viernes, 29 de enero de 2010

Ponencia: LIBERACIÓN Y SUMAK KAWSAY Elsa Tamez

LIBERACIÓN Y SUMAK KAWSAY (BUEN VIVIR): UNA MIRADA DESDE LA EQUIDAD DE GÉNERO
Por Elsa Tamez

Liberación es un proceso continuo de una situación de opresión que busca el buen vivir. Me gusta el término Sumak Kawsay porque le da contenido al objetivo de vivir procesos de liberación. Hemos vivido tantas luchas, la mayoría perdidas, es cierto; como el coronel Buendía de 100 años de Soledad, que hizo 30 revoluciones, todas perdidas. Y, sin embargo, aquí estamos; todavía creemos, esperamos; bailamos en las fiestas a veces con las fotos de los mártires y desaparecidos pegadas en las paredes del salón, ellos nos ven y sonríen: nos acompañan. Esto es así porque los procesos de liberación se viven simultáneamente con el buen vivir. No se lucha sin alegría, con la cara larga, por las tierras de los pueblos originarios, el alto costo de la vida o contra la violencia contra las mujeres. Insertarse en el camino de liberación es ya un buen vivir un camino de gracia.

Liberación es un proceso continuo y comunitario. Se comienza y se espera el sumak kawsay. Cuando digo comunitario es que allí estamos juntos mujeres y hombres, de distintas culturas, motivados por el sumak kawsay para todos y todas. Hablar de liberación solo, sin sumak kawsay, puede ocultar discriminaciones raciales y patriarcales; pero hablar de sumak kawsay en el proceso comunitario de liberación saca a la luz las verdaderas relaciones interhumanas entre hombres y mujeres y con la naturaleza. Porque el buen vivir, el sumak kawsay, no se puede lograr en la lucha por la justicia a secas, ya que ésta tiende a postergar o a dejar a un lado, las dimensiones del buen vivir cotidiano: el beso, una mazorca asada bien hecha o compartir con el otro o la otra una mordidita de un taco calientito con frijoles y chile lleno de sabor. Sumak Kawsay se enmarca dentro de la ética del cuidado, dimensión imprescindible en las luchas por la justicia.

Para las mujeres es sumamente importante hablar de sumak kawsay cuando se habla de liberación de los pueblos, o de liberación de las mujeres. Si no hay sumak kawsay no hay liberación, aunque, por ejemplo, hayamos logrado una conquista salarial o hayamos logrado que se reconozca un poco más a las mujeres. Vivir bien es vivir un verdadero proceso de liberación. Por otro lado sumak kawsay sin una visión de liberación en el horizonte no tiene sentido, es una ilusión o un vivir cínico.

Voy a enfocar mi exposición en una relectura bíblica de Hch 3.1-10 que me sirva como paradigma desde la perspectiva de género. Mi intención es hacer una reflexión a través de un relato bíblico que nos ayude a ver dimensiones liberadoras y de buen vivir para hoy día. Como la biblia es un libro que surge en una cultura patriarcal, voy a hacer algunos cambios en cuanto a los personajes, sin tocar el fondo del relato. El cambio es para enriquecer el texto desde la perspectiva de género. El relato es bastante conocido: la curación de un paralítico a la puerta del Templo.

La historia narra que Pedro y Juan van al templo y se encuentran en la puerta a un paralítico, lo restauran y entran al templo juntos, todos se asombran y después tienen problemas con la Jerarquía de la iglesia de Jerusalén. Es un relato sencillo pero cuando lo leemos despacito, meditando en cada palabra del texto, el texto nos sorprende y se vuelve paradigma de liberación y Sumak Kawsay.
Comenzamos:

Tenemos tres escenas. La apertura, el desarrollo central y el cierre.

Apertura: Primera escena

En la apertura aparecen los personajes. Unos que van al templo a adorar y otro que es llevado a la puerta del templo a pedir limosna. Pedro y Juan representan la comunidad nueva, seguidores del resucitado y fieles a la tradición recibida, van a los sacrificios de las 3.00 de la tarde. “El otro” no tiene nombre, se le llama por su limitación: paralítico, cojo, tullido. Este es llevado como un objeto todos los días al templo a pedir limosna. Es alguien totalmente impotente, dependiente, esclavo de su condición. Dice el texto que era paralítico desde su nacimiento. Es decir, no sabía lo que era caminar, conducirse por sí mismo con libertad y adonde quisiera, andar erguido. Solo tenía como tarea pedir, tratando de arrancar compasión de los transeúntes. Era un no-persona. En fin, la escena se abre con gente que va a adorar al templo y una persona, representante de los excluidos, víctima del sistema, que es sentada afuera del templo para mendigar. Por el tiempo imperfecto de los verbos, observamos una situación continua permanente: unos van a adorar, otros a pedir limosna. Esta situación no puede continuar, tiene que ser afectada. Tiene que ocurrir algo para que cambie porque muestra una sociedad degradante que necesita ser reorientada.

