lunes, 21 de diciembre de 2009

Envío Nº 104: EL MENSAJE DE CRISTO HOY Y AQUÍ ( II Parte)

FUNDACIÓN PUEBLO INDIO DEL ECUADOR
Constituida por Mons. Leonidas Proaño
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CELEBRAMOS el JUBILEO de
Mons. LEONIDAS PROAÑO

Programa radial HOY Y MAÑANA
Riobamba, 15 de diciembre 1972
Mons. Leonidas E. Proaño

EL MENSAJE DE CRISTO HOY Y AQUÍ (II Parte)

1. El testimonio.- Siguiendo con el mismo pensamiento, en estas graves circunstancias es cuando tiene una fuerza extraordinaria el testimonio. Los cristianos estamos llamados a ser testigos de Cristo. Cristo es nuestro Salvador. ¿Salvador de qué? Salvador de las borrascas y tempestades. Apaciguador de las olas y de los vientos. En estas circunstancias es cuando se hace patente la acción salvadora de Cristo. Los cristianos tenemos que vivir esta salvación y mostrarla ante el mundo, en este caso también, para que el mundo crea.

Dar testimonio quiere decir ser testigo. ¿Testigo de qué? Testigo de la muerte y resurrección de Cristo. Si morimos al pecado, si nos esforzamos por destruir las injusticias que han penetrado en nuestra vida, por destruir la mentira que ha anidado en el interior de nuestro corazón, por destruir el odio y la venganza, la ambición y la avaricia, el rencor y el desprecio, entonces llegamos a ser testigos de Cristo resucitado, entonces podemos hablar de vida y de esperanza.

2. La palabra.- Toda palabra que no esté precedida del testimonio viene a ser palabra huera, sin sentido. Pero una vez que nos esforzamos para ser testigos de Cristo en nuestra vida ordinaria, la palabra adquiere una fuerza invencible. Resuena como corneta en un campo de batalla.

Además, quien ha entrado en posesión sucesiva de Cristo salvador no puede cerrar su boca: siente la necesidad imperiosa de hablar, de transmitir el mensaje, de interpelar a los hombres, de adecuar el mensaje al hoy de la historia y al aquí de la geografía. Esta es la palabra que quieren escuchar los hombres atribulados por la fuerza del pecado. Esta es la palabra transformadora, porque deja de ser palabra de hombre para ser la misma palabra de Cristo.

3. La comunidad.- Dentro del mismo concepto de anuncio, de testimonio, de palabra viva, debe ostentarse sin vanidad el contenido de la palabra comunidad. La reunión de personas que han descubierto a Cristo, que sean en El y que están dispuestas a luchar por los demás hombres aún a costa de persecuciones y de peligros, esta es la comunidad cristiana. Aquí está localizada concretizada la Iglesia de Cristo. La comunidad cristiana es el mejor anuncio del Evangelio llamado a transformar a los hombres en una familia de hermanos. Por esto la comunidad es la que evangeliza. Los individuos de una comunidad tienen el uso de la palabra, son los mensajeros o misioneros que llevan el mensaje. Pero es la comunidad la que les precede y les respalda con toda una vivencia cargada de poderes extraños y convincentes.

De igual manera, la vivencia comunitaria es el mejor testimonio, porque no es fácil superar en la realidad de la vida divergencias de temperamentos y de criterios, de edades y de cultura, de inclinaciones y de defectos. Si es que se ha logrado ir superando todo ese conjunto de dificultades, en el nombre de Cristo y por amor a El, el testimonio es asimismo convincente. La palabra del mensajero lleva también una carga procedente de toda esta experiencia, aunque la diga en tono suave y con voz tranquila.

4. La acción.- Este es otro aspecto del mismo pensamiento. Si antes dije que debe preceder el testimonio a la pronunciación de la palabra, hoy afirmo que la palabra para que sea efectivamente tal tiene que ser al mismo tiempo acción. Acción a nivel individual y acción a nivel comunitario. Es el compromiso que se cumple. Es la guarda de la palabra de que habla el Evangelio: “el que escucha mi palabra y la cumple, ése entrará en el Reino de los cielos”.

Tiene una particular importancia la acción comunitaria. Cada cual puede tener y tiene en efecto un carisma. Cada cual puede tener y tiene en efecto una función en el seno de la Iglesia y en relación con el mundo. Pero todos debemos estar animados de un mismo espíritu y todos debemos actuar, en consecuencia, en búsqueda de un mismo objetivo y este es, con la edificación de la Iglesia, la salvación del mundo. Para que puedan las gentes exclamar como en los primeros tiempos “ved como se aman”, es necesario que ese amor pueda verse en la actitud, en el gesto, en la acción, en el cumplimiento del compromiso. Sobre todo, si esta acción mancomunada va dirigida a la liberación de los hombres, tiene un valor inapreciable.

5. Proclamación hoy y aquí.- Como decía S. Juan proclamar el Evangelio es anunciar a los hombres “lo que hemos visto, lo que hemos oído, lo que hemos palpado”. En estas palabras se conjugan la vivencia del Evangelio en unas circunstancias determinadas de lugar y tiempo. La vida viene a ser así una proclamación sin palabras, pero tal vez una proclamación más elocuente que las mismas palabras.

Proclamar la palabra en el hoy y en el aquí quiere decir, como conclusión de todo lo que hemos afirmado:

* una denuncia enérgica y dura de todo cuanto constituye una situación concreta de pecado;
* el anuncio gozoso de un Reino de paz, de verdad, de amor y de justicia;
* el testimonio de la posibilidad de convertir en realidad lo que parece utopía y locura: la ciudad construida sobre una colina que los hombres ven de todas partes;
* la palabra de fuego que quema y que cura al mismo tiempo;
* la Iglesia que se muestra localizada y concreta en un quehacer permanente por hacerse cada día más auténtica;
* la acción dinámica que reproduce esas palabras de Cristo: “fuego he venido a traer a la tierra y que otra cosa he de querer sino que arda”.

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