sábado, 19 de septiembre de 2009

Envío Nº 63: CUARESMA Y CONVERSIÓN (II PARTE)

CUARESMA Y CONVERSION (II Parte)


4.- Cuaresma sin conversión auténtica.- Si la Palabra de Dios nos dice que la conversión no consiste en la práctica de los actos exteriores realizados por el pueblo israelita, preguntémonos si las actividades que realizan en tiempo de cuaresma nos llevan a una conversión auténtica. Ya hice la observación de que no cambia en nada la vida de los hombres. Entregar estipendios de misas, ofrecer estipendios y limosnas, participar pasivamente en la celebración de novenas y procesiones, encender luces y velas delante de imágenes, componer altares con telas de colores y flores de adorno, pueden ser signos de algo. Pero si son solamente actos tranquilizantes, estos no son sino evasiones de una verdadera conversión. Por eso, el Señor pide: "volved a mí de todo corazón...desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos" y añade: "yo detesto y desprecio vuestras fiestas, no gusto el olor de vuestras reuniones...no me complazco en vuestras oblaciones...aparta de mi lado la multitud de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas..."

Si la conversión se manifiesta en la realización de la justicia con los pobres y los oprimidos examinémonos cómo andan nuestras relaciones con nuestros semejantes. ¿Continuamos tratando con desprecio a los pobres? ¿Continuamos pisoteando a los necesitados? ¿Continuamos haciendo del pueblo un pedestal para subir nosotros y engrandecernos? ¿Continuamos explotando el trabajo y las lágrimas de trabajadores, viudas y huérfanos, para enriquecernos nosotros? ¿Continuamos disminuyendo el pago de salarios a nuestros colaboradores? La palabra de Dios recrimina esta conducta, cuando dice: "escuchad los que pisoteáis al pobre y queréis suprimir a los humildes...achicando la medida aumentando el peso, falsificando balanzas de fraude, comprando por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias..."


Si la conversión tiene que ser un viraje definitivo de nuestra mala vida a una vida orientada hacia Dios, examinemos como concebimos nuestra conversión de cuaresma. ¿La tomamos como un acto pasajero, transitorio? ¿Seguimos pensando que porque somos pecadores, después que nos hemos confesado y hemos comulgado, no tenemos más remedio que continuar engañando al prójimo y buscando nuestras satisfacciones egoístas? ¿Continuamos diciendo que, como somos hombres, no podemos cambiar definitivamente nuestra vida? Ciertamente que somos débiles. Ciertamente que continuamos inclinados al mal. Ciertamente que corremos permanentemente el peligro de volver a caer en nuestros mismos pecados o en pecados peores. Pero no olvidemos que contamos con la gracia de Dios y que así podemos dar una nueva orientación a nuestra vida mantenerla luchando y esforzándonos valerosamente, ayudados siempre por el poder de Dios que quiere convertirnos en verdaderos hijos suyos. La Palabra de Dios nos dice que nuestro amor no debe ser como la nube de la mañana que aparece por unos instantes en las cumbres de los montes y luego se desvanecen al soplo de cualquier vientecillo. La Palabra de Dios nos dice que nuestro amor no debe ser como el rocío que cayó en la madrugada y que se desvanece muy temprano a los primeros rayos del sol. De un amor semejante no se ven satisfechos los mismos hombres. Efectivamente, cuando encuentran personas volubles que un día dicen que aman y al día siguiente vuelven las espaldas se desengañan definitivamente y buscan fuentes de amor más estables y duraderas. Con mayor razón, Dios no puede quedar satisfecho de unas manifestaciones de amor de un instante y que no tienen ni en la intención la fuerza de la constancia. Conversiones momentá¬neas no son conversiones auténticas.

