sábado, 19 de septiembre de 2009

Envío Nº 35 DUDAS, DECEPCIONES

¿DUDAS? ¿DECEPCIONES?*

Acabo de leer un artículo en la prensa. Se titula "La Iglesia y los pobres". El autor termina su artículo con estas palabras: "Obispos y sacerdotes... quieren una Iglesia y unas corporaciones religiosas pobres y para los pobres, porque sólo de esta manera se mantendría puro el primitivo y revolucionario sentido del ideal cristiano". ¿Se cumplirá el anhelo?".

He aquí una interrogación grave. Hace temblar de miedo. No se trata de un periódico "católico". Ni el autor del artículo hace gala de serlo.

Primeros pasos de la reforma eclesial

La Conferencia Episcopal del Ecuador tuvo su reunión ordinaria del 16 al 22 de junio de este año. Al principio tuvo la intención de estudiar los documentos de Medellín, en busca de líneas concretas de aplicación. Pero cambió de propósito, a fuerza de situaciones urgentes, y se dedicó al tema: "Crisis en los sacerdotes".

Esta reunión fue ordinaria por ceñirse a la periodicidad establecida en los estatutos, y sin embargo extraordinaria, porque se llamó a participar en ella a 40 sacerdotes delegados por sus respectivos presbiterios.

Pues bien, esta asamblea extraordinaria de obispos y sacerdotes aprobó, entre otras, una resolución tendiente a emplear los recursos y bienes eclesiásticos "en inversiones productivas para el servicio popular". Y esta resolución fue la que inspiró el artículo de prensa mencionado al principio.

Las conferencias episcopales nacionales de los diversos países latinoamericanos se han reunido durante este año en fechas distintas. Todas han tenido la preocupación de estudiar los documentos de Medellín, con el deseo de buscar las líneas de aplicación práctica, de acuerdo a las realidades especiales de cada país.

Las reuniones han terminado siempre con la publicación de algún documento impresionante. Los episcopados de Argentina, Perú, Colombia y otros han tomado resoluciones muy importantes. Sin embargo, de diversos costados surgen las preguntas: ¿se cumplirá todo esto?... ¿habrá propósito de enmienda?...

En estos mismos días se cumple ya un año de la realización de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Medellín. Fue ésta una conferencia extraordinaria. Se habló de una especie de Concilio para América Latina. Muchísima gente siguió con vivo interés el proceso de la reunión. En semanas anteriores se suscitó una polémica acalorada a propósito del documento de base. Después de la reunión los periódicos más importantes de los diversos países publicaron, si no todos, algunos de los documentos aprobados.

Envolviendo toda esta expectativa y este interés, asimismo desde diversos costados han estado surgiendo voces de interrogación:
¿No se tratará de otros documentos más que quedarán simplemente escritos? Algunos aún decepcionados, han afirmado: ya estamos hartos de documentos.

Así están las cosas. El CELAM se prepara a realizar su duodécima reunión anual. El año pasado no se realizó por causa de la II Conferencia. En el año 1962, por motivos especiales relacionados con el Concilio, tampoco se realizó la reunión anual. Los delegados de las conferencias nacionales, los presidentes de departamentos del CELAM, los secretarios ejecutivos, directores de institutos han sido convocados para esta duodécima reunión del CELAM que tendrá lugar a fines de noviembre en la ciudad de Sao Paulo (Brasil).

En la agenda consta este punto: sugerencias sobre la aplicación de los documentos de Medellín. Constan también estos otros que de alguna manera se enlazan con el mismo punto: "informes de los delegados; informes de los departamentos". Con toda seguridad los delegados de las conferencias nacionales y los jefes de departamentos informarán con detenimiento acerca de los pasos que se han dado en busca de la aplicación de los documentos de Medellín. Será interesante conocerlos y estudiarlos. Probablemente se habrá realizado una mentalización más o menos profunda de obispos y quizá también de sacerdotes. ¿Qué aplicaciones concretas se exhibirán en noviembre?

A la expectativa de la autenticidad

Recuerdo que cuando llegamos a Medellín el año pasado, en la primera tarde algunos obispos pudieron leer en una pizarra de una de las salas esta frase: "CELAM, CELAM: ¿Qué haces? ¿Nos darás otros documentos más?" ¿Qué saldrá de la reunión ordinaria del CELAM en noviembre próximo?

¿Qué sentido tienen estos interrogantes? ¿De dónde proceden? ¿Qué alcance tienen? ¿Cuáles son los móviles que los producen?

No es posible responder exhaustivamente a estas cuestiones en un breve artículo. Diré algún pensamiento que pueda sugerir respuestas a los lectores.

Me parece que los interrogantes pueden ser la expresión o de grandes expectativas o de serias dudas. O pueden ser al mismo tiempo las dos cosas: interrogantes de expectativa y de duda. Puede haber también en el fondo un comienzo de decepción ¿Hay razón suficiente para entrar por el derrotero de las decepciones?

