sábado, 19 de septiembre de 2009

Envío Nº 22 LA HORA DE LA ACCIÓN LIBERADORA (II Parte)

*La Hora de la Acción Liberadora (II Parte)

Señor Obispo Leonidas E. Proaño
Riobamba, Ecuador

Conciencia de las esclavitudes.

Siguiendo las mismas características que hemos tratado de descubrir a través de la lectura de ese párrafo del Éxodo, digamos que hay necesidad de esta toma de conciencia; pero no de una toma de conciencia superficial. Nosotros tenemos que tomar conciencia profunda de la hora, de las exigencias de la hora, y tenemos obligación de hacer tomar conciencia a quienes todavía se encuentran lejos de saber que viven bajo la opresión.

Tomar conciencia, conscientizarnos y conscientizar; aprender a ver las realidades; aprender a ver allí las causas, los motivos, las motivaciones; aprender a ver a través de esas realidades, que las estamos viviendo todos los días, cuáles son las actitudes de la gente, nuestras propias actitudes. ¿Cuáles son los criterios que hacen que tomemos determinadas actitudes? Nosotros, de ordinario, nos creemos personas convertidas; pero si hacemos un examen en esta línea, descubriremos, si somos sinceros, que tenemos también nosotros que convertirnos. Tenemos allí acciones que constituyen la trama de la vida diaria, en donde se hace visible la opresión, en donde se hace visible la injusticia, en donde se hace visible el descontento. Acciones pequeñas al parecer o acciones grandes. Comportamientos, unos de desprecio a las clases pobres, otros de marginación en los servicios más ordinarios. ¿Cómo se trata en el bus al pobre? ¿No es verdad que se le coloca en el último lugar? ¿Cómo se trata en nuestra Iglesia al pobre? ¿No es verdad que hay señoras que con una palabra le hacen salir de los asientos para que se coloque en otro sitio? ¿Cómo se trata en las oficinas al pobre? ¿Qué acceso tiene en un banco un pobre? ¿Qué posibilidades tiene de recibir un préstamo? ¿Cómo le miramos cuando vamos por la calle y encontramos al pobre, un hombre mal trajeado, flaco, con los ojos hundidos por el hambre, por la falta de sueño, por la enfermedad? ¿No hacemos como el sacerdote de la parábola del samaritano? Si hay oportunidad ¿le tendemos espontáneamente la mano?

Aquí hay acciones y, como veis, no de las trascendentes. Aquí podemos descubrir y detectar este mundo de injusticias, este mundo de desprecio y orgullo en el que vivimos, en el que estamos sumidos nosotros mismos.

Estas acciones están inspiradas por actitudes: actitud de desprecio, actitud de egocentrismo (no me importan los demás, lo que me importa es que yo vaya por mi camino y que obtenga las finalidades que me propongo), actitud de envidia (veo que otros están mejor que yo, me entristezco de esta situación, o quizá hago daño a quien envidio). Y estas actitudes responden a criterios: ¿Qué es lo que pienso yo del hombre? ¿Qué es lo que pienso yo de mí mismo? ¿Qué es lo que pienso yo de la fraternidad? Sí; podemos hacernos una cantidad de preguntas para descubrir nuestros criterios que son los que rigen nuestra conducta, nuestro comportamiento. Y estas ideas interiores, motrices, enclavadas en lo profundo de nuestro ser, estas son las ideas que irremediablemente producen determinadas actitudes y determinadas acciones. Cuando esos criterios son de un grupo, de una clase, de un país, de un continente, entonces tenemos estructuras sociales, estructuras mentales que hay que destruir, si queremos cambiar. Aquí entra la palabra conversión. No basta entonces con tratar de cambiar acciones; se pueden cambiar, pero serán cambios sin trascendencia, si al mismo tiempo no hay cambios de criterios, si al mismo tiempo no hay cambios de actitudes, es decir, si no hay una conversión profunda. Si el Evangelio no ha penetrado en la raíz misma de nuestro ser, si no ha destruido las estructuras mentales que guían nuestro comportamiento, estamos trabajando en vano.

Conciencia del pecado.

