MONSEÑOR LEONIDAS PROAÑO
Nidia Arrobo Rodas
“Soy voz que clama en el desierto”
"Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbres a aquellos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muerte y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan oprimidos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los adoctrine y conozcan a su Dios y Creador…?
¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto, que en el estado que estáis no os podéis salvar…"
Este es un extracto del sermón de Fray Antón Montesinos, pronunciado un domingo de adviento de 1511.
Así se iniciaron casi cinco siglos de dominación sufrida por América Latina y así llegamos a una situación sufrida por los indígenas hasta la tercera parte del siglo XX.
Leonardo Boff sostiene que durante la colonia, el trono y el altar, el colonizador y el misionero asumieron un proyecto único y establecieron el nuevo orden político y religioso. Imperó el evangelio del poder, no el poder del evangelio. La estrategia de evangelizar a partir de una posición de poder, prevaleció durante siglos y aún prevalece en el Vaticano y, en cierto modo, también en las otras grandes iglesias históricas. Se trata de una visión imperial de la misión, porque el objetivo consiste en incorporar a los nuevos cristianos a la historia de los cristianos de los países centrales, donde primero penetró el cristianismo.
CONTEXTO:
Mons. Leonidas Proaño, llegó como obispo a una provincia de Chimborazo feudal, racista, de mentalidad medieval. Las clases sociales y los roles muy bien establecidos en la colonia primero y en la conformación de la república después se mantuvieron incólumes: los terratenientes eran los “patrones” y los indígenas “los siervos de la gleba”.
Así fue la expresión de un sistema de dominación que se inició con la conquista, se consolidó con el adoctrinamiento y se solidificó con la colonia.
En Ecuador el proceso fue especial. Según Comblin , producida la independencia, hacia la mitad del siglo XIX se “romanizó” la iglesia en contra de la modernidad. “Se cambió el episcopado colocando en el mismo personas de lucha que concentraron un fuerte poder conservador, lo que dio origen a una fuerte reacción liberal que luego devino en una fuerte reacción conservadora”.
Los sectores dominantes de Ecuador han sido tradicionalmente muy conservadores y no afectos a la modernidad. En 1963, un proceso impulsado desde los Estados Unidos para modificar las relaciones laborales de atraso en el campo fue abortado por la presión de los sectores terratenientes. Recién en el año 1968 se expidió la primera ley de abolición del trabajo precario en la agricultura, que permitía mantener al indio atado a la hacienda de por vida, para tener mano de obra gratuita.
En este contexto apareció la figura de Mons. Proaño y se convirtió rápidamente en un signo de contradicción: iba contra un siglo de anti modernidad.
Fiel al método Ver, Juzgar y Actuar y para definir lo que sería su acción pastoral. Comenzó con el Ver recorriendo la Diócesis y constató, como problema principal, lo mal repartidas que estaban las tierras y que la Iglesia asomaba como rica por las tierras que poseía, entregadas por irrisorios alquileres a los terratenientes.
“La población de la Diócesis de Riobamba, en sus dos tercios, estaba compuesta por indígenas. Encontré que su situación era deplorable, desde todo punto de vista: económico, social, educativo, político, religioso. Vivían en la más completa miseria; eran víctimas del desprecio de todo el mundo; apenas un 8% había pasado por la escuela hasta segundo o tercer grado; por ser analfabetos no eran reconocidos por la Ley como ciudadanos; se encontraban terriblemente marginados por la sociedad e inclusive por la Iglesia. Los derechos fundamentales de este pueblo estaban cruel y permanentemente pisoteados.”
Fue entonces cuando concibió la necesidad de actuar uniendo la FE y LA PÓLITICA. “Hay que caminar con los dos pies: un pie en la Fe y otro en la Política, un pie en el evangelio y otro en las organizaciones populares”. Con estas premisas, comenzó a preparar su Plan Pastoral, incluyendo en el proceso a los propios indígenas.
El juzgar le llevaría a definir las líneas maestras de acción, estableciendo “una comparación entre lo que es y lo que debe ser, entre esa realidad y el Plan de Dios” que implica una actitud de vida de fe profunda y rica, para percibir el Plan de Dios y el deber ser.
Para afrontar la realidad se planteó el “actuar”: “... empecé a buscar caminos de respuesta a los grandes problemas de la gente, particularmente de los campesinos.” En 1954 aún no se reconocía la identidad de los pueblos indígenas y eran llamados campesinos por el hecho de vivir en el campo y, de parte de los poderes, con el deseo de asimilarlos a otros grupos humanos que vivían y viven en el campo. Sin reconocer su identidad tampoco se valoraba su cultura, ni se aceptaban sus valores, peor aún sus derechos históricos, sobre todo el derecho a la tierra. Monseñor descubrirá, poco a poco, que “estos” campesinos son herederos de los pueblos indígenas, primeros pobladores de nuestro Continente, sujetos de derechos ancestrales.
¿QUÉ HACER FRENTE A LA REALIDAD?
La realidad de los indígenas de Chimborazo, desborda cualquier posibilidad racional de comprensión. Mons. Proaño definió el problema del indio como “complejo y formidable”, y según afirmó, “no hay cómo, ni quiero darle soluciones parciales”. Es