sábado, 19 de septiembre de 2009

Envío Nº 43: PERSPECTIVAS DE LA IGLESIA LATINOAMERICANA (I PARTE)

PERSPECTIVAS PARA LA IGLESIA LATINOAMERICANA (I Parte)


INTRODUCCIÓN

Durante una de las sesiones preparatorias de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano que debía realizarse en Medellín, tuve oportunidad de conversar con uno de los teólogos latinoamericanos, perito en el Concilio y asesor de las reuniones del CELAM.

El tema recayó sobre el futuro de la Iglesia en América Latina. Me dijo: Depende de estos diez años próximos el futuro de la Iglesia en América Latina. O bien se consolida y se fortalece de modo que llegaría a ser inclusive la salvación para la Iglesia que está en el continente europeo, o bien el continente latinoamericano dará una vuelta tan en redondo que apenas quedará de la Iglesia católica el recuerdo para la historia o, cuando más, quedarán insignificantes núcleos esparcidos en la inmensidad del continente. Todo depende de estos 10 años. Si los actuales agentes de la pastoral se comprometen a fondo con los grandes problemas latinoamericanos, aunque sea a riesgo de quemarse, la Iglesia despertará de este sueño de siglos, comenzará a vivir una nueva vida, llegará a ser el signo de salvación querido por Jesucristo y entonces las multitudes de pobres y desposeídos depositarán en ella todo su amor y su confianza. Pero si, por una mal entendida prudencia, los agentes actuales de la pastoral, obispos, superiores mayores de comunidades religiosas, sacerdotes y laicos refrenan y matan el impulso del Espíritu, el porvenir de la Iglesia es incierto y tenebroso. Es infantil argumentar que la Iglesia ha recibido de su fundador la promesa de que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. La promesa es cierta. No podemos contradecir este acierto. Pero Jesucristo no ha dicho que la Iglesia permanecerá eternamente en un lugar determinado; ha hablado de la Iglesia y ésta, en un lugar o en otro o en múltiples lugares, continuará tratando de ser el sacramento de salvación querido por Cristo. Pero, ¿quién ignora que la Iglesia ha desaparecido de determinadas regiones de la tierra? ¿Y quién nos puede asegurar que en América Latina no podría suceder lo mismo? El pasivismo, la falsa prudencia, la incapacidad para discernir los signos de los tiempos, la cobardía, el apego a la comodidad y a los intereses personales o de grupos pueden paralizar el dinamismo que debe distinguir a la Iglesia, y matarla.

Estas palabras me impresionaron profundamente. Están cargadas de una tremenda responsabilidad. Realmente nos ha tocado vivir en una época de trascendental importancia.

¿Cuáles son pues las perspectivas para la Iglesia en América Latina?

NECESIDAD DE UNA VISIÓN PROFETICA

Actualmente hay una nueva ciencia llamada prospectiva. Quiero entender que esta nueva ciencia hecha mano de los datos que proporciona la ciencia y las estadísticas y, haciendo así una hipótesis científica, realizan cálculos muy aproximados de lo que será la realidad en el futuro. Es como si dijéramos: estos son los datos ciertos del problema; la solución no puede ser sino ésta. Como los acontecimientos humanos están sujetos a cambios fruto de la voluntad libre del hombre, se hace la salvedad en el pronóstico del futuro, que si cambian los datos del problema, naturalmente los resultados serán diferentes. Parece muy interesante la prospectiva. Hay muchos sociólogos, teólogos y pastoralistas que la están utilizando para tratar de tener una visión anticipada de la Iglesia del futuro.

Es indiscutible la importancia de reflexiones en este sentido. Pero se mueven ordinariamente en el ámbito de la simple especulación humana. El cristiano, hombre de fe, está llamado a moverse en el ámbito de esa misma fe y bajo la inspiración del Espíritu Santo. No olvidemos que Cristo es Profeta y que el pueblo de los creyentes, por el hecho mismo de haberse adherido a El por la fe, está llamado a ser un pueblo profético, es decir, participantes de la misión profética de Cristo. Pero, para que este mismo pueblo llegue a ser un pueblo profético, tiene necesidad de que algunos de sus miembros reciban el carisma de la profecía.

Profeta es el hombre que ve. Así lo dice la Sagrada Escritura. Es el hombre que ve, en primer lugar a Dios, con quien conversa en la oración como un amigo, con su amigo; el hombre que, por lo mismo, descubre cuales son los designios de Dios, cuál es su voluntad, cuáles son sus planes...

Profeta es el hombre que ve las realidades de este mundo en toda su objetividad, el que no se deja deslumbrar por falsos valores ni desorientar por falsas promesas. Es el que ve la mentira en donde quiera que exista. Es el que penetra en el interior de los corazones, a pesar de la máscara con que se encubren tantos hombres. Es el que ve la realidad de los acontecimientos históricos y sabe leer el mensaje encerrado en ellos. Profeta es el hombre que ve la trayectoria que sigue la historia cuyo actor es el hombre mismo y prevé las consecuencias de hechos actuales, porque sabe mirar el hoy en función del mañana y en función de lo eterno. El profeta, es por consiguiente el hombre que de lo circunstancial de cada día sabe pasar a lo trascendental del futuro. Todo esto porque es un hombre de fe viva, porque se entrega a la oración y a la contemplación, porque ama a Dios y a los hombres apasionadamente.