Esta primera escena puede ser leída desde la perspectiva de género. Para empezar voy a cambiar o intercambiar los personajes. En lugar de Pedro y Juan podemos imaginarnos a María Magdalena y Pedro. Una mujer y un hombre que juntos ayudan a liberar a un hombre, un varón. No lo hago por arbitrariedad sino porque sueño en que hombres y mujeres seamos los protagonistas de los actos de liberación y del buen vivir. La historia oficial recogió más la memoria de Pedro, después de la muerte de Jesús. La historia heterodoxa, es decir la que leemos en los libros apócrifos, recogió la memoria de María Magdalena, y con frecuencia en disputa con los discípulos, especialmente con Pedro. Yo los quiero poner aquí juntos, como dos grandes discípulos y apóstoles del Jesús resucitado, fieles a la enseñanza de Jesús con respecto al trato con las mujeres. Claro, también podemos imaginarnos a Lupita y Monseñor Proaño, discípulos del siglo XXI.
El y ella van al templo siguiendo la rutina de la oración, a las 3 de la tarde. Ellos dos ya han sufrido toda una liberación personal, una transformación radical de sus vidas cuando se adhirieron al movimiento de Jesús y están preparados para una liberación socio-cultural y económica porque tienen los criterios del reino enseñados y practicados por Jesús. Ambos fueron testigos oculares y experimentaron las alegrías y sufrimientos de pertenecer al movimiento de Jesús. Ahora se deben dejan guiar por el Espíritu del Resucitado (igual que nosotros).

Pero no, en esta primera escena van como siempre al templo, como todas las tardes. El tiempo imperfecto de los verbos señala una situación imperturbable: unos son llevados cargados hasta la puerta del templo, otros van con sus dos pies; unos pueden entrar otros no. Unos piden otros tiran monedas. Ese no es un buen vivir se necesita liberación y buen vivir.
María Magdalena y Pedro, dos discípulos del resucitado, representantes de la nueva comunidad, son llamados a darle un giro a la realidad (igual que Monseñor Proaño y Lupita, es decir, nosotros). Pero ese giro no surge porque sí, porque tengan la idea de liberar en abstracto, sino por una exigencia misma de la realidad: Allí se topan con uno necesitado. Ese necesitado es un “hombre tullido”.

El texto habla de una persona indigente, dependiente, tratado como “cosa” por su enfermedad. Desde mi lectura de género, quisiera ver esto como algo simbólico; es decir, ver al personaje tullido como un varón que necesita ser liberado del sistema patriarcal y de su machismo. En América Latina la violencia contra las mujeres y el asesinato de mujeres es algo que se arrecia de manera sorprendente. Los cristianos y las cristianas no podemos seguir tolerando esa situación por causa del sistema patriarcal y neoliberal; digo neoliberal también porque es el que ha causado el desempleo y el abismo de la pobreza. Este modelo de libre mercado genera un círculo vicioso que en una sociedad patriarcal resulta fatal para mujeres y niños: los hombres se desquitan con las esposas y estas con sus hijos. El que las mujeres hayamos avanzado en nuestros derechos como personas, no ha disminuido la violencia. Incluso, se ha aumentado. ¿será porque nosotros tomamos conciencia y ellos no? En Guatemala, por ejemplo, en el 2008 hubo 517 asesinatos de mujeres y en el 2009, 637. Estamos frente a un verdadero femicidio. Y lo peor, se dice que el 98% de los asesinos quedaron impunes. Estamos hablando de un pecado estructural provocado por la sociedad patriarcal. Esto nos muestra que tal vez las mujeres hemos alcanzado algunos grados de liberación pero no el sumak kawsai. Los varones son víctimas del sistema patriarcal, no solo victimarios y necesitan ser liberados para un buen vivir, un buen convivir, de lo contrario no reflejamos la gloria de Dios ni su gracia. Reflejamos la desgracia de un vivir infeliz.

Pero también este indigente paralítico del relato, podría simbolizar a las mujeres que necesitan ser liberadas de su situación de dependencia total del otro, aquellas que mendigan pedazos de caricias porque no se sienten amadas; aquellas que viven como encadenadas en el matrimonio porque dependen del marido borracho que no llega, o que está con otra mujer, o que pierde el gasto de la casa en el juego… ; aquellas que viven pendiente de la moda y sufren porque su rostro enseña el paso del tiempo o porque las blusas que se usan no le entran en su cuerpo. Nada de esto es sumak kawsai.

