oro negro”.

En este viaje por Alemania quisiera encontrar SOLIDARIDAD con los pueblos indígenas de mi patria que están amenazados de muerte y solidaridad con la exuberante naturaleza de la selva ecuatoriana, amenazada también de destrucción y muerte. Busco en todas partes luchadores por la Paz y por la Vida. Debemos actuar antes de que sea demasiado tarde, antes de que la ambición y la locura de los hombres conviertan a nuestro planeta Tierra en una luna muerta, en un cementerio del espacio.

La tierra está de duelo. La tierra ha sido profanada, gritaba el profeta Isaías (Is 24, 5). Este mismo ha sido y es el grito de los indígenas, cuando luchan contra los conquistadores y profanadores, en defensa de su tierra, vale decir de su madre.

Roger Garaudy escribía hace diez años: “La relación del hombre con la naturaleza que caracteriza al Renacimiento se basa también en cierta relación individualista a ultranza, de la que nacerá el hombre de empresa, en el mejor y peor sentido de la palabra. Esa voluntad de provecho y de poder es también la del conquistador, que no vacila en franquear los límites del mundo conocido, no en devastar continentes y civilizaciones” (Diálogo de civilizaciones).

El jefe indio Seattle decía ya en 1855: “Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que otro, porque él es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga. Trata a su madre, la tierra, y a su padre, el cielo, como cosas que se pueden comprar, saquear y vender, como si fueran corderos y cuentas de vidrio. Su insaciable apetito devorará la tierra y dejará tras de sí sólo un desierto. Si contamináis vuestra cama, moriréis alguna noche sofocados por vuestros propios desperdicios”.

El indio piensa con el corazón que la tierra es su madre. Es su pensamiento fundamental. Es el anillo central del núcleo pluricelular de su cultura. De allí nace el concepto de fraternidad extensa, de familia extensa, de igualdad entre todos. Si la tierra es la madre de los hombres, los hombres son sus hijos y, entre sí, son hermanos, llamados a constituir una gran familia. Así como una buena madre no establece diferencias entre sus hijos, la tierra es para todos y todos tienen iguales derechos. Esto fue el Ayllu, organización familiar indígena anterior a la conquista incaica. Con este mismo espíritu, los incas organizaron la distribución de la tierra en tres grandes partes: una para el Sol, otra para la familia real y otra para el pueblo. El Inca Garcilaso de laVega explica en su libro “Comentarios reales” que en esta distribución se buscaba principalmente la atención a las necesidades del pueblo: “Estas partes se dividían siempre en atención a que los naturales tuviesen bastantemente en que sembrar, que antes les sobrase que les faltase. Y cuando la gente del pueblo o de la provincia crecía en número, quitaban de la parte del Sol y de la parte del Inca para los vasallos; de manera que no tomaba el Rey para sí ni para el Sol sino las tierras que habían de quedar desiertas, sin dueño”.

Este espíritu fraterno e igualitario no ha desaparecido del todo, a pesar de haber transcurrido ya cinco siglos de la conquista española: se mantiene en la comuna y se alimenta de muchas actividades de carácter comunitario. “Para las comunidades indígenas, trabajar en la tierra tiene un sentido profundamente humanizante, dado que, mediante dicho trabajo, no sólo se construye, mantiene y desarrolla la comunidad, sino que incluso se respetan los ritmos profundos de la vida y el equilibrio de la ecología que les garantiza su sobrevivencia. Es una manera propia de cumplir el mandato del Señor: Dominad la tierra… (La evangelización de los indígenas en vísperas del medio milenio del descubrimiento de América).

Las semillas del Verbo que quedaron señaladas al hablar del concepto que tienen los indígenas de la tierra, aparecen también ahora al hablar del trabajo y de la vida comunitaria. “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” –dice la Biblia- al narrar la creación del Hombre. Dios es comunidad –dicen los teólogos-. Frente a un sistema socio-económico y político, en el que campea el individualismo, es satisfactorio y esperanzador encontrar hombres que responden con su vocación comunitaria organizándose y viviendo comunitariamente, porque no ha sido destruida la semilla del Verbo.

De su concepción fundamental de la tierra considerada como madre extraen los indígenas una distinta concepción del trabajo, que no debe ser devastador sino amoroso, parecido al esfuerzo que hace el niño tierno cuando estruja el seno materno para mamar la leche. De allí mismo extraen una concepción distinta del tiempo que tiene que ser utilizado armónicamente, sin prisas, de acuerdo al ritmo y cadencias de la naturaleza, de acuerdo a la sucesión de las estaciones. De allí mismo extraen una concepción distinta del dinero, cuya adquisición no constituye el objetivo final de su vida y de sus luchas, sino un simple instrumento de intercambio.

