sábado, 19 de septiembre de 2009

Envío Nº 39: PROBLEMAS DE IDENTIDAD DEL CRISTIANO (I PARTE)

PROBLEMAS DE INDENTIDAD DEL CRISTIANO* (I Parte)

Había surgido ya el problema que podría llamarse "nuevas formas de presencia del cristiano en el mundo de hoy". Inclusive, yo tenía conocimiento de que en algún grupo se estaba empezando a plantear este problema.

Aprovechando de la presencia en el Ecuador del teólogo José Comblin, organizamos una reunión en la que participaron miembros del equipo de Santa Cruz, del equipo misionero diocesano y algunos invitados de otras diócesis.

La reunión se desarrolló desde el lunes 2 de julio hasta el viernes 6. Siguiendo el método del diálogo y de partir siempre de las realidades percibidas. Realizamos una reunión de reflexión y estudio que resultó muy interesante, iluminadora y fructuosa. Es imposible dar a conocer en una sola vez todos los aspectos estudiados en esta reunión y, por este motivo, me detendré en esta exposición solamente en uno de los problemas planteados: la identidad del cristiano en el mundo de hoy. Cuando digo en el mundo de hoy, no me refiero al mundo de Europa o de cualquier otro continente; me refiero al mundo concreto del Ecuador y de la provincia de Chimborazo.

Cristianos al margen de todo

Es conveniente empezar señalando una realidad: existen muchos cristianos que llevan su vida enteramente al margen de toda práctica religiosa y de todo compromiso cristiano. Esto no es ninguna novedad. Siempre han existido cristianos calificados de indiferentes. Se trata de hombres que recibieron el bautismo porque la presión social obligó a hacerlo a sus progenitores. Ya hombres, no tuvieron la oportunidad o el deseo de ingresar en la multitud de cristianos practicantes, menos aún en los grupos más reducidos de cristianos militantes o comprometidos.

Se llaman cristianos porque no tienen otro remedio. Puede ser, inclusive, que lleven a bautizar a sus hijos, que participen en la realización de unos funerales desde la puerta de la iglesia, que realicen cualquier otro acto de esta naturaleza; pero no tienen propiamente ningún interés por las prácticas religiosas ni están dispuestos a un compromiso de fe.

Al margen de toda práctica religiosa

Si existen muchos hombres que llevan apenas el nombre de cristianos, pero que se mantienen al margen de toda práctica y de todo compromiso cristianos, existen también, aunque en menor número, hombres que por llevar el nombre de cristianos y por motivaciones cristianas, se han comprometido a trabajar a favor de otros hombres. Su compromiso muy de ordinario tiene en cuenta el trabajo de promoción, en el más amplio sentido de la palabra, de los marginados. Por ejemplo, organizan cooperativas, luchan al frente del sindicato, se entregan a la labor de desarrollo de la comunidad, se entusiasman con tareas de orden educativo popular... Lo característico de su comportamiento es el gran espíritu de amor al hombre y de sacrificio por su causa. Son capaces de superar cualquier dificultad y de luchar ardorosamente frente a cualquier injusticia.

Sin embargo, no encuentran ningún sentido en la participación en actos litúrgicos. Por esta razón, no tienen costumbre de acudir a la misa dominical. Tampoco encuentran interés en escuchar las predicaciones de los sacerdotes. Les parece que es perder miserablemente el tiempo tomar parte en reuniones con otros cristianos, en las que se reflexiones a la luz del Evangelio. Tienen como amigos a alguno que otro sacerdote, no porque sea sacerdote, sino porque le encuentran comprometido como ellos con las grandes causas de la verdad y de la justicia. No quieren saber nada de la Iglesia institucional y jerárquica, pero no tienen tampoco una idea clara sobre la Iglesia comunitaria.

Como hoy se habla frecuentemente de una religión alienante, tienen la tendencia a calificar de igual manera a la oración, la meditación sobre el Evangelio, la vida litúrgica. Para ellos lo único que cuenta como válido es la acción y el compromiso. Procuran ser eficaces, no precisamente en el sentido evangélico de la palabra, sino en el sentido de consecución de los objetivos que se proponen. El Evangelio, efectivamente, muchas veces nos lleva al fracaso y en el fracaso está el éxito de la causa de Cristo. El mismo Cristo ha sido un ejemplo vivo de esto: su más grande fracaso fue terminar su misión en el calvario. La eficacia entendida por esta clase de cristianos es todo lo contrario: lograr a toda costa lo que se proponen.