Si la conversión tiene que ser una vuelta a Dios y al prójimo, tenemos que examinarnos si no estamos satisfaciendo nuestra religiosidad únicamente con el culto que rendimos a imágenes más o menos artísticas, fabricadas por manos de hombre, que no nos comprometen a nada serio de nuestra vida. Tenemos que preguntarnos si no somos quizá más respetuosos de una imagen hecha de madera que del hombre, imagen viva de Dios. Tenemos que preguntarnos si no somos más obsequiosos con esas imágenes que con los hombres sumergidos frecuentemente en la ignorancia, en la tristeza, en la pobreza, en la esclavitud. De igual manera tenemos que examinar nuestra conciencia para ver si acaso no nos hemos levantado ídolos que sustituyen al Dios verdadero y ante los cuales rendimos culto e inclusive sacrificamos nuestra misma vida. El dinero es actualmente el becerro de oro ante el cual hincan la rodilla los hombres de nuestro tiempo. Viven para ganar dinero. Trabajan sólo para ganar dinero. Estudian sólo para adquirir una profesión que les de dinero. Buscan un empleo y venden sus convicciones sólo para ganar dinero. Hay otros hombres que han levantado en su vida un altar al dios prestigio. Ante él queman incienso y se sacrifican ellos mismos y sacrifican su propia familia. Por el dinero y por el prestigio, oprimen a otros hombres, los hunden en la miseria y caen así en la condición de aquellos a quienes el Señor maldice: "Pobres de Uds. que meditan la injusticia, traman el mal durante la noche, y al amanecer lo ejecutan."

La cuaresma, ¿es para nosotros ocasión de una conversión auténtica o solamente de hacer uso de tranquilizantes?

5.- Hay una primera conversión.- Como en todas las cosas, hay un día, hay un momento que es el decisivo para la vida del hombre: se compromete para seguir por los caminos del bien. Veamos cómo es este momento en un hecho evangélico:

"Llegando a Jericó pasaba Jesús por la ciudad. Había ahí un hombre llamado Zaqueo. Era jefe de los cobradores de impuestos y muy rico. Quería ver cómo era Jesús, pero no podía hacerlo en medio de tanta gente, por ser de baja estatura. Entonces corrió adelante y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí. Al llegar a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: "Zaqueo, baja rápido, porque hoy tengo que quedarme en tu casa".

Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.

Todos entonces se pusieron a criticar y a decir: "se fue a alojar en casa de un pecador". Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres y a quien he exigido algo injustamente, le devolveré cuatro veces más".

Jesús respondió: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham. El hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido". (Lc. 19, 1-10).


Para Zaqueo, éste fue el día de su primera conversión, el día decisivo. De las mismas afirmaciones del relato se deduce que Zaqueo era un pecador. Tal vez por su condición de jefe de los cobradores de impuestos, su principal pecado había sido el robo y la explotación de otros hombres. Tal vez gracias a esta explotación, él llegó a ser un hombre rico. Sin embargo, tenía una curiosidad: quería conocer personalmente a Jesús. El don de Dios que es Jesús mismo se le hizo encontradizo, lo cual significa una gracia. No basta el encuentro físico: es necesario el encuentro personal. Jesús levantó los ojos para mirar a Zaqueo encaramado en un árbol: éste fue el gesto que conquistó el corazón de Zaqueo. Quizás este hombre explotador de los demás no gozaba de la simpatía de sus compatriotas. Por esta razón ser publicano significaba para los judíos lo mismo que ser pecador. Al verse Zaqueo convertido en una persona por la que se interesaba el maestro, a quien levantó los ojos para mirar, él se sintió comprendido y amado en su misma miseria: esto le transformó. Zaqueo bajó rápidamente y recibió a Jesús con alegría". Era la alegría del encuentro personal con el Salvador. Este encuentro debía tener consecuencias para toda su vida. Por esta razón Zaqueo dijo resueltamente al Señor: "Voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres y devolveré cuatro veces más a quien he exigido algo injustamente". Y por esto mismo Jesús concluyó: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa..."

No es imaginable que Zaqueo hubiese vuelto a su vida de explotador de los pobres. Lo imaginable es que Zaqueo se convirtió definitivamente en un discípulo de Cristo. Lo imaginable es que Zaqueo pudo tener sus altibajos en la fidelidad a su compromiso. Pero también lo imaginable es que él continuó perseverantemente en la búsqueda de esa misma fidelidad y que fue conquistándola día a día.

