sábado, 19 de septiembre de 2009

Envío Nº 20 LIBERACIÓN ¿UNA PALABRA PELIGROSA? (II Parte)

LA LIBERACIÓN… ¿UNA PALABRA PELIGROSA? (II PARTE)

5.- Teología de la esclavitud.- Al hacer memoria de la esclavitud del pueblo de Israel en Egipto, notamos de paso que el Faraón ejercía la opresión de dos maneras: amargándoles la vida con rudos trabajos y matando a seres inocentes. También es necesario recordar que el pueblo de Israel volvió a caer repetidamente en esclavitudes cuando abandonó la alianza con Dios y se entregó al culto de dioses extraños, dioses falsos.

Estas observaciones nos dan pie para realizar un análisis de la esclavitud desde el punto de vista teológico.

La esclavitud aparece como un hecho cruel y repugnante. Pero es necesario penetrar en el fondo de este hecho para comprender mejor en qué consiste la crueldad y la repugnancia. ¿Por qué los hombres ponen tanto empeño en someter a esclavitud a otros hombres? Si nos detenemos a reflexionar durante un minuto, podremos llegar a comprender que los móviles que impulsan a los hombres a oprimir a otros hombres son: el orgullo, la ambición, la venganza, el odio. Por orgullo un hombre se cree superior a otros hombres y entonces concibe la idea de sojuzgarlos para despreciarlos. Por ambición el hombre aspira a poseer más y más riquezas y entonces esclaviza a otros hombres con miras a convertirlos en los productores de esas riquezas por él ambicionadas. Por venganza, el hombre que se sintió oprimido en una etapa de su vida busca el desquite y la manera de convertirse a su vez en opresor y a sus opresores en oprimidos.

Si continuamos ahondando en este análisis, podemos darnos cuenta de que el orgullo, la ambición, la venganza, son algo así como una peste que contagia: otros hombres llegan también a ser orgullosos, ambiciosos, vengativos. Por este camino, la humanidad llega a establecer criterios de pecado. Cuando pueblos y generaciones de pueblos divinizan el orgullo de hombres que se propusieron construirse un pedestal de grandeza conquistando, a fuerza de sangre y de lágrimas otros países, es porque esos pueblos y esas generaciones de pueblos se han dejado contagiar por horrendos criterios de pecado. ¿No se levantan grandes y lujosos monumentos a esos hombres orgullosos y se les da el calificativo de héroes y de constructores de la historia? Lo dicho vale para grandes épocas de la historia de los pueblos, pero vale también para la vida diaria inclusive de pequeños pueblos: allí también rigen criterios de pecado: el desprecio para ciertas razas y en todo caso para los pobres; la admiración para los que roban con ingenio o vencen en contiendas injustamente provocadas por ellos mismos; la admiración por hombres que pisotean la dignidad de la mujer en incontables ocasiones; la alabanza a aquellos hombres que, ocupando un puesto de responsabilidad en el Estado, se aprovechan de él para su propio indebido enriquecimiento…

Esta contaminación social es lo que se llama situación de pecado y pecado del mundo. Consiste en una triple perversión del corazón humano: perversión de sus relaciones con Dios, perversión de sus relaciones con el mundo material, perversión de sus relaciones con los demás hombres.

Dios es el creador de todas las cosas. Por esta razón, Dios es el dueño absoluto de todo cuanto existe. El hombre, la obra maestra de la creación de Dios está llamado a ser la inteligencia, la conciencia, el corazón mismo del mundo. Es decir, el hombre está llamado a someterse a Dios su creador, sometiendo al mundo. Romper esas relaciones para erguirse como señor de todo cuanto existe es suplantar a Dios con la más radical de las perversiones.

Dios ha hecho el mundo para servicio del hombre, de todos los hombres. Pero el hombre que ha llegado a pervertir su corazón y sus relaciones con Dios su creador, quiere convertirse en el dueño del universo, de todas las riquezas, de todos los poderes. Así nacen los imperialismos. El hombre, en este caso, pervierte la finalidad señalada por Dios al mundo.

Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza, no sólo porque le ha dado la capacidad de enseñorearse del mundo, sino también porque le ha dado la capacidad de hacerse comunidad con los demás hombres. Por esto, Dios ha sembrado en el interior del corazón del hombre una chispa de su propio amor, para que aprendiera a amar y a crecer como pueblo. Pero el hombre, al haber pervertido su corazón alejándolo de Dios y constituyéndose en el centro de todas las cosas, al haber pervertido la finalidad dada por Dios al mundo, pervierte también la finalidad que el Señor ha dado al corazón humano de aprender a amar para hacerse comunidad, pueblo, familia de Dios.

A través de la historia de la humanidad, se puede ver cada sistema surgido para consagrar como orden establecido esta triple perversión del corazón humano. En los tiempos en que vivimos el sistema que encarna esta triple perversión es el capitalismo.

6.- Teología de la liberación.- Dios tiene su plan sobre el hombre. Pero Dios ha creado al hombre con libre albedrío y para la libertad. Esta condición que es un privilegio es también una responsabilidad y un peligro; el hombre puede crecer en libertad, como puede destruirse a sí mismo cayendo de esclavitud en esclavitud.

Desde el fondo del misterio en el que Dios por su misma naturaleza se cobija, está constantemente llamando al hombre a ir hacia El. “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en ti”. Así habló San Agustín. Su frase traduce perfectamente los sentimientos profundos de todo hombre.