De esa misma concepción fundamental de la tierra, considerada como madre, extraen los indígenas una concepción distinta y una práctica distinta de la medicina, pues la tierra madre les provee de una diversidad de plantas medicinales utilizadas de acuerdo a la variedad de enfermedades. Y anhelan una educación distinta que esté más acorde con su pensamiento y sus costumbres. Y, partiendo de esa concepción de tierra y amándola entrañablemente, se muestran profundamente religiosos, encuentran que el Dios invisible de sus antepasados, Pachacamac, es en definitiva el mismo Dios visible de sus antepasados, es “luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo” (Jn. 1,9), captan maravillosamente su mensaje, y, sobre todo, lo ponen en práctica sin inútiles discusiones ni cálculos egoístas.

Este es el pueblo que está naciendo y a cuyo servicio estoy como presidente del departamento de Pastoral Indígena de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, desde que el Santo Padre aceptó mi renuncia de obispo de la Diócesis de Riobamba. Dos objetivos se propone ir conquistando el departamento de Pastoral Indígena: prestar todo el apoyo posible a la organización del pueblo indígena y trabajar por el nacimiento de la Iglesia indígena. Con una humilde actitud de reparación a la injusticia de siglos, la Iglesia del Ecuador, por medio del departamento de Pastoral Indígena, quiere que se formen sacerdotes indígenas, en seminarios en donde se respete su cultura; quiere que se formen religiosas indígenas, así mismo en centros en donde se respete su cultura, quiere que lleguen a tener obispos indígenas como lo manifestó el Papa Juan Pablo II en su visita a Ecuador, a fines de enero de 1985.

Termino expresando mi danke por haber podido realizar este largo viaje, a pesar de los años que llevo encima, y realizar esta visita a Alemania.

Agradezco al padre Enrique Rosner por su amistad, por todo lo que ha hecho para que yo pudiera estar aquí, por la minuciosa preparación que ha realizado y por su fraterno acompañamiento.

Quiero considerarme como un viajero de la solidaridad y de la paz.

En la Arquidiócesis de Munich tuve ya algunos encuentros con comunidades y movimientos y espero haber contribuido así a profundizar la amistad fraterna que esta iglesia local de Alemania ha alimentado con la nuestra de Ecuador durante 25 años. Viajaré a Bonn para presentar ante la Comisión de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal, la causa de los Derechos Humanos de los indígenas, cuando nos aproximamos a la conmemoración del quinto centenario del descubrimiento de América. Aquí en Saarbrucken, quise poner más el acento en el aspecto cultural del pueblo indígena.

Quisiera decir, una vez más, mi danke, al Senado de la Universidad, a los profesores de la Facultad de Filosofía, por su gentil invitación y por el interés que han puesto en mi causa que se identifica con la causa de los indígenas.

Quisiera decir mi danke a monseñor Emilio Stehle, por su vieja amistad y su discurso de presentación en este acto. Nos hizo presentes los largos caminos que, junto con el pueblo pobre, aprendiendo yo y aprendiendo él, hemos recorrido durante años, para mí inolvidables, como peregrinos a través del desierto.
Quiero expresar muchos danke también al profesor doctor Gothold Hasenhüttl, quien, según he sabido, se comprometió mucho por la causa de la liberación de los indígenas y el rescate de su cultura.

Creo que este título de Doctor Honoris Causa concedido a mi modesta persona y, por intermedio mío, al pueblo indígena de mi Patria, a ese querido pueblo que me enseñó su sabiduría, honra en primer lugar a la Universidad, porque significa una ampliación de su horizonte hacia la construcción de la paz y la amistad entre los pueblos y, de una manera especial, con los pueblos indígenas; porque significa una invitación al compromiso de solidaridad y de servicio, a un compromiso de transformación de un mundo que se deshumaniza en un mundo fraterno y humano; porque significa una exhortación a dar testimonio de escucha y práctica de cuanto Jesús quiere decirnos por medio de los pobres: “Padre, Señor del cielo y de la tierra, yo te alabo, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a la gente sencilla. Si Padre, así te pareció bien” (Mt. 11, 25).

Gracias a Dios. Gracias a ustedes, mis hermanos, amigos de los indios.

Dank sei Gott, ich danke ihnen, meine Bruder, freude der Indios,

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