6.- La conversión continúa.- Y así nos ponemos en el caso de pensar en que la conversión es un quehacer de todos los días. Pero la orientación está tomada. La conversión continúa es necesaria porque somos débiles, porque hay circunstancias que nos ponen en peligro de dar las espaldas al Señor, porque llevamos dentro de nosotros tendencias que no están todavía suficientemente evangelizadas.

Además, es necesario tener presente que la conversión es una amistad cada vez más estrecha con Cristo Salvador. Digo esto, porque algunos cristianos tienen miedo a la palabra conversión, pues la consideran como una inhibición de todas sus exigencias vitales. Aquí se realiza aquello que dijo Nuestro Señor mismo que quien pretende ganar su vida la perderá, pero aquel que pierda la vida por su nombre la ganará. Aquí es cuando debemos comprender que el cristiano debe introducirse resueltamente en este misterio de muerte y resurrección. Hay que morir al pecado, al desorden, a las tendencias al mal, para resucitar con Cristo a la vida, al bien, a la generosidad.

7.- Marcha hacia la Pascua.- Transcribo a continuación partes de un bello artículo publicado en el intercambio El País de 9 de marzo del presente año: se titula "Cuaresma...marcha de la Iglesia hacia la Pascua". Dice así: Al oír la palabra cuaresma, nosotros pensamos enseguida en sacrificios, oraciones, penitencias, viacrucis, pero la cuaresma es mucho más. Es la gran preparación a la fiesta de Pascua de Resurrección. Es la renovación anual de la Iglesia en el misterio pascual y a través de los sacramentos. Es este el período anual para rechazar los pecados. Es en definitiva el tiempo de la conversión. Pero para penetrar en el sentido de la cuaresma, debemos pensar en el pueblo judío caminando a través del desierto hacia la tierra prometida.

Jesús, como otro Moisés, ha sido enviado por el Padre Dios para liberar al hombre de la esclavitud del demonio, del pecado...

A portar la buena nueva a los desheredados...
A sanar a los que tienen el corazón herido...
A consolar a los afligidos...
A anunciar a los esclavos la liberación...
A dar alegría a los angustiados y tristes...
a anunciar la hora de la misericordia divina...


La cuaresma cada año viene a reavivar en nosotros la esperanza, a nutrir nuestra fe, a reaccionar nuestra caridad. Ella nos da el sentido de nuestra vida. Nos introduce en el misterio del pueblo de Dios en marcha, nos coloca sobre el recto camino, nos hace iniciar como una nueva etapa, y nos da la alegría de hacernos caminar hacia el Padre.

Todos los judíos que salieron de Egipto, incluso Moisés, murieron en el camino sin poder entrar en la tierra prometida. Sólo los hombres nuevos, jóvenes, lograron entrar. Esto quiere decir que si nosotros queremos entrar en el misterio pascual, en el Reino de Dios, es necesario renovarse, purificarse, abandonar los pecados...También, nuestra Cuaresma será un tiempo de renovación y de transformación por la oración más personal, más ardiente, más sentida, plegaria por todos, especialmente por los pecadores.

Esta conversión, este retorno a Dios, exigirá una confianza, una caridad fraterna cordial, efectiva. No podemos volver al Padre, sin volvernos en primer lugar hacia nuestros hermanos. No podemos suplicar a Dios el perdón de nuestras faltas, sin perdonar de antemano a los que nos ofendieron y sin pedir perdón a aquellos a quienes hemos hecho daño.

Cuaresma. Tiempo de volver a la casa del Padre, este Padre que siempre nos espera con los brazos abiertos, anhelando darnos su perdón y su abrazo generoso.

A través de este artículo, podemos descubrir el espíritu de alegría y de esperanza que debe animar la cuaresma y llevarnos a una conversión auténtica. La conversión es un profundo cambio de vida, es el encuentro con el único liberador de los oprimidos, es el comienzo de la vida eterna. Por la conversión aprenderemos a vivir gozosamente nuestra fe, a esperar firmemente la venida de Cristo y a amarnos los unos a los otros para formar la familia de Dios.

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