Dios habla al hombre y le llama por medio de la voz de su conciencia: esta no es sino el eco de la voz de Dios. Pero Dios llama también al hombre por medio del mundo material. Son palabra de Dios las estrellas, las montañas, los mares, los ríos, las selvas, los animales, las aves del cielo, los frutos, las florecillas del campo, la luz y sus colores, el viento y sus rumores… No sólo hizo Dios el mundo para que el hombre saque de él lo necesario para sustentar su vida, sino también para que, sintiéndose desafiado por tantas fuerzas misteriosas, el hombre aprendiera a caminar, a crecer en sus más íntimos e imponderables valores, a construir el mundo y a construirse él mismo.

Mientras más adelanta el hombre en la conquista del mundo, cuando ésta se realiza según el plan de Dios, más se libera de sus limitaciones, de sus miedos, de sus cobardías, de sus debilidades, de su inconstancia, de su fragilidad, de su inseguridad, de sus incertidumbres…

El hombre mismo es también y con mayor razón Palabra de Dios. Por medio del hombre Dios habla con el hombre. Si la naturaleza encierra tantas y tan inexpresables bellezas, el hombre es un mundo insondable de belleza y de misterio, tanto en su cuerpo como en el fondo de su ser mismo. ¿Cuándo acabaremos de admirar y de comprender el funcionamiento, por ejemplo, del ojo humano, del oído, de los pulmones, del corazón? ¿Cuándo alcanzaremos a descifrar los misterios de su alma, por más adelantos que haga la psicología? En el fondo del ser del hombre palpita permanentemente la Palabra creadora de Dios, el Verbo de Dios: “La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”.

Por medio del hombre que es Palabra de Dios, este mismo Dios se propone ir liberando al hombre: “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” Gén. 1,26. El camino de reconstrucción del hombre es el diálogo en la comprensión y en el amor. Si Dios continúa hablando al hombre por el hombre, este debe darse cuenta de las finalidades de Dios y colaborar con El en su mutuo crecimiento que, en definitiva es liberación progresiva.

Pero el mismo Verbo de Dios subyacente y vivo en todo hombre, por voluntad de su Padre y en vista de las perversiones en que cayó el hombre, se encarnó para asumir nuestra naturaleza y liberar al hombre con todo cuanto existe y gime por causa del pecado: “Entonces Jesús fue a Nazaret, el pueblo donde se había criado. En el día de descanso entró en la sinagoga, como era su costumbre, y se puso de pie para leer las Escrituras. Le dieron el libro del profeta Isaías; y cuando lo abrió, encontró el lugar donde estaba escrito así:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para dar buenas noticias a los pobres, me ha mandado para sanar a los afligidos de corazón, para anunciar la libertad a los presos y dar vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar el tiempo favorable del Señor.
Jesús después de sentarse dijo: “Hoy mismo se ha cumplido esta Escritura delante de ustedes”.

Cristo es así nuestro Salvador y nuestro Liberador. La Salvación plena tendrá su cumplimiento al final de los tiempos. Mientras tanto, los hombres van de liberación en liberación de las situaciones concretas de pecado hasta que Él vuelva.

Cristo continúa realizando su salvación, no sólo en el interior de cada cristiano, sino también rompiendo las estructuras sociales de pecado que nos esclavizan. Ciertamente que la fuerza de Cristo actúa en el interior de los hombres para su conversión del mundo de pecado al Evangelio. Pero hay que tomar en cuenta que esta transformación del hombre necesariamente repercute en la transformación de la sociedad. El cristiano verdaderamente convertido es un hombre verdaderamente comprometido. El hombre verdaderamente cristiano no actúa solo, sino con otros igualmente convertidos y comprometidos. Es decir los cristianos actúan como pueblo.

Si Moisés fue el liberador del pueblo de Israel desde Egipto, a través del desierto, hasta avizorar la tierra prometida, Cristo es asimismo el conductor del pueblo cristiano desde las esclavitudes del pecado hacia la liberación definitiva.

7.- La Iglesia y la liberación.- La Iglesia es el nuevo pueblo de Dios. Así como Israel, cuando abandonó la alianza con Dios y se entregó al culto de los dioses falsos, cayó en esclavitudes vergonzosas, también el nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia ha podido caer y ha caído en la ruptura de la alianza nueva y en el pacto con dioses falsos.

Ya sabemos que los dioses falsos de esta hora son los poderes de este mundo; el dinero, el poder político, el prestigio, las fuerzas de represión y la religiosidad. Cada vez que la Iglesia ha hecho alianza con estos poderes, Dios la ha humillado. Pero lo ha hecho por amor, para que vuelva a la pureza de la alianza, a la fidelidad de su misión liberadora.

Cuando la Iglesia por la bondad de Dios y por su propio esfuerzo consigue liberarse de la esclavitud frente a los poderes de este mundo, cumple con sus tareas liberadoras: denuncia profética de las injusticias y opresiones; solidaridad con los pobres y con los que sufren; desafío a los poderes de este mundo; compromiso en acciones liberadoras sin medir las consecuencias.

Se levanta así fácilmente la persecución contra esta Iglesia que ha dejado de ser la aliada de los poderosos: estos mismos se vuelven contra ella. Pero en esto debe encontrar una de sus mejores señales de autenticidad: “Ningún discípulo debe conformarse con llegar a ser como su maestro, y el siervo como su amo. Si al jefe de la casa le llaman Belcebú, ¿qué no dirán de los de su familia?” Mt. 10, 24-25

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