sábado, 19 de septiembre de 2009

Envío Nº 37: EL EVANGELIO EN LA VIDA (I Parte)

EL EVANGELIO EN LA VIDA I Parte

1.- Palabras distintas impresionantes.- Hace pocos días, recibí la visita de un campesino. Venía a invitarme para una ceremonia en su anejo. En la conversación, me contó que hay campesinos, no sólo de su comunidad, sino también de otras que recelan de sacerdotes y seglares que hablan del Evangelio.

- El Evangelio es propio de los protestantes. Si hay sacerdotes y personas que están hablando del Evangelio es porque se han hecho protestantes.

El campesino me refirió cómo ha tratado de explicar a algunos de sus compañeros el hecho de que se esté hablando del Evangelio.

- Siempre los sacerdotes han hablado del Evangelio. lo que pasa en que, antes, los sacerdotes decían la misa en latín y nosotros no entendíamos nada. Pero entonces también los sacerdotes leían el Evangelio y después trataban de explicarlo. ¿No han oído ustedes decir a la gente que se había atrasado a misa que ha llegado después del Evangelio? Ahora la misa se celebra en castellano, nosotros también podemos tener el Evangelio y leerlo. Ya ven: no es porque ni los sacerdotes ni los fieles nos hayamos vuelto protestantes. Siempre se ha predicado el Evangelio.

De igual manera. Hace pocos días vino a verme una señorita que se enfrentaba a graves problemas de trabajo. Se encontraba por esto muy sufrida, casi desesperada, y con deseos de tomar medidas drásticas. La escuché atentamente y al final le dije que tomara las cosas con más calma, que dialogara con las personar con quienes había entrado en conflicto y que hiciera todo lo posible de su parte para solucionar el problema de manera cordial y justiciera.

Pasados pocos días, volvió a verme y a decirme que se encontraba ya mucho más tranquila, pero también a expresarme que mi actitud y mis palabras le habían decepcionado, porque no seguí el ritmo de excitación que ella tenía en su ánimo. Quería que le explicara la razón de mi actitud y de mis palabras. Tuve entonces oportunidad de hablarle del Evangelio. Le recordé las palabras de Cristo en San Mateo: “también han oído que se dijo antes: ama a tu amigo y odia a tu enemigo. Pero yo les digo: tengan amor para sus enemigos, bendigan a los que les maldicen, hagan bien a los que les odian, oren por los que les insultan y les maltratan… pues si ustedes aman solamente a los que les aman a ustedes, ¿qué premio van a recibir por eso? Hasta los cobradores de impuesto hacen eso. Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué bueno hacen? Pues hasta los que no conocen a Dios hacen eso. Sean ustedes perfectos, así como su Padre que están en el cielo es perfecto” (Mt. 5, 43-48)

Experiencia de otro día cercano es la siguiente. Decía la misa para un grupo de jóvenes. Dialogábamos en la homilía. Una chica participante comentó las palabras de los demás diciendo que ella creía en Dios, pero no en Cristo. Semejante afirmación causó un gran revuelo y nos extendimos en el comentario: Cristo es el Hijo de Dios hecho hombre. ¿Cómo es posible creer en Dios y no creer en Cristo, su Hijo y nuestro Salvador?

Otra experiencia más de estos días. En esta vez, estuve dialogando con un grupo de campesinos provenientes de diversas provincias del país. Tratábamos de comprender en qué consiste la educación liberadora. Uno de los participantes pidió la palabra y expuso las dificultades que encuentra en el trabajo con su comunidad: incomprensiones, falsas interpretaciones, resistencias, acusaciones falsas… y preguntó angustiado:

- ¿A pesar de tantas dificultades, ¿tengo que seguir trabajando por ellos?

Intervino otro campesino para decirle que no debía desalentarse y, a su modo, le expuso las razones en que fundamentaba su sugerencia fraternal. Entonces el otro campesino reaccionó de inmediato y dijo:

- No me desalentaré. Seguiré trabajando. Quiero estar dispuesto a todo, aunque sea a dar la vida.

Estas palabras produjeron en mi interior una verdadera conmoción. Estaban dichas con tal sinceridad, con tan grande amor a sus hermanos y con tal fidelidad al Evangelio que producía una impresión muy honda. Noté que todos los circunstantes estaban impresionados.

En pocos días, he podido así escuchar palabras distintas e impresionantes en relación con el Evangelio.

2.- Reflexiones.- ¿Será el evangelio propiedad exclusiva de los protestantes?… Durante mucho tiempo los hermanos no católicos han pensado que era así: ellos eran los propietarios de la Palabra de Dios, sus divulgadores, quienes tenían hasta cierto punto el monopolio. Por parte de los católicos, había en verdad un recelo por la lectura de la Biblia y del Evangelio. En ocasiones, se había llegado inclusive a aconsejar que no se leyera el Evangelio, hasta a prohibir la lectura de la Biblia. Estas dos posturas están siendo superadas en estos últimos años, sobre todo después del Concilio. La palabra de Dios es para todos. Los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica son los seguidores verdaderos de Cristo: éstos son sus discípulos.

