sábado, 19 de septiembre de 2009

Envío Nº 21 LA HORA DE LA ACCIÓN LIBERADORA (I Parte)

*La Hora de la Acción Liberadora (I Parte)

Señor Obispo Leonidas E. Proaño
Riobamba, Ecuador

Mis queridos amigos:

Vamos a empezar el tema “La hora de la acción liberadora”. Lo que voy a decir quisiera que fuera solamente material de reflexión para que de este simposio, cada uno de nosotros sacáramos verdaderos compromisos.

El tema “La hora de la acción liberadora” debería aspirar a ser como la conclusión de las magníficas reflexiones que nos han dado desde el punto de vista teológico, psicológico, experimental, eclesiológico, etc.

Desde el principio se ha planteado la inquietud, ¿cómo vamos a hacer la liberación? ¿Qué es lo que vamos a hacer para realizar la liberación? Es una inquietud muy comprensible, porque siempre corremos el peligro de hablar mucho y en la hora de la acción estar ausentes. Por eso se va haciendo presionante esta pregunta: ¿Cómo vamos a hacer esto, o cómo vamos a hacer lo otro?

Ante todo, siguiendo el esquema que he presentado, haré unas precisiones breves.

Cada hora es la hora.

La primera parte dice: ¿Cuál es la hora? Y yo respondo, que cada hora es la hora. No podemos hacer una división y decir; mañana será la hora. La tarea de la liberación en el sentido evangélico, en el sentido bíblico es tarea de todos los días. Tarea de todos los días a nivel personal y a nivel eclesial. No podemos descuidarnos de esta tarea ni un solo instante de nuestra vida. La historia es como una corriente continua; nunca se detiene y en cada minuto, en cada instante debemos estar atentos a realizar en nosotros y a realizar conjuntamente con los otros, la liberación del hombre.

Dentro de esta misma línea de pensamiento, hago la segunda precisión:

Ciertamente, necesitamos reflexionar; necesitamos ver la realidad, y verla, no solo en sus apariencias y superficialmente; necesitamos verla en profundidad. Preguntarnos constantemente: esto ¿qué significa? Esto que estoy viendo, ¿responde o no responde a los planes de Dios, a los designios de Dios? ¿Por qué esta situación? ¿Cómo hacer para que esta situación cambie? ¿Pusiste un poco de reflexión en este aspecto? Perdonadme, porque los latinoamericanos somos irreflexivos de ordinario; muy prontos para acciones inmediatas, muy prontos para salir a la calle a lanzar un grito, muy prontos para tomar medidas, inclusive, adhesivas, pero sin mirar hacia dónde vamos, sin mirar porqué lo hacemos, sin mirar qué compromiso profundo estamos tomando. Debemos aprender a ir reflexionando constantemente en nuestra vida. Pero esa misma reflexión tiene que estar perfeccionada con la acción, para que no nos quedemos, como dije, ya, en las simples palabras, en los simples discursos. Reflexión y acción; aun cuando ésta sea pequeña al principio, aun cuando el compromiso no sea trascendental, sí lo es pedagógicamente. El compromiso, la acción realizada debe venir inmediatamente después de la reflexión, y, una vez realizada la acción, hay que volver a reflexionar: esto que he hecho, pequeño o grande, ¿qué importancia ha tenido? ¿Ha tenido el resultado que esperaba? ¿Voy caminando hacia el objetivo?

Liberación de Israel y hora de América Latina.

Una vez hechas estas breves precisiones, digo que ésta es la hora de la liberación. La hora que estamos viviendo en América Latina, es la hora de la liberación. Para tratar de comprenderlo bien, os pido que, conmigo, nos detengamos a considerar algunas de las características de la acción liberadora del pueblo de Israel, de la esclavitud de Egipto, para que descubramos, a través de ese hecho histórico-bíblico, si hay o no condiciones semejantes, aplicaciones posibles, a la situación que vive en esta hora el pueblo latinoamericano.

