sábado, 19 de septiembre de 2009

Envío Nº 58: POSTURAS DIVERGENTES (I PARTE)

POSTURAS DIVERGENTES (I Parte)

1.- El problema.- Antes de ensayar describir el problema, es menester aclarar que se trata de un problema entre cristianos: ¿Cuál debe ser la actitud de los cristianos frente a la polí¬tica?

El hecho de que el problema esté surgiendo entre cristia¬nos no significa que no tenga alguna relación con los no cristianos: se plantea la cuestión de no colaboración o de colaboración con los no cristianos en la acción política.

¿En qué consiste el problema?

Los cristianos, con toda su buena voluntad y convencidos de proceder correctamente, se entregaron durante algunos años a las tareas llamadas de desarrollo. Los resultados no han sido positivos. La situación continúa la misma, o quizá con características notables de empeoramiento. Pueden haberse realizado y se han realizado de hecho actividades y obras de desarrollo. Sin embargo, el desarrollo no parece por ninguna parte. Si aparece por algún lado, es como expresión de un concepto enano de desarrollo o como expresión de un concepto manco y cojo de desarrollo. Puede haber aumentado el número de kilómetros de carreteras. Puede haber aumentado el número de kilovatios de consumo eléctrico. Puede haber aumentado el número de construcciones escolares. Puede haber aumentado inclusive el ingreso per cápita de los ciudadanos. Pero todo esto no responde a un concepto auténtico de desarrollo. Los hombres continúan siendo víctimas de la inconsciencia, de la explotación, del hambre, de la miseria.

No hay un desarrollo del hombre. No hay un desarrollo de la comunidad. Hay un desarrollo de mínimos aspectos de la vida humana.

¿A qué se debe que el desarrollo no ha empezado seriamen¬te en nuestros países? En primer lugar, a este mezquino concepto de desarrollo que se ha querido llevar a la práctica. En segundo lugar, al hecho de haber pretendido copiar el modelo de desarrollo de los países ricos, modelo que no resulta válido si se toma en cuenta el desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres. En tercer lugar, porque se ha llegado a constatar que en nuestros países se vive en una situación de dependencia, no solo económica sino también cultural, política y religiosa. Multitudes incontables de hombres viven, además, en una situación psicológica llena de complejos, como consecuencia de una larga cadena de opresiones de todo orden.


Los cristianos activos han comprendido que no es este el camino de los pueblos latinoamericanos para que éstos lleguen a cumplir con su misión histórica en el mundo. Desde este momen¬to, se ha empezado a hablar de liberación, condición previa para un auténtico y original desarrollo.

Iluminados por este descubrimiento, han vuelto sus ojos a la Iglesia. Se han preguntado también qué les dice su fe a este propósito. Han sentido dentro de sí el generoso impulso de comprometerse seriamente en acciones que tengan como resul¬tado esa liberación del pueblo.

Así cuestionados, han descubierto que la Iglesia, histó¬ricamente, ha estado con mucha frecuencia comprometida con los grandes poderes de este mundo, es decir, con los poderes dominantes. Han tenido la impresión de que la Iglesia misma ha sido dominadora y alienante. Saludaron con júbilo la celebra¬ción de la II Conferencia General de Medellín y los documentos que emanaron de esa reunión histórica. Pero luego su júbilo se ha ido convirtiendo en tristeza. Miraron con expectativa una prometedora postura de la Iglesia consecuente con sus declaraciones. Pero luego las expectativas se van convirtiendo en desilusiones. Como consecuencia de los postulados de Mede¬llín surgieron grupos y personas dispuestos a comprometerse a fondo con las tareas de liberación, a la espera del respaldo de la jerarquía. Pero luego han podido constatar que ese respaldo esperado se ha convertido en muchos casos en silencio y no pocas veces en freno.

Han interrogado, dentro de este ambiente, el contenido de su fe. Y aquí ha surgido el problema. Sin entrar en mayores explicaciones, quizá se puede echar de menos un conocimiento profundo de Cristo. Su fe, por consiguiente, no ha estado muy fundamentada. Herederos de unas expresiones de fe tradiciona¬les, salvas algunas excepciones, han experimentado inquietan¬tes vacilaciones. A esto hay que añadir que de otros costados les ha llegado la voz de que la fe es ineficaz e impotente para llevar adelante una tarea verdaderamente liberadora. Por este camino, muchos han llegado casi a avergonzarse de su fe. Hay, con todo una ansiosa búsqueda de luz para definir su postura.