¿Es el Evangelio un simple libro, como cualquiera otro libro? ¿Tiene algo de particular? ¿El Evangelio, siendo simplemente un libro, es sólo una cosa?… De ninguna manera. En el Evangelio, es decir en el libro conocido con el nombre de Evangelio, se cuenta la vida del Señor: en dónde nació, qué hizo durante treinta años, su predicación, sus milagros, sus procedimientos, su muerte, su resurrección y su ascensión al cielo. Si sólo esto fuera el Evangelio, ya sería algo distinto de cualquier otro libro. Pero no es sólo esto: es Cristo mismo resucitado quien nos sigue hablando a través de su vida, de sus milagros, de sus palabras. Por esto es que, cuando escuchamos la lectura de la Palabra de Dios o cuando la leemos nosotros directamente, nos llega al corazón, a cada uno según sus propias necesidades.

El Evangelio, que quiere decir Buena Noticia, es Cristo mismo. De modo que, esta Buena Noticia es una persona, una persona que quiere nuestra salvación, que nos ama, que nos habla, que nos llama, que nos invita a seguirle, abandonando nuestra vida de pecado. Así hay que entender la palabra Evangelio.

Nuestra tendencia a buscar respaldo para nuestras opiniones, en nuestros sufrimientos, en nuestras actitudes, nos lleva muchas veces a pretender utilizar el Evangelio como un instrumento a nuestro servicio. Debemos preguntarnos por esto: ¿Debe estar el Evangelio al servicio del hombre, como instrumento para justificar sus opiniones personales y sus actitudes, o debe estar el hombre a la escucha del Evangelio para saber orientar su vida según la salvación traída por Cristo?… Creo que, si reflexionamos tranquilamente, podemos concluir que somos nosotros quienes debemos buscar la luz del Evangelio para cambiar nuestra vida. Todas las cosas han sido hechas para el hombre, según la doctrina de San Pablo. Pero el hombre debe ser de Cristo, porque Cristo es de Dios.

Qué triste y doloroso es encontrarse con personas que no han llegado a descubrir a Cristo como nuestro Salvador que ha dado hasta su vida para liberarnos del pecado. Pero podemos esperar que, abriéndose estas personas a Dios nuestro Padre por la oración, este mismo Padre bondadoso les revele un día u otro a su hijo Jesucristo. Recordemos a este propósito el encuentro de Jesús con la samaritana. Pasaba El por la región de Samaria. Mientras sus discípulos se fueron a comprar pan al pueblo vecino, Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo llamado de Jacob. En eso, vino la mujer samaritana a buscar agua del pozo. Jesús le pidió de beber. De esta manera se entabló un diálogo entre Jesús y la mujer samaritana. Jesús llegó a decirle todo cuanto de malo había hecho ella en su vida. Entonces la mujer exclamó:

- Señor, veo que eres un profeta. Nuestros antepasados samaritanos adoraron a Dios aquí en este cerro, pero ustedes los judíos dicen que Jerusalén es el lugar donde debemos adorarlo.

Cuando la samaritana dijo que veía que Jesús es un profeta, empezaba a descubrir en El algo extraño y misterioso. Ya antes el Señor le había anticipado.

- Si supieras el don de Dios, y Quien es el que te está pidiendo agua, seguramente tú me pedirás a Mí, y Yo te daría agua viva.

Después, Jesús se le descubrió totalmente, ante una observación de la mujer. Ella le dijo:

- Yo sé que va a venir el Mesías, es decir, el Cristo, y cuando El venga nos explicará todo.

Jesús entonces le contestó:

- Ese soy yo, el mismo que habla contigo.

Así se descubre Cristo a los hombres, aunque seamos pecadores, o precisamente porque somos pecadores. Por esto dije antes que siempre podemos abrigar la esperanza de que aquellos que no han llegado a conocer a Cristo, aunque hayan sido bautizados, un día Dios nuestro Padre bondadoso les mostrará a su Hijo: y eso será el día de su salvación.

El día de nuestra salvación!… El Evangelio habrá entrado en nuestra vida y la irá cambiando de tal manera que nos volveremos capaces, como el campesino de mi referencia, a dar todo de nuestra parte, inclusive nuestra vida, por el bien de nuestros hermanos. Por esta razón, cuando hay alguna persona que llega a descubrir a Cristo y a comprometerse con El suele decir en lenguaje popular y realista: “desde que conocí a Cristo estoy fregado”.

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