viernes, 21 de agosto de 2009

Envío Nº 1 REFLEXIONES ANTE EL PESEBRE

20 Años junto al Padre

Mons. Proaño, Obispo de los Indios en Ecuador


En agosto de 2008 celebraremos el Vigésimo Aniversario de la Pascua de MONSEÑOR LEONIDAS PROAÑO VILLALBA quien durante 35 años de Episcopado en la Diócesis de Riobamba – Ecuador y como Presidente del Departamento de Pastoral Indígena de la Conferencia Episcopal, consagró su acción pastoral y su vida al servicio de los indios.

Por este motivo y en coordinación con la Fundación Pueblo Indio del Ecuador, asumimos con gozo la tarea de acercar su pensamiento y su acción a quienes no han tenido la suerte de conocerlo; y mantener viva su presencia en quienes hemos tenido la ventura de compartir algún tramo de su vida.

Desde esta fecha, y con la periodicidad de un envío semanal, les haremos llegar fragmentos de sus obras o de escritos sobre su figura. El propósito es crear una corriente de gracia que nos lleve a vivir la opción de un compromiso con y desde los pobres, de trabajo por el Reino y su Justicia; favorecer un acercamiento a la nueva realidad que vive Ecuador en esta época de cambios.

En el transcurso del año, comunicaremos las actividades previstas para este Vigésimo Aniversario que se proyecta celebrar en diferentes lugares.

Fraternalmente

José Antonio y Gloria

Nos encontramos viviendo el tiempo de Navidad, por eso, el primer envío hace referencia a ésta festividad.

REFLEXIONES ANTE EL PESEBRE

Un recuerdo del campo

En esta vez, mi intervención del viernes coincide con la víspera de Navidad. Cada año, en la víspera de Navidad, me he dirigido con un mensaje a todos los campesinos del Ecuador, a través de las ondas de Escuelas Radiofónicas Populares. Hoy, mi intervención del viernes es también mi MENSAJE DE NAVIDAD.

Pensando en lo que debía decir, me ha venido a la memoria un recuerdo. Hace ya algunos años, estuve visitando la cooperativa “Juan Diego” en días próximos a la Navidad. Y entonces se me dio la noticia de que la esposa de uno de los miembros de la cooperativa había dado a luz. Ahora, los miembros de la cooperativa “Juan Diego” tienen cuando menos su casita mejorada, pero en esa época la mayoría estaba viviendo en chozas improvisadas. Quise visitar a la mujer del campesino miembro de la cooperativa. Tuve que doblarme para poder entrar por la estrecha puerta de la choza. Casi no era una choza: era un hueco excavado en la tierra, era una cueva, húmeda y obscura, recubierta con un techo de paja. Por esto, después de introducirme por la puerta, tuve que descender a tientas. Cuando los ojos se acostumbraron a la oscuridad, pude ver a la mujer con su niño en los brazos. El espectáculo me impresionó hondamente. A causa de la cercanía de la Navidad, pensé de inmediato en el nacimiento de Jesús: Él también nació en el interior de una cueva, en un pesebre, refugio de animales, en la soledad de la noche, en el frío del invierno.

Los cristianos hemos idealizado muchas cosas del cristianismo: nos hemos acostumbrado a ver imágenes de Jesús que representan al Hijo del Hombre con un rostro sonrosado, con unos bucles que le caen airosamente por la espalda, con unos ojos lánguidamente tiernos, con unas manos finas y bien cuidadas… Nos hemos acostumbrado a contemplar imágenes de la Virgen que nos representan a la Madre de Dios como una mujer vestida de reina: con corona, con un amplio manto azul y con una túnica blanca y larga… De igual manera, hemos representado el pesebre de Belén con imágenes tan poéticas, que nos alejan de la visión real de los hechos: San José de rodillas en profunda adoración junto a la cuna; a su derecha, la Virgen, también de rodillas, en adoración no menos profunda; unos angelitos esparcidos por el aire cantando al Niño o tocando una arpitas de juguete; unos encantadores pastorcitos que vienen con las espaldas encorvadas a presentar sus ofrendas al Niño; más allá, unos Reyes Magos montados sobre camellos, seguidos de una numerosa comitiva y con un cargamento de riquezas que traen para ofrecer también al Niño; una estrella luminosa colgada en lo más alto del pesebre o más bien del cielo mismo; por allá, la ciudad de Belén tranquilamente dormida; no faltan los animales, los cazadores, las lagunas, los pastos… ¡Todo tan bonito! La realidad debió ser, en cambio, tan dura. Algo así como el nacimiento de este niño indio que yo vi con mis propios ojos y que continúa siendo una realidad en las alturas de nuestros páramos…

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