Nosotros, hoy leemos de rutina en el periódico, en un recuadro, noticias sobre mujeres asesinadas, y en otro recuadro las ventajas del último celular. Y en otro recuadro el asesinato de un joven por un celular. Ese es nuestro mundo que encontramos en el periódico, fragmentado por recuadros, como fragmentada vemos nuestra realidad global. Si juntamos los recuadros y los discernimos interrelacionadamente, sistémicamente, caemos en la cuenta de que nuestro mundo es perverso y por eso, como comunidad nueva en Cristo resucitado debemos juzgar y actuar, sin dejar de “ver”.

Segunda escena

La segunda escena está llena no solo de dramatismo sino de simbolismo, cada palabra ha sido bien medida por Lucas. La mirada, la voz, las manos y los pies de los personajes cobran un gran relieve.
La chispa que hace rodar la escena y el cambio de situación es la mirada. No puede haber cambio si no hay un detenerse, y esto se logra con la mirada en el acto de ver y discernir. Pedro y Juan, o María Magdalena y Pedro, o Lupe y Pancho ven a un ser necesitado, un representante de los varones, esclavo del sistema patriarcal; una representante de las mujeres oprimidas que como un ventana nos hace ver un mundo enfermo y falto de misericordia. No es por casualidad que el autor de Hechos utiliza cuatro verbos diferentes para el acto de mirar. En el v. 3 el paralítico necesitado ve (ἰδὼν), pero como un acto rutinario. Ve que vienen dos personas y les pide limosna. Eso era lo que sabía hacer. Pero en realidad no está viendo, lo que ve es la posibilidad de una moneda que se le tira. No ve ni quiénes son Pedro y Juan, ni lo indignante que es andar levantando la mano para pedir migajas de pan; no para decir “Presente”, “aquí estoy”, irrumpiendo en el camino de los que por tradición van todos los días al templo, sino para pedir sobras. Pero (v.4) María Magdalena y Juan lo miran (ἀτενίσας), el autor utiliza otro verbo, se trata de una mirada diferente que connota “mirar intensamente”, “clavar la mirada”. Lucas tiene cuidado de decir que son los dos que miran de esa forma, no solo Pedro, el líder, sino Juan, esto es porque representan la nueva comunidad. Ellos dos le clavan la mirada. Entonces (v.4) le dice Pedro (o María Magdalena, o Lupe): “Míranos” (Βλέψον), otro verbo con más connotaciones: poner atención, estar consciente de, evaluar, distinguir, juzgar. El paralítico, el sin-nombre, debía percatarse de quiénes eran estas personas, debía tener la dignidad de verlos a los ojos, y no presentar la mano en posición de inferioridad en lugar de presentar la cara. Ellos, la comunidad nueva, seguidora del resucitado, le clava la mirada y le pide que la mire. Entonces (v. 5) el no-persona, los ve, y aquí tenemos otro verbo diferente (ἐπεῖχεν), los veía en el sentido de que “los observaba”, “los miraba con atención” pero no en el sentido que ellos le pidieron que los mirara; pues dice el texto que los miraba con atención como esperando recibir algo. Seguramente una moneda. De esas que caen de arriba para abajo.
Pedro entendió perfectamente esa mirada equivocada, de percepción equivocada. Por eso lo primero que le dice fue “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareo, comienza a andar”. Pedro está ofreciendo algo mucho mejor que el oro y la plata, algo que no se daña ni se roba, algo que no corrompe los corazones. Algo que la avaricia desdeña: dignidad, linaje divino, gracia de Dios. Un recomenzar la vida como persona libre, llena de gracia. Una liberación y transformación total de su vida y su alrededor. Pedro y Juan, (María Magdalena y Pedro; Lupe y Monseñor Proaño) representantes de la comunidad del resucitado están ahora actuando como el resucitado. El paralítico representa el pueblo sometido, por las tradiciones, las costumbres, las autoridades. La comunidad del resucitado invita a vivir como resucitados. También puede representar a esos varones que no se dan cuenta de que son víctimas de una ideología machista, o que se sienten presionados a actuar como “machos” por las miradas de la sociedad patriarcal. Como ocurre en la canción de Rosita Alvírez, cuando un varón se vio forzado a matar a Rosita porque no quiso bailar con él. Así lo analiza el psicólogo costarricense José Manuel Salas, especialista en masculinidades. El hombre le ruega, le suplica a Rosita que lo salve de matarla porque todos lo están mirando. Está pidiendo a gritos ser liberado del demonio del sistema patriarcal.