Toma de conciencia de las esclavitudes. Hablamos de las injusticias, de las opresiones, del odio, de las supersticiones, de los complejos, de estas y de otras esclavitudes. ¿A qué responden estas esclavitudes? Para decirlo de una vez, responden a que vivimos inmersos en una situación permanente de pecado. ¿Qué es injusticia? Pecado. ¿Qué es opresión? Pecado. ¿Qué es humillación de las personas? Pecado. ¿Qué es hacer la guerra? ¿Destruir al vecino? Pecado. No hay acción de las que estamos condenando que no responda a una actitud de pecado, que no responda a un criterio de pecado, que no responda, en definitiva, al egoísmo que no hemos alcanzado a destruir. Somos egoístas. Somos egocentristas. En una palabra, no hemos aprendido a amar. Por esto dije, hace un rato, que cuando hablamos de amor, quizás salen las palabras, pero no sale del corazón. Para poder aprender a amar, hay necesidad de hacer una revolución interna, hay necesidad de trastornar toda nuestra vida, hay necesidad de quebrantar esas estructuras mentales, hay necesidad de sufrir un cambio radical, porque estamos viviendo en una situación de pecado, y de esa situación todos somos responsables. No son solamente responsables los detentadores del poder, del dinero, de la política, de los medios de comunicación de masa, de los medios educativos; también somos nosotros responsables. Todos debemos sentirnos, no sentimentalmente, sino realmente responsables, en una medida o en otra, de un modo o de otro, de esta situación de pecado, como vamos quizás a verlo.

Cristo, único liberador.

Debemos hacer una toma de conciencia de todo esto, una toma de conciencia profunda a partir de las realidades que se ven hasta llegar a las realidades que no se ven. Debemos tomar conciencia de que no somos nosotros quienes podemos dar la liberación. Ningún poder humano puede darla. Es necesario que el verdadero Salvador baje. El único verdadero liberador es Cristo. Si miramos así las cosas, no hay liberación posible si no es por Cristo. Podemos destruir todas las estructuras injustas; podemos establecer un orden que podemos llamar nuevo; podemos acabar con las grandes propiedades, con las grandes empresas; podemos hacer nuevas reparticiones de bienes materiales; podemos llamar a los hombres al goce de estos bienes de que tanto nos ha colmado el Creador. Si allí no está Cristo en el interior, en las estructuras y en todo, inspirándolo todo, la liberación verdadera no se realiza. El hombre seguirá siendo el lobo del hombre. Tenemos miedo muchas veces del marxismo. Éste es argumento que convence a ciertas personas: el miedo al marxismo. No digo que no debamos tener miedo del marxismo si realmente somos cristianos; pero si tenemos fe, si sabemos que Cristo ha venido a liberar al hombre y que, para liberarlo, ha entregado su vida, y está resucitado, y está vivo; si sabemos que está vivo, que está aquí, que nos habla, que nos interpela, que trabaja con su espíritu, que está incansable… y creemos en Él, pero firmemente… ¿Cómo vamos a tener miedo al marxismo?… no hay miedo. Podríamos hasta colaborar en acciones concretas hacia metas determinadas con el marxismo, pero si es que estamos profundamente convencidos de que vivimos a este Cristo Salvador, de que está aquí en el mundo, de que no se ha ido, de que ha resucitado. ¡Vivamos el misterio pascual! Si nuestra fe es así, ya decía Él mismo, pequeña como un granito de mostaza, podremos decir a este monte: trasládate de aquí al mar, y así sucederá. No se trata de un monte material. Se trata de trasladar, de quebrar estas estructuras de injusticia. Para esto tenemos necesidad de que la fe viva en lo profundo de nuestro ser, que este Cristo liberador nos vaya liberando a nosotros al mismo tiempo que trabajamos por la liberación de la comunidad. Si todos trabajamos así, la liberación se va haciendo. En este sentido hablo de toma de conciencia.

Esta toma de conciencia constituye todo un proceso para conscientizarnos a nosotros mismos. Pero luego no tengamos miedo de conscientizar al pueblo. Muchos dicen que se está abriendo los ojos a las gentes del pueblo. Eso es criminal, dicen, van a rebelarse, van a causar grandes disturbios. No; la obligación es hacer tomar conciencia, esta conciencia profunda, para que así el clamor de este pueblo llegue hasta los oídos de Yahvé, para que así desde el cielo descienda hasta nosotros el Salvador, para que nosotros nos sintamos cobardes, sí, humildemente cobardes ante la tarea, como se sintió Moisés: “Yo no puedo hablar, yo no sé hablar”. Que sintamos así nuestra debilidad, nuestra pobreza, nuestra incapacidad, nuestra impotencia. Pero que escuchemos también: “No tengas miedo. Yo estaré contigo”. Se necesita una toma de conciencia así.

Promoción humana y evangelización.

