jueves, 24 de septiembre de 2009

Envío Nº 67: EL ANGEL DE LA RESURRECCIÓN

El ángel de la resurrección


Yo soy el Ángel de las alegrías,
yo soy el Ángel de las madrugadas…

Yo removí la piedra del sepulcro
de la Resurrección en la mañana…

Ahuyentando la noche van mis ojos
con claridades blancas,
y la alegría de mi rostro alegre,
y el aleteo de mis grandes alas
van poniendo sonrisas
y tintas nacaradas
en el azul limpísimo del cielo,
en la blancura de las nieves altas,
en las puntas verdosas de los árboles,
en las subidas y en la hondonadas,
en las torres y en las plazas…
Yo soy el Ángel de las alegrías,
yo soy el Ángel de las madrugadas…

Después de las tormentas,
soy viento que resbala,
como caricia de las manos suaves
de una madre cariñosa y santa…
Después de la negrura de la noche,
en diamantes de plata
cambio con mi respeto
las lágrimas que encuentro: ¡tantas lágrimas!
y, en un himno grandioso,
toda la vida de las madrugadas.

Era la noche eterna…
En medio de la nada
florecieron los mundos…
Con sonrisas de plata
regué todas las cosas…
y después de la falta
de los primeros hombres,
resplandecí con luces de esperanza,
con luces blanca y rosa,
como las luces de la madrugada…

Noche de siglos. Noche de pecado.
Noche angustiosa y larga…
pero mi luz de rosa
se trocó de promesa en alborada…
e iluminó la cuna del Pesebre,
y sonreí mientras Jesús lloraba,
porque el Pesebre pobre
era la cuna de una madrugada,
porque el Niño Divino
era el hermoso Sol de la mañana.

Vinieron las tinieblas
en tentativa revolucionaria
y nublaron el Día
con satánica rabia.
El triunfo de la noche era completo.
¡Qué horas tan amargas!
Mi luz –sonrisa de las Navidades-
entró al sepulcro a recoger las sábanas.
El Sol del día –Cristo-
resucitó triunfante esa mañana…
Yo removí la piedra del sepulcro
¡con el esfuerzo de mis grandes alas!
Yo soy el Ángel de los Aleluyas,
yo soy el Ángel de las madrugadas…

De entonces soy sonrisa,
soy la sonrisa de las cunas blancas…
En la iglesia,
soy el silencio de la Hostia santa…
En el claustro,
soy la pureza de las almas castas…
Para los pecadores,
soy la alegría del raudal de lágrimas…
Para las almas tristes,
soy luz de madrugada…

Para ti, sacerdote,
que mueres cada día por las almas…
para ti, sacerdote,
que siembras en las lágrimas…
para ti, sacerdote, cada día,
vengo al clarear el alba,
para decirte que la muerte es vida,
para poner sonrisas en tu alma,
para cantarte el himno de alegría:
el Aleluya de las madrugadas…


A partir de 1936

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