Pero también el paralítico representa a las mujeres víctimas en grado extremo del mismo sistema, como las mujeres de Cd. Juárez, o también a aquellas que como el indigente, no se dan cuenta de no ser personas, sino objetos. Todos necesitamos mirar diferente para poder juzgar, discernir

Sigamos con el relato. Vimos que de la mirada, Pedro pasó a la voz, al anuncio de liberación. Pero no pasó nada. El paralítico no se levantó, se quedó allí. No fue suficiente gritar en el nombre de Jesús “empieza a caminar”. Es que la proclamación, las Escrituras, no son magia son antorchas que iluminan el caminar de Jesús para seguirle. Por eso es que Lucas en v. 7 y 8 introduce las manos y los pies. Dice: “Y tomándole de la mano derecha le levantó (ἤγειρεν). En los procesos de liberación y sumak kawsai la comunidad no solo habla sino se involucra en medio del pueblo, las mujeres y los hombres; lo toca dándole la mano y ayudándolo a incorporarse. Dice Lucas que cuando le dio la mano inmediatamente se fortalecieron sus pies y los tobillos. Aquí acontece la liberación del sistema cultural que lo oprimía. Se trata de una resurrección, que como vemos es un proceso. El autor pone en fila los acontecimientos: dio un salto, se pone de pie y camina, y entra al templo, caminando, saltando y alabando a Dios.

Ese es nuestro sueño, que los varones y las mujeres den un salto cualitativo de una situación de víctimas del sistema patriarcal hacia un sumak kawsay, caminando con dignidad y celebrando el don de la vida en gratitud a Dios.

En la lista de la transformación del indigente paralítico el énfasis está en el salto, en el caminar. Y si observamos con detenimiento vemos que al templo, un espacio de la comunidad, no entra solo, entra con ellos, con los representantes de la nueva comunidad seguidora del resucitado. Ahora esta víctima del sistema forma parte de una comunidad renovada que piensa diferente. Se trata de una comunidad que actúa fuera de las fronteras del poder, el oro y la plata, y sí dentro de un nuevo orden que se orienta por el Espíritu del Resucitado. Este Espíritu es el que es capaz de hacer resucitar a aquellos que han sido excluidos, controlados, discriminados, utilizados por el sistema patriarcal, ya sea como víctimas o victimarios. El victimario, el varón, dijimos, es también víctima cuya conversión es necesaria para un buen vivir de todos, un sumak sawsai.

Cierre: Tercera escena

Dice el texto que el no-persona de un salto se yergue, ahora como persona a la estatura de sus libertadores, caminando como ellos, entrando con ellos al templo y adorando como ellos. Todo por primera vez, aprendiendo a caminar, por primera vez valiéndose de sí mismo, por primera vez. Tiene fuerza propia y tiene toda la comunidad que lo respalda.

El verbo levantar, utilizado por Lucas, es el mismo que se utiliza cuando se habla de resurrección, el acto de levantar de los muertos. Y es que levantarse de esa situación es como resucitar, volver a la vida, renacer de nuevo, es una liberación acompañada de sumak kawsai.

El cierre del relato lo forman los vv. 9 y 10: la reacción del pueblo. Estos reconocieron qué el que caminaba y alababa a Dios era aquel que se sentaba a pedir limosna y se llenaron de asombro y temor. Unos a favor, otros en contra. Más tarde (c. 4) Pedro y Juan (María Magdalena y Pedro, monseñor Proaño y Lupe) serán llamados por los líderes de la iglesia de Jerusalén para rendir cuentas sobre esos tumultos, esas revoluciones, esos cambios… y hasta serán llevados a la cárcel. Es normal, las acciones que benefician a los pobres, o que hacen tambalear las instituciones siempre acarrean oposición, o se desprestigia a los protagonistas como comunistas, como lo fue tantas veces Monseñor Proaño por defender a los indígenas y sus tierras. Pero como dijo Pedro frente al interrogatorio de la jerarquía de Jerusalén: es necesario obedecer a Dios antes que a las personas.

Nuestra sociedad patriarcal neoliberal necesita un morir como está, para vivir de otra manera: liberación y sumak kawsai. En síntesis el texto nos enseña que debemos saber mirar, discernir y aprender a caminar de nuevo. Eso lo que las mujeres conscientes estamos pidiendo a gritos.

Quito, Ecuador
Enero , 2010

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