Con complejos religiosos

Dentro de esta gama de cristianos que estoy tratando de describir y clasificar, hay que tomar en cuenta a aquellos otros cristianos que han llegado a adquirir también compromisos con los hombres, particularmente con los marginados, por motivaciones de fe pero que se sienten ciegamente vinculados a ciertas prácticas religiosas.

Quedan en ellos rezagos de la formación que recibieron en su infancia, sea de parte de sus padres, sea de parte de sus maestros. Y como la formación que recibieron estaba motivada por un temor a todo lo sobrenatural, por un temor a Dios mismo, concebido más bien como un ser temible y castigador, si realizan ciertas prácticas religiosas, no es tanto porque les hayan descubierto un sentido, sino por ese temor a Dios. De esta manera, permanecen tímidos y no pueden liberarse del todo del sentido mágico que se ha dado a la misa, a los sacramentos y a otros actos religiosos.

Cierto es que han llegado a ver con toda claridad que la fe lleva al compromiso y están dispuestos a ir muy lejos por este camino. Cierto es que, desde este punto de vista, pueden colaborar estrechamente con los otros cristianos que han sido capaces de comprometerse con los pobres. Cierto es que en su misma acción llevan una especie de mística que los vuelve visionarios y audaces; pero no dejan de sufrir por causa de los antiguos temores de su infancia, sobre todo cuando se ven obligados a soportar ciertas frases de burla y menosprecio de sus compañeros de compromiso que se autocalifican como liberados de toda práctica religiosa.

El dualismo en los sacerdotes

No estoy haciendo una clasificación de las diversas actitudes en los sacerdotes como cristianos. Simplemente quiero referirme aquí a los sacerdotes que se han comprometido seriamente con los cambios de la Iglesia y con los cambios del mundo.

Gracias a sus lecturas, gracias a las reuniones de reflexión, gracias a su propia reflexión individual, estos sacerdotes han llegado a cambiar su visión de la Iglesia y del mundo, a cambiar su visión de la sociedad y del hombre. Buscan una Iglesia más auténtica, una Iglesia más genuinamente evangélica, una Iglesia liberada de toda alianza con los poderes de este mundo. Buscan construir una nueva sociedad más justa, más verdadera, más humana. Buscan construir un hombre nuevo, según el prototipo que es Cristo mismo. Y entonces se encuentran con realidades enteramente diversas.

Critican las estructuras de la Iglesia. Critican las estructuras de la sociedad. No critican, pero descubren que los hombres concretos con quienes trabajan se encuentran como traumatizados por complejos religiosos, sociales, y egoístas. ¿Cómo actuar frente a estas realidades tan contradictorias? ¿Cómo edificar una Iglesia más auténticamente evangélica, cuando hay tantas barreras que lo impiden? ¿Cómo construir una sociedad más justa y más humana, cuando existen tantos criterios y tantas estructuras que integran todo un sistema poderoso y al parecer indestructible?

De ordinario, escuchan recomendaciones en el sentido de que hay que respetar al hombre, de que hay que respetar a la cultura, de que hay que respetar la religiosidad del pueblo. Escuchan recomendaciones de que hay que ir poco a poco en la realización de los cambios. Escuchan recomendaciones de que es indispensable una pedagogía. Pero el conflicto surge agudo y violento, cuando la aplicación de esas recomendaciones permite observar que así resulta imposible introducir los cambios que su visión de la Iglesia, de la sociedad y del hombre, les inspiran. Se agudiza todavía más el conflicto, si es que sin hacer caso de las recomendaciones pedagógicas, se han lanzado a adoptar posturas y acciones más radicales, pues tampoco este método logra introducir con la rapidez ambicionada, los cambios fervorosamente acariciados.

Por otra parte, estos sacerdotes ven que los cristianos seglares comprometidos en una acción social o política más concreta van logrando resultados mucho más palpables. Desde esta raíz honda, surge el problema de identidad, no ya del cristiano solamente, sino del sacerdote. ¿Cuál es el puesto del sacerdote en el mundo de hoy? ¿Es menester hacer de payaso, cuando no se está convencido de la autenticidad de lo que la gente le obliga a hacer? ¿Qué sentido tiene para estos sacerdotes una misa celebrada delante de una gran aglomeración de gente, si es que esa misa no es realmente conducente a la liberación de los oprimidos predicada por Cristo? ¿Qué sentido tienen los sacramentos, las bendiciones, las prácticas de devoción, si todo esto no hace sino entorpecer la marcha ascendente de los pueblos y estorbar el proceso de su liberación? ¿No será preferible abandonar un sacerdocio que no hace otra cosa que avivar tremendamente una tensión interna?

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