No voy a hacer una larga lectura; simplemente recordemos que cuando Moisés estaba apacentando las ovejas de su suegro, vio una zarza que ardía sin consumirse y, curioso, fue a ver de qué se trataba. Allí estaba la presencia de Yahvé. Y Yahvé dijo: “Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto y he escuchado el clamor que le arrancan sus capataces. Pues ya conozco sus sufrimientos” Éxodo, 3, 7-10. Detengámonos: “Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto y he escuchado el clamor que le arrancan sus capataces. Conozco sus sufrimientos”. Esta es una primera verdad que debemos tenerla en cuenta, y voy a hacer la aplicación del hecho histórico a la situación latinoamericana actual.

También hoy parece evidente que Yahvé está viendo la aflicción de su pueblo. La ve, se interesa por esta aflicción del pueblo latinoamericano. Ha escuchado su clamor; conoce sus sufrimientos. Y Yahvé continúa: “He bajado para liberarlo de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que tiene leche y miel, al país de los cananeos”, etc. “Así, pues, el clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí y he visto, además, la opresión con que los egipcios los oprimen. Ahora, pues, ve. Yo te envío al Faraón para que saque a mi pueblo, los hijos de Israel, de Egipto”.

¿Qué características encontramos en este pasaje?

Siempre la misma característica: DIOS SALVADOR. Es El quien toma la iniciativa; es El quien ve, quien escucha, quien conoce los sufrimientos de su pueblo. Y baja. “He bajado”, dice.

Pero al mismo tiempo debemos tomar en cuenta otra realidad, otra característica: ese pueblo israelita ha tomado conciencia de su esclavitud. Si no hubiera tomado conciencia de su esclavitud, no habría clamado al Señor; no habría lanzado el grito de petición de que el Señor venga, baje a liberarlo. Ya estaba ese pueblo harto de tanta opresión de los Faraones y por eso, del fondo de su corazón, exhalaba un grito de pedido, de auxilio; es otra característica. También hay una misión: A Moisés le dice:

“Ve, yo te mando, para que te enfrentes con los Faraones, para que saques a mi pueblo, Israel, de Egipto, hasta la tierra que yo te mostraré”.

¿Qué pasa en América Latina en esta hora?

Todo sabemos y todos afirmamos que el pueblo latinoamericano está tomando conciencia de la opresión en la que vive. El campesino sabe que está oprimido. Ese aparato tan pequeño, el transistor, está distribuyéndose de tal manera por los campos de América Latina que, ese hombre que vivía aislado, ese hombre que no había tomado conciencia de su situación infrahumana, ese hombre está despertando rapidísimamente en esta hora. Él está viendo que vive bajo una opresión. Él está comprendiendo que no es justo que se le trate así. Va haciendo conciencia y está exhalando su clamor. El obrero, el hombre que vive en el suburbio, el estudiante, el artesano, todos ellos van tomando conciencia de esta situación de opresión en América Latina, opresión que les viene de todos los costados, y exhalan su clamor.

Hay inquietud, hay efervescencia, hay manifestaciones por todas partes. No hay país, en América Latina, que en estos momentos esté gozando de tranquilidad, y, digo yo: ¡en buena hora!

Esta efervescencia es un signo de los tiempos que nosotros, como Iglesia, tenemos que escuchar e interpretar.

Es Yahvé el que nos envía a nosotros; es nuestro Salvador quien también está escuchando ese clamor. También está viendo la opresión; también está conociendo todas las injusticias y, es nuestro Salvador quien ha bajado hasta nosotros, a través de esta Iglesia de la que formamos parte. Aquí está y nos envía: VE, VETE.

¿Qué respuesta vamos a dar? ¿Vamos a dar una respuesta de palabra? ¿Vamos a echar la culpa a otros? ¿Vamos a decir que tiene la culpa una estructura, una institución?

Esa es otra tendencia nuestra. Al fin, si somos hijos de Adán y Eva. Adán buscó en la mujer la causa de su desobediencia y orgullo; Eva buscó en la serpiente la causa de la astucia con que engañó a Adán. De modo que siempre andamos buscando a quien echar la pedrada.