Entre otros, los hombres de América Latina que están a la expectativa y que interrogan con interés un tanto teñido de dubitaciones son los hombres llamados de izquierda: profesores, universitarios, artistas, escritores... Los intelectuales de izquierda son, en buena parte, hombres que buscaron en la Iglesia católica una respuesta a sus inquietudes sociales, a sus anhelos de justicia social. Son hombres que buscaron en la Iglesia una autenticidad de vida evangélica. Pero no llegaron a descubrir ni respuesta a los problemas de justicia ni autenticidad convincente de testimonio evangélico. Son hombres que en su juventud se decepcionaron y optaron por alejarse de la Iglesia. A estos hombres, el Concilio les despertó y les obligó a volver a mirar cada vez con más fijeza la nueva actitud de la Iglesia. Algunos de ellos han aplaudido con entusiasmo los profundos cambios que se propician y aún se manifiestan dispuestos a aceptar una Iglesia renovada. Por esto se encuentran a la expectativa. La decepción pasada es para ellos un peso del que no es posible liberarse de un día para otro. Sus ojos iluminados de esperanza se posan curiosos en los movimientos que va haciendo la Iglesia; miran con profunda simpatía a las reuniones como la de Medellín, declaraciones valientes como la de Dom Helder Cámara, actitudes audaces como la de sacerdotes que salen a la calle en protesta... Se encuentran a la expectativa.

No así otros hombres pertenecientes a clases privilegiadas y por lo mismo conservadores: piensan con convencimiento, que en el seno de la Iglesia se ha infiltrado el comunismo.

Hay hombres en América Latina que componen las inmensas masas populares y que también interrogan. Son los hombres que apenas pueden sostenerse con el trabajo de sus manos: obreros, habitantes del suburbio, campesinos. También los campesinos, hasta hace poco encerrados en sus montañas o en sus valles y por lo mismo ajenos a los cambios del mundo, han empezado a sentir que la historia es algo dinámico y que ellos están llamados a participar activamente en la dinámica de esta historia. También ellos están interrogando a la Iglesia, desde el punto de vista de una mayor justicia social, desde el punto de vista de su derecho a la cultura, desde el punto de vista de su derecho a una auténtica vida cristiana, distinta de la vida simplemente religiosa que hasta ahora han llevado. Están tomando conciencia de su dignidad de hombres y están dispuestos a actuar para que se la respete.

Unos y otros están a la expectativa. Los intelectuales de izquierda lo están en una saludable reacción contra sus primeras decepciones; los obreros, los habitantes del suburbio y los campesinos, si bien con diversos matices, lo están y se encuentran en el peligro de decepcionarse si es que la respuesta no llega a pronto.

Es necesario el riesgo de las experiencias

Pueden comprobarse diversas actitudes en los miembros de la jerarquía de la Iglesia, como posible respuesta a estos interrogantes y expectativas. Todavía hay algunos que no se dan cabal cuenta de la rapidez y profundidad de los cambios que se están operando en el mundo y que miran, por consiguiente, los diversos brotes de interrogaciones como algo que debe ser condenado y aplastado, para que continúe el orden establecido.

Hay otros que se encuentran abiertos al avance del pensamiento y de la doctrina; que son capaces de contribuir en esta línea a la producción de documentos impresionantes como los de Medellín y como las declaraciones de las Conferencias Episcopales; que se comprometen a hacer denuncias de los mismos pecados de la Iglesia, de los pecados de la sociedad tal como la tenemos, de los pecados del Estado; pero que en la hora de la acción vacilan y se dejan paralizar por una dudosa prudencia. Ya en lo concreto de la acción, son partidarios de expresiones como estas: "hay que ir gradualmente"... "hay que ir paso a paso"... "no podemos actuar precipitadamente"...

Por otra parte hay quienes, en número reducido, están dispuestos a correr todos los riesgos, a comprometerse no sólo en declaraciones que se hacen públicas y que les parecen demagógicas, si se quedan en las solas palabras, sino también en la aventura de la acción profundamente transformadora. Quizás en este pequeño número radica una base firme de la esperanza de que las cosas irán cambiando y de que la Iglesia irá adoptando un nuevo rostro. Se sienten ya apoyados por grupos de seglares suficientemente concientizados y también resueltos a comprometerse en una acción que transforme a la Iglesia que ellos esperan como signo de salvación del continente.

La acción renovadora exige siempre un riesgo y experiencias. Las experiencias nuevas son de suyo un riesgo. No basta con hablar, con salir a la calle a gritar contra las injusticias, contra las estructuras caducas, contra las opresiones de diverso tipo. Es menester descender al campo, estudiar concienzudamente las realidades, planificar la acción a la medida de las realidades y problemas descubiertos, a corto y a largo plazo, señalarse objetivos concretos y metas que conduzcan al objetivo, y arriesgarse luego a la acción que en muchos casos debe empezar humildemente. La acción debe revisarse periódicamente, para comprobar si se está o no caminando hacia el objetivo, si hay o no un avance positivo, si hay o no que introducir correcciones en el planteamiento y en el uso de los medios.

Realizar experiencias nuevas constituye un riesgo, porque es muy posible el fracaso y la pérdida de esfuerzos y de buenas voluntades; es también un riesgo, porque si se fracasa se proporciona un arma a quienes desean mantener el orden establecido. Pero no hay otra manera de empezar, en lo concreto, la vida de renovación que quiere la Iglesia y que el mundo exige. Se debe tener presente que el riesgo tiene también por delante otra posibilidad: la del éxito. Y aun el fracaso encierra dentro de sí un aspecto positivo: el de la revisión humilde, para evitar las causas que lo produjeron y emplear los medios que, en vez de fracaso, produzcan el resultado positivo que se desea.

Sería interesante que en la próxima reunión del CELAM se hiciera un recuento y un examen de las múltiples experiencias que se van haciendo en los diversos países de América Latina.

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