Hablamos con mucha frecuencia de la promoción humana. Hay palabras que van perdiendo su profundo contenido a fuerza de ser usadas. Este es el peligro que encontramos para tantas cosas; el peligro que, inclusive, existe para la palabra liberación. Podemos usarla tanto y tan superficialmente que puede perder su profundo y rico contenido. Lo mismo sucede con la expresión “promoción humana”. Decimos que promovemos al hombre cuando le construimos unas casitas, cuando le construimos una escuelita, cuando le hemos conseguido un tractor del Ministerio y le abrimos un camino, o cuando le instalamos una planta eléctrica…

Promoción del hombre. Cuando aplicamos esta frase a todas estas actividades, pienso que estamos equivocados, no porque sean cosas malas, son cosas buenas, pero es que no hemos tocado al hombre. Le hemos dado cosas. En estos dos días se ha insistido mucho en este pensamiento fundamental: no es cuestión de que el hombre sea tratado como cosa, ni siquiera para hacerle el bien. No deberíamos llevarle beneficios, como si dijéramos ponerle adornos a un muñeco: le vamos a poner un sombrerito a la antioqueña, una cintita por aquí, una faja por acá, unos zapatitos, y decir luego que estamos promoviendo al hombre: ese muñeco se queda estático, pasivo, no reacciona…

Es el hombre el que tiene que despertarse, el hombre tal como Dios lo ha hecho, con una sensibilidad, con una imaginación, con una inteligencia, con una voluntad, con un cuerpo. Este hombre es el que tiene que ser despertado, para que sea, según los documentos de Medellín, el sujeto de su propio desarrollo. Que él sienta la necesidad de mejorar su casita; que él sienta la necesidad de tener una escuela; que él sienta la necesidad de instalar un servicio de agua potable.

Que sea él quien exija, quien presione, quien grite hasta conseguir la satisfacción de sus necesidades de hombre. Que sea él quien haga uso de su imaginación para inventar algo, para salir de su miseria. ¿Por qué hemos de estar haciendo uso de los inventos de otros países solamente? ¿Por qué no inventamos nada nosotros si tenemos una imaginación tropical? Se dice que tenemos una gran imaginación, ¿Por qué no la educamos para que descubra, tome iniciativas, adquiera un espíritu de empresa y así impida que el hombre se quede pasivo, sumido en la miseria, en su conformismo? ¿Por qué no despertamos en él la ambición de crecer? ¿Por qué no le quitamos su tendencia al conformismo que le lleva a decir inclusive que ésta es la voluntad de Dios? Es blasfemo todo esto. La voluntad de Dios no es esa. El hombre ha sido hecho por Dios para crecer, para progresar, para conquistar el mundo, para perfeccionarlo, para conquistar el cosmos, como lo estamos viendo. ¿Y por qué entonces dejamos al hombre latinoamericano pasivo y permitimos en su corazón y en sus labios esa frase: así sería la voluntad de Dios? No. Promoción del hombre es entonces llegar hasta allá, hasta lo íntimo de su ser para concientizarlo. Si nos concientizamos a nosotros mismos y concientizamos a los demás estamos empezando ya la promoción del hombre, estamos haciendo de Él el hombre que Dios quiere: con una cabeza para pensar por sí mismo; con una imaginación para descubrir e inventar por sí mismo; con una sensibilidad para detectar las necesidades de su ambiente por todos los costados; con un corazón para amar y entregarse al servicio de sus semejantes; con una voluntad para ser tenaz en el trabajo, empeñoso hasta conquistar lo que se propone. Este es el hombre que debemos formar. Que vengan entonces todas las demás cosas que se llamarán de promoción social, de promoción económica, de promoción cultural; pero antes, en la base hay que realizar la promoción del hombre, del hombre en la profundidad de su ser y de su existencia.

Dije promoción humana y evangelización. He venido hablando ya de Cristo. Podemos promover al hombre y, sin embargo, podemos comprobar que sus conquistas no le sirven para liberarse. Todo lo contrario: las conquistas de la ciencia, las conquistas de la técnica son de ordinario utilizadas por el hombre para oprimir a otros hombres. Hay naciones más adelantadas que oprimen a pueblos menos adelantados. Es que en el fondo el hombre está viciado por el pecado. Por esto Cristo ha descendido y se ha hecho hombre como nosotros para liberarnos del pecado, no de mi pecadito individual (acúsome Padre que dije mentiras cinco veces, acúsome Padre que estuve murmurando contra fulano de tal); no negamos que estos sean pecados; pero no nos hemos detenido a considerar el pecado social de que somos responsables todos en mayor o menor grado. Este mundo de pecado debe evangelizarse: Cristo ha venido para ser el libertador del hombre, libertador de todo pecado.

Realizadas las tareas de concientización, de promoción del hombre y de evangelización de una manera auténtica, este hombre va a descubrir qué es lo que tiene que hacer: se preparará mejor, se organizará para fortalecerse con la ayuda de los demás, buscará el equilibrio en las acciones más arriesgadas, gritará, presionará, hará todo lo que su conciencia cristiana le dicte para la liberación de la comunidad, para la liberación del pueblo. Si hacemos auténtica promoción humana, si evangelizamos al hombre, si nos evangelizamos a nosotros mismos, las acciones liberadoras vendrán cada día. Y cada día avanzaremos en nuestra liberación.

*Participación de Monseñor Proaño en el Simposio sobre Liberación

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