Concentrémonos en nosotros mismos, hermanos. No andemos buscando causas extrañas. Tratemos de buscar en nosotros mismos la respuesta. Veámonos también nosotros bajo la opresión. También nosotros somos esclavos de muchas opresiones. Quizá cuando estamos hablando de amor al prójimo, estamos pronunciando palabras que salen de los labios, pero que no salen del todo del corazón. ¿Por qué no nos sentimos cómplices, implicados en esta situación de pecado?

También invito entonces a que, humildemente, con profundidad en nuestra humildad, en nuestra miseria, tomemos conciencia de que nosotros también vivimos en una situación de esclavitud, y luego, tomemos conciencia de nuestras limitaciones.

La hora de la comunidad.

El problema es inmenso; el problema es complejo; el problema necesita una entrega total de nuestra parte, y no una entrega individual, sino una entrega como pueblo, una entrega como comunidad. Pero si antes no nos hemos hecho comunidad, ¿cómo podremos nosotros ser enviados en esta hora para liberar al pueblo de Israel en nombre de Cristo?

Es, pues, la hora de la comunidad, de la Iglesia. Sucede un fenómeno especial, en esta misma línea de evasión, que es un pecado también. Los seglares, que ya toman conciencia de que son Iglesia, critican mucho a los sacerdotes: no tenemos asesores; no tenemos sacerdotes que nos ayuden en esta hora importantísima de América Latina. Los sacerdotes echan la pelota a los obispos: los obispos no nos dicen nada; no ordenan; no dicen qué es lo que tenemos que hacer. Y también sucede que los obispos estamos esperando que las órdenes lleguen de Roma. Y así vamos evadiéndonos del cumplimiento de nuestro deber.

La respuesta debe ser la comunidad. Es la Iglesia, es la Comunidad solidaria, íntimamente unida por una misma fe, por una misma visión de fe, con un mismo realismo, con un mismo ímpetu del espíritu, con un mismo ímpetu de amor. La comunidad es la que tiene que dar la respuesta hoy. Para eso es la Iglesia; para eso está llamada a seguir cumpliendo la misión salvadora de Cristo. Sintiéndonos, entonces, solidarios, no hagamos críticas destructivas de los unos contra los otros. Busquemos cuál es nuestro puesto, el puesto que nos corresponde en esta comunidad.

Leamos, en las cartas de San Pablo, las magníficas exposiciones sobre la Iglesia, sobre el Cuerpo que es la Iglesia, y allí descubramos cuál es el puesto que nos corresponde en esta hora de la liberación: el que tenga que presidir, presidiendo; el que tenga que enseñar, enseñando; el que tenga que luchar, luchando; el que tenga que aconsejar, aconsejando. Cada uno en su puesto. Pero no rehuyamos la responsabilidad de esta hora.

¿Qué acción?

El tema dice: “La hora de la acción liberadora” ¿Qué es lo que vamos a hacer? ¿Qué haremos para que la liberación no sea una palabra vacía? ¿Para que esta salvación traída por Cristo sea de cierta manera palpable? ¿No sea simplemente una espera de una salvación azarosa? ¡Quizá tenga suerte de salvar mi alma en el último instante de mi vida! No, que la salvación, que esta liberación, podamos irla viendo realizarse. Para que los campesinos, para que los obreros, para que los estudiantes, los artesanos, para que todo el Pueblo de Dios, sienta que está siendo liberado. No se desengañan; hay ese gran peligro en América Latina.

En el folleto que se nos ha repartido (Liberación, opción de la Iglesia Latinoamericana en la década del 70, Ed. Presencia, Bogotá, 1970), se habla de esta década, de estos 10 años. ¿Cuál es nuestro deber en estos 10 años de Iglesia? Es posible que estos 10 años se defina la supervivencia o no supervivencia de la Iglesia en nuestro continente. ¿Por qué? Porque si no respondemos como es debido a las exigencias de liberación de las clases oprimidas y de nosotros mismos, habrá un desengaño, una decepción. Volverán la espalda a esta Iglesia que viene trabajando desde algunos siglos en este continente. Es cuestión de corto tiempo. ¿Qué es, entonces, lo que vamos a hacer?

*Participación de Monseñor Proaño en el Simposio sobre Liberación

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