sábado, 19 de septiembre de 2009

Envío Nº 18 EL CLERO Y LA IGLESIA DEL FUTURO EN RIOBAMBA (II Parte)

EL CLERO Y LA IGLESIA DEL FUTURO EN RIOBAMBA. II PARTE

¿Qué podemos pensar nosotros sobre esta situación?

4.- Reflexiones.- Si va disminuyendo gradual y rápidamente el número de sacerdotes en la diócesis de Riobamba, como en cualquiera otra diócesis del Ecuador, de América Latina o de cualquier otra parte del mundo, ¿qué será de la Iglesia?… Esta es la pregunta que nos hacemos de inmediato con no poca angustia.

¿A qué obedece esta pregunta? ¿A qué obedece esta angustia?…
- Hemos estado acostumbrados a identificar Iglesia con clero. Me parece que ésta es la explicación de nuestra angustia. Por eso pensamos que desapareciendo el clero está condenada a desaparecer la Iglesia. Todavía no ha penetrado en lo más hondo de nuestro ser la condición de que todos somos iglesia y de que si llegamos a construir una iglesia viva, esta Iglesia viva es imposible que no florezca y fructifique en vocaciones al ministerio sacerdotal.

Después del Concilio, todos vamos tomando conciencia cada vez más fuerte del importantísimo papel que están llamados a desempeñar en la Iglesia los seglares. No quiero decir que pierda importancia el papel del auténtico sacerdote, del sacerdote que concibe su vida como una misión continua de servicio al pueblo sacerdotal que gira alrededor de Cristo. Pero es indiscutible que los seglares están llamados a tomar grandes y trascendentales responsabilidades en el florecimiento de una Iglesia cada vez más auténtica y cada vez más responsable de su misión en medio de un mundo que cambia vertiginosamente y que avanza de manera no menos vertiginosa. Esta es una primera reflexión que debemos tener presente y en la que debemos ahondar con mucha frecuencia.

- También hemos estado acostumbrados, sobre todo en nuestros países latinoamericanos, a considerar a la Iglesia como una multitud innumerable de bautizados. Siempre nos enseñaron, cuando aprendimos el catecismo o la apologética, que los católicos éramos muchos millones en el mundo. Pero, este triunfalismo de los números y de los millones ha venido a menos. Porque el crecimiento demográfico en el mundo va mucho más rápido que el crecimiento de los hombres que se hacen bautizar en el seno de la Iglesia católica. Concretamente, cuando el mundo tenía dos mil millones de habitantes, era importante el número de católicos si se afirmaba que estos eran 500 millones. Actualmente, el número de habitantes en el mundo pasa de los tres mil millones y el número de bautizados en la Iglesia católica no llega a los 600 millones. Éramos la cuarta parte de los habitantes del mundo. Ahora somos solamente la quinta parte. Por esto dije que el triunfalismo del número y de los millones ha venido a menos.

Y no es esto lo que debe preocuparnos mucho. Necesitamos saber si esos 500 ó 600 millones de bautizados en la Iglesia católica representamos realmente a la Iglesia de Cristo. ¿Vivimos tan fielmente el Evangelio que estos 500 ó 600 millones seamos el signo de salvación querido por Cristo? Con un hondo suspiro, tenemos que reconocer que una inmensa mayoría de los católicos no vivimos las exigencias del Evangelio. Todo lo contrario: injusticias, odios, opresiones son los pecados de muchísimos católicos. No quiero decir nada de los cristianos, es decir, de católicos y protestantes, porque también aquí se vería que no estamos viviendo el Evangelio, pues las grandes guerras y las grandes injusticias provienen de países llamados cristianos.

En el continente latinoamericano, se calcula que vivimos actualmente unos 280 millones de habitantes. De éstos, el número de los no cristianos es tan pequeño que casi no se cuenta, y el número de los no católicos constituye un porcentaje muy reducido. Desde este punto de vista, hablamos de América Latina como del continente católico. Pero, qué catolicismo es el que vivimos: un porcentaje insignificante de privilegiados y masas innumerables de gentes que se debaten en la pobreza y en la miseria. Multitudes ansiosas de prácticas y ritos mágicos y apenas insignificante número de seglares seriamente comprometidos con el Evangelio y, por lo mismo, con los problemas de los hombres.