El profeta no encuentra eco ni comprensión en los hombres que le rodean. La gran masa de los hombres ha aprendido a vivir un inmediatismo materialista y asfixiante: si gana dinero, lo gana para hoy; si ríe, su risa es efímera; si llora, su sufrimiento no tiene sentido. Es como si se hubiera puesto un velo espeso delante de los ojos. Es el hombre prisionero por mil insignificantes preocupaciones. Cuando este hombre escucha hablar a los profetas, cree que lo que dicen es el fruto de la locura. De ahí los grandes choques de quienes detentan los poderes de este mundo, de quienes son sus fieles servidores, con los profetas. Estos continúan siendo perseguidos y no sólo incomprendidos.

La Iglesia en América Latina tiene imperiosa necesidad de profetas. Esto no quiere decir que no tenga igual necesidad la Iglesia repartida por el mundo entero. Hay profetas en el seno de la Iglesia Latinoamericana. Quizá son demasiado pocos. Son aquellos que levantan su voz para condenar las injusticias. Son aquellos que señalan con el dedo las flaquezas de la misma Iglesia, son aquellos que sin consultar a nadie rompen viejas y centenarias estructuras para anunciar el nacimiento de nuevas estructuras. Son aquellos que se ponen en peligro de ser perseguidos por el poder político, por el poder del dinero y de ser condenados por los altos dirigentes de la misma Iglesia.

PASTORAL FAMILIAR

Si uno de los principales problemas generadores se llama explosión demográfica, es lógico que tratemos de buscar un objetivo clave, es decir, que sea capaz de solucionar todo un conjunto de problemas por el solo hecho de ser alcanzado.

La Iglesia que está en América Latina ha dado mucha atención a una pastoral específica, según cada época y según las corrientes imperantes en el mundo. Ha dicho, por ejemplo, que de la educación de los niños depende el futuro de la Iglesia y de la patria. Ha dicho, después, que la pastoral juvenil es algo fundamental y definitivo para la cimentación de la Iglesia. Ha dicho que una pastoral de élites, es decir, de las clases privilegiadas, de las clases dirigentes, es objetivo clave para el desenvolvimiento normal de la sociedad y de la Iglesia. Ha dicho que la mujer es la educadora del hombre y que a ella se debe dedicar todos los esfuerzos con el mismo propósito. Se han perfeccionado campañas de reclutamiento de vocaciones tanto para el clero secular como para el religioso y se ha hablado por lo mismo de la pastoral de las vocaciones... No se trata de echar sombra sobre ninguna de estas actividades pastorales. Pero quiero decir que tenemos que encontrar la actividad que nos lleve a la consecución de un objetivo clave. Y me parece que esta actividad se puede llamar pastoral familiar.

Muy descuidada ha estado la familia en el continente latinoamericano. Cierto es que actualmente subsiste en casi todos los países de América Latina el movimiento familiar cristiano; pero es un movimiento que ha favorecido preferentemente a las élites y que no ha constituido un movimiento de amplias proporciones. El problema de la familia es muy serio en nuestros países. Hay regiones enteras, muy pobladas, en donde no existe la familia debidamente constituida. Aunque nos dé vergüenza es necesario decir que los hombres tienen como timbre de gloria engañar a muchas mujeres, convivir con ellas, engendrar hijos por todas partes, con una irresponsabilidad realmente espantosa. Y es necesario decir que las mujeres, en esas mismas regiones, se prestan para esta vida de desordenes. Lo grave es que los hijos que nacen de estas uniones no tienen el ambiente propicio para una educación regeneradora. Esta es una de las explicaciones de la explosión demográfica.

Y, aunque la familia se encuentre en otras regiones debidamente constituida, en la generalidad de los casos los esposos no han sido suficientemente preparados para su vida matrimonial y para el cumplimiento de sus deberes de padres. Ignoran que son ellos los primeros educadores de sus hijos. Y aunque tuvieran conciencia de este deber suyo, ignoran cómo deben realizarlo.

Lo que el Concilio y Pablo VI llaman paternidad responsable, en uno y otro caso está muy lejos de ser una realidad en América Latina, salvas excepciones, naturalmente.

Pienso que una pastoral familiar es indispensable en nuestro continente; que solamente así se podrá hablar de control de nacimiento sin peligro de mayores inmoralidades; que esta pastoral debe empezar por la educación de los adolescentes desde el punto de vista de su relaciones con el otro sexo; que debe continuar en la juventud, cuando ya se toma en serio el noviazgo como preparación al matrimonio; que se debe prestar una atención muy especial a la formación de la mujer, pues todavía en América Latina hay muchos lugares en donde se la sigue considerando casi como esclava; que la acción pastoral debe seguir a los esposos para ayudarles a descubrir una vida de auténtico amor entre ellos y su trascendental misión como padres.

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