¿Es posible comprometerse con la liberación del pueblo manteniendo al mismo tiempo vinculaciones con la Iglesia llamada institucional? Esta es una de las angustiosas pregun¬tas que se plantean estos cristianos. ¿Es posible vivir la fe cristiana y llevar adelante esos mismos compromisos? Es otra pregunta angustiosa que se hacen frecuentemente. Les llega así la tentación del abandono de las estructuras de la Iglesia. Les llega así la tentación del abandono de su misma fe. Es necesario aclarar que no todos llegan a estos extremos.

El problema surge y se aumenta por la presencia también activa de otros cristianos. Quizá empezaron juntos. Pero, en un momento dado, surgieron las divergencias. Estos otros cristianos buscaron una mayor fidelidad a la Iglesia, buscaron una mayor fidelidad al Evangelio, buscaron el sentido de su compromiso inclusive político en principios de fe cristiana. Pero miraron la política como algo repugnante y desechable.

Más tarde, llegó el momento de las acusaciones mutuas. Un conflicto había nacido ya. Aquí están las posturas divergen¬tes.

2.- Contraposiciones.- El tema se presta para un análisis largo y minucioso. En esta exposición, no me es posible sino señalar algunos aspectos más sobresalientes de estas dos tendencias que producen tensiones cada vez más graves.

La primera tendencia centra toda su atención en el hom¬bre. La segunda tendencia centra toda su atención en Dios. La primera tendencia parte de la realidad concreta. La segunda tendencia parte de principios. La primera tendencia busca la propia originalidad al buscar una respuesta propia a las realidades que va descubriendo. La segunda tendencia se deja influir todavía por las elucubraciones teológicas de autores europeos, aunque sean modernos. La primera tendencia se siente impulsada, como ya dije, a abandonar las estructuras de la Iglesia. La segunda tendencia quiere ser fiel a la Iglesia trabajando dentro de ella para el cambio de estructuras. La primera tendencia dispara toda su carga de ocupaciones al pasado como responsable de la situación presente, con miras a una transformación radical y profunda. La segunda tendencia dispara toda su carga de acusaciones contra el presente, responsabilizándolo de todos los males que sufrimos ahora. La primera tendencia, cuando se habla de conversión, afirma que hay que convertirse al mundo y a los hombres. La segunda tendencia proclama la conversión interior y la fortificación de sus relaciones con Dios. La segunda tendencia, consciente o inconscientemente prefiere un alejamiento del mundo. La prime¬ra tendencia califica de verdadero cristianismo la evolución que realiza el hombre por sus propias fuerzas. La segunda tendencia recalca que el hombre no puede nada por sus propias fuerzas y que hay que destruir mucho de lo humano para que haya lugar para lo cristiano. La primera tendencia busca la eficacia y cree no encontrarla en otra parte que en la acción política. La segunda tendencia duda seriamente de la eficacia de la política y pone mayor confianza en la acción secreta del Espíritu de Cristo. La primera tendencia es inmediatista. La segunda tendencia es más bien escatológica. La primera tenden¬cia tiene una visión del hombre y de la sociedad marcada por posibilidades también inmediatas, y enmarcada por la corriente socialista de estos tiempos. La segunda tendencia tiene una visión del hombre y de la sociedad marcada por el criterio del continuo hacerse indefinidamente.

Constatando estas contraposiciones con frialdad intelec¬tual y anímica, se puede decir que hay verdad en una tendencia y en otra. El problema está en la dificultad de encontrar el camino del diálogo desapasionado y de la renuncia a posturas tomadas. El problema está en la dificultad de enfocar las divergencias desde el punto verdaderamente cristiano. Por esta razón, empecé aclarando que el problema es entre cristianos. ¿Qué es lo que podemos aprender de Cristo a este respecto? ¿Estamos dispuestos a ser discípulos de Cristo?

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