¿Debemos seguir pensando que la Iglesia ha de ser una sociedad con aspiraciones a engrosar en sus filas más y más millones de hombres?

Cristo ha fundado su Iglesia para que sea el signo de salvación de todos los hombres ciertamente. Pero este signo tiene que ser en verdad signo y no diluirse en la inmensidad de los números. Parece que la Iglesia de Cristo auténtica debe constituirse por minorías. Clarísimamente nos llevan a pensar así las parábolas del grano de mostaza y del fermento: “el Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo; y con ser la más pequeña de todas las semillas, cuando crece es la mayor de las hortalizas y se convierte en árbol… El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que una mujer tomó y mezcló con tres medidas de harina…”

Según esto, debemos canalizar todos nuestros esfuerzos a la edificación de la Iglesia como minoría, pero irradiante y fermentadora.

- Siguiendo el mismo criterio multitudinario en la concepción de la Iglesia, hemos caído también en el error de pensar que teníamos más Iglesia mientras más grandiosos edificios levantábamos en medio del mundo: iglesias suntuosas, colegios grandiosos, torres llamativas, conventos y casas de formación inmensos… No hace mucho tiempo que se pensaba que el continente latinoamericano iba a salvarse mediante la construcción de seminarios mayores y menores con capacidad de albergar muchos centenares de alumnos. En levantar esos edificios se han gastado sumas ingentes de dinero, provenientes de la generosa ayuda de países extranjeros. Cuando estos edificios estuvieron terminados o casi por terminarse, se llegó a descubrir con desilusión que eran edificios destinados a permanecer vacíos. Los hechos nos van hablando dolorosa, pero elocuentemente sobre la equivocación en pensar que la Iglesia de Cristo deba identificarse con la magnificencia de los edificios. Lo que he dicho de los seminarios menores y mayores se puede aplicar a otra serie de construcciones.

- Asimismo, se ha pensado equivocadamente que se edificaba la Iglesia de Cristo cuando se entraba en alianza con los poderes de este mundo: alianza con los poderes políticos, alianza con los poderes del dinero, alianza con los poderes militares.

Herederos de estos conceptos, éramos felices cuando podíamos sentarnos junto al Presidente de la República o a los Ministros de Estado, cuando éramos invitados a las fiestas y banquetes de familias nobles y ricas, cuando nos pedían que fuéramos a bendecir los aviones y las armas del Ejército, cuando se aceptaba la proclamación de la Virgen como Generala del Ejército. Por estas mismas razones, buscábamos igualarnos a los poderosos construyendo palacios y vistiendo de manera extraña. Los poderosos o los devotos fueron haciendo obsequios para tranquilizar su conciencia y la Iglesia pudo ostentarse con todas las características de sociedad poseedora de grandes haciendas y de cuantiosas sumas de dinero.

Preguntémonos: ¿esta imagen de la Iglesia refleja aunque sea lejanamente la auténtica imagen de la Iglesia de Cristo? El nació en un pesebre. El vivió pobremente como un artesano humilde, El escogió para sus primeros apóstoles a sencillos pescadores. El murió sin haber ostentado jamás un signo de riqueza. Su fuerza estaba en su Palabra.

- ¿Será por lo menos aceptable el deseo de contar en el seno de la Iglesia con más y más numerosos hombres sabios, hombres cultos, hombres capaces de codearse con los grandes científicos de esta hora? En esto también se han puesto extraordinarios empeños. Muchas Congregaciones religiosas se han dedicado a la enseñanza con la finalidad de dar a la Iglesia hombres cultos.

No podemos estar en contra de la ciencia, ni de la cultura. Dios mismo ha dado al hombre capacidades para que vaya descubriendo los misterios de la naturaleza, perfeccionando el mundo y perfeccionándose a sí mismo. Sin embargo, no es en la ciencia ni en la sabiduría en donde haya que poner el acento para caracterizar a la Iglesia de Cristo ni es necesario esto para construirla.

En la segunda lectura de la misa del cuarto domingo del año, hemos podido escuchar estas desconcertantes palabras: “el Mensaje de la muerte de Cristo en la cruz parece tontería a los que van a la destrucción; pero a los que vamos a la salvación, este Mensaje es poder de Dios, como dice la Escritura: destruiré la sabiduría de los sabios, y haré a un lado el entendimiento de los entendidos.
¿De qué sirve ahora el sabio, o el maestro, o el que sabe discutir las cosas de este mundo? Pues la sabiduría de este mundo, Dios la ha convertido en tontería… Dios ha escogido a los que el mundo tiene por tontos, para avergonzar a los sabios; y ha escogido a los que el mundo tiene por débiles, para avergonzar a los fuertes. Dios ha escogido a los que en el mundo no tienen importancia y son despreciados, es decir, a los que no son nada, para poner fin a los que son algo, de modo que nadie pueda sentirse orgulloso delante de Dios”. I Cor. 1, 18-31

5.- Aplicaciones.- ¿Qué será de la Iglesia en la Diócesis de Riobamba, si va disminuyendo gradual y rápidamente el número de sacerdotes? Respondámonos a esta pregunta. Las reflexiones que acabo de hacer nos iluminarán y nos sugerirán la respuesta.

Me parece que debemos dedicarnos con toda el alma a la promoción de los seglares, en todos los niveles. La diócesis de Riobamba es eminentemente rural. El 83% de la población de la provincia del Chimborazo vive en el campo y allí desarrolla sus actividades. Es lógico, entonces, que la principal atención en cuanto a la formación de seglares tenga que volcarse hacia los hombres del campo, sean estos blancos, mestizos, o indígenas. En cada pequeña comunidad humana podemos y debemos descubrir cuáles son las personas más capaces de constituirse en servidoras de sus semejantes. Si nos dedicamos a formarlas y si ellas mismas toman en su mano su propia educación en contacto permanente con su comunidad, allí estará el secreto de un futuro y próximo florecimiento de la Iglesia, a condición de que descubran a Cristo Resucitado.

No debemos descuidar al 17% restante de la población. Este está compuesto por comerciantes, artesanos, empleados… En este medio socio-cultural, tenemos que cumplir la misma tarea: dentro de comunidades humanas, descubrir los responsables y responsabilizarlos efectivamente del Evangelio y de sus hermanos.

Los pocos sacerdotes enteramente dedicados al ministerio del pueblo de Dios podrán ser los formadores de todos estos responsables, los animadores de las comunidades cristianas y los que vayan celebrando una auténtica eucaristía como expresión de la salvación del pueblo.

Las comunidades cristianas integradas por reducido número de personas serán ese fermento evangélico del que hablamos en las reflexiones anteriores: de aquí la importancia de las comunidades eclesiales de base. Estas comunidades cristianas están llamadas a ser, por la fe viva y la caridad comprometida, el signo de salvación que es la Iglesia.

Esta Iglesia, fundamentada en Cristo pobre y en pequeños grupos de hombres pobres, no tendrá necesidad de grandes construcciones ni de extraordinarias sumas de dinero, ni de alianzas con los poderosos para mantener su existencia. Más bien, buscará esta libertad que da la pobreza del Evangelio vivida con autenticidad, para poder levantar su voz profética y proclamar comunitariamente la Buena Nueva de Salvación traída por Cristo.

Como consecuencia lógica, se entenderá que esta Iglesia se caracterice por la pobreza también en el aspecto de sabiduría según el mundo. Los integrantes de las comunidades cristianas se esforzarán, indudablemente, por desarrollar todas sus capacidades y por crecer como hombres. Podrá haber entre ellos hombres que se tecnifiquen y que adquieran inclusive títulos de acuerdo a los conocimientos que consigan. Pero, siguiendo el Evangelio, no pondrán en la sabiduría según el mundo, en la técnica, en los títulos la confianza para la edificación de la Iglesia. En una palabra, estos hombres se empobrecerán a sí mismos en el sentido de no enorgullecerse por sus conocimientos y en el sentido de ponerse al servicio y al alcance de sus semejantes. Es esto lo que hizo San Pablo: él podía ser considerado por sus conocimientos como un hombre culto, pero supo renunciar a esta sabiduría para ponerse al alcance de los pobres de su tiempo: “mi palabra y mi predicación no consistían en hábiles discursos de sabiduría, sino en demostración de espíritu y de poder; de suerte que vuestra fe se base, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios” I Cor. 2, 4-5

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