sábado, 19 de septiembre de 2009

Envío Nº 44: PERSPECTIVAS DE LA IGLESIA LATINOAMERICANA (II PARTE)

PERSPECTIVAS PARA LA IGLESIA LATINOAMERICANA (II Parte)


EVANGELIZACIÓN LIBERADORA

Si el segundo de los problemas generadores le hemos llamado “dominación y dependencia”, para dar una respuesta adecuada debemos también buscar el objetivo clave correspondiente.

Después de reflexionar en esta búsqueda, creo firmemente que la respuesta está en la realización de una evangelización liberadora.

¿Qué entenderemos por evangelización liberadora? Durante siglos hemos vivido con la conciencia de nuestros pecados individuales. Yo no sé cómo ha podido suceder este fenómeno, siendo así que los diez mandamientos, el Antiguo Testamento y, sobre todo, el Nuevo Testamento, llevan al cristiano a tomar conciencia de que forma parte de un pueblo, de una colectividad, de la humanidad entera. Lo cierto es que el concepto de pecado ha sido tan minimizado, tan estrecho, tan individualista, que se ha llegado a torturar las conciencias por insignificancias que no eran ni pecados. Pero habíamos olvidado la dimensión social del pecado: “no matarás... no robarás... no desearás la mujer de tu prójimo...” “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mandamiento mayor y primero. El segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”. Mt. 22, 34-40.

Lo que los documentos de Medellín denominan situación de pecado, es el pecado social. Rigen la vida de la sociedad actual unos criterios: son criterios de pecado. Por ejemplo, que unas razas son superiores a otras. Que el dinero es el valor supremo que está inclusive por encima de la amistad. Que la libertad es hacer lo que a cada cual le viene en gana. Que está permitido utilizar cualquier medio para dominar a los demás.

Estos criterios de pecado engendran naturalmente actitudes de pecado; la soberbia la ambición, el desprecio, la traición... son actitudes consecuencias de criterios de pecado. Víctimas de estas actitudes vive la generalidad de los hombres.

Los criterios de pecado y las actitudes de pecado engendran acciones de pecado, unas específicas, otras institucionalizadas. El pecado, efectivamente está organizado como una gran empresa: tiene sus altos jerarcas, tiene sus filósofos, tiene sus técnicos en propaganda, tiene sus maestros, tiene sus estímulos, tiene su estrategia, tiene su metodología, tiene sus mecanismos.

Lo grave es que los hombres no se dan cuenta. Es un mundo de esclavitudes el que estamos viviendo. Todas estas esclavitudes son pecado, porque la injusticia es pecado, la soberbia es pecado, el odio es pecado, la intriga es pecado, el desprecio es pecado, la mentira es pecado, el robo es pecado.

Ahora bien, Cristo ha venido a redimirnos y a liberarnos del pecado. En este sentido se habla en América Latina de evangelización liberadora. El marxismo está tratando de ganar adeptos en América Latina presentándose como la única fuerza capaz de liberar al hombre. Para un cristiano de verdad, Cristo es el único liberador de toda situación de pecado. Aquí pone sus raíces la teología de la liberación entusiastamente elaborada por teólogos latinoamericanos. Así se entiende mejor que es absolutamente necesaria la liberación para que el pueblo latinoamericano pueda aspirar a ser el sujeto de su propio desarrollo. Si de este espíritu están imbuidos jóvenes y sacerdotes que están sufriendo las acciones represivas de los detentadores del poder, ya podemos asegurar que estos jóvenes militantes y esos sacerdotes son los nuevos mártires de América Latina: P. Pereira, P. Gallego, P. Monzón...

Concretamente, la evangelización liberadora debe llegar hasta la médula del hombre latinoamericano y cambiar allí los criterios de pecado por los criterios del evangelio. Esto es lo que se llama metanoia o cambio de mentalidad. No es una simple ilustración, un simple abarrotar de conocimientos sobre teología nueva: es como dejarse dividir por la Palabra que es como una espada de dos filos, para que se separen y mueran todos los criterios de pecado y surjan y vivan los criterios de Cristo.

Si llegamos a pensar con el Evangelio, nuestras actitudes serán también evangélicas. Recordemos la actitud del samaritano. El baja de su cabalgadura para acercarse al hombre maltrecho y abandonado como muerto en el camino. Esta es la actitud cristiana: de abajamiento, de acercamiento, de conocimiento amoroso de las realidades que vive la humanidad caída.

Los criterios y las actitudes inspirados por el Evangelio producen necesariamente acciones evangélicas. Y por acciones evangélicas no hemos de entender solamente la acción de rezar, la de dar limosna, la de visitar un enfermo. Por acción evangélica hemos de entender también y quizás con mayor razón, toda acción que tiende al cambio de estructuras que hayamos encontrado ser estructuras de pecado, sea en la sociedad, sea en la Iglesia. Entonces realizaremos la evangelización liberadora.

LA IGLESIA COMUNIDAD

El tercero de los problemas generadores ha sido llamado “cisma psicológico”. ¿Cuál será el objetivo clave que destruya este cisma psicológico ya tan hondo, tan múltiple, tan adentrado en las mismas estructuras eclesiásticas?

No veo otro objetivo más válido, como respuesta al problema doloroso del cisma psicológico existente en la sociedad y en la Iglesia, que construir la comunidad cristiana. Hay signos, signos de nuestros tiempos, que son claros indicadores de que una fuerza misteriosa está impulsando a los hombres a ir por este camino: la comunidad. Hay bloques de naciones latinoamericanas que están haciendo esfuerzos para establecer vínculos comunitarios importantes. La misma unión panamericana, a pesar de sus grandes fallos, constituye también un esfuerzo de realización comunitaria. Dentro de cada país e internacionalmente se habla de integración. Todo esto quiere decir un esfuerzo por borrar fronteras, por salvar abismos y montañas, por reunir culturas y razas, por olvidar antiguos y hondos resentimientos.

Al mismo tiempo, desde el seno de la Iglesia católica van surgiendo humilde y esperanzadoramente experiencias comunitarias de honda raigambre cristiana. En el proceso de formación de estas comunidades, necesariamente entra Cristo como la piedra fundamental alrededor de la cual empieza la edificación de cada iglesia concreta. Para que las relaciones humanas y cristianas puedan ser hondas, interpersonales, de intercomunicación vivencial de Cristo, esos grupos comunitarios son realmente minúsculos: diez, quince, veinte, treinta personas. Pero unidos a Cristo por una fe viva, iluminados por el Evangelio, movidos por el espíritu de amor, se transforma, como dice Medellín, en focos de Evangelización y en promotores de promoción humana.

Abiertas estas comunidades cristianas a los problemas de su ambiente, experimentan que Cristo es verdaderamente el libertador, porque ellos mismos se van liberando de todas las opresiones de pecado y van contribuyendo a la liberación de los hombres que viven en su ambiente. Se vuelve así palpable la acción actualizada de la liberación de Cristo. Y entonces las comunidades cristianas celebran el acontecimiento salvífico con una liturgia que queda lejos del simple ritualismo. Desde allí, desde el corazón del gozo de sentirse salvados, salen las comunidades cristianas enardecidas para anunciar de palabra y con el testimonio de su vida que el Reino de Dios está cerca.

La autenticidad cristiana de estas comunidades se descubre con las señales descritas por Cristo en diversas partes de su Evangelio. Son como el mismo signo de contradicción en medio de los hombres, o sea salvación para unos y perdición para otros; son objeto como El de la persecución y del odio: “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros... no está el discípulo sobre el maestro”. Como El, íntimamente unido con el Padre en el Espíritu Santo, las comunidades cristianas se muestran estrechamente unidas no sólo por una solidaridad más o menos interesada, sino por una profunda caridad que las lleva a entregarse a sus hermanos hasta con sacrificio: “En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”: El Espíritu misionero les anima e impulsa a ir hacia los demás hombres, porque resuena en los hondo del corazón las palabras de Cristo: “Id por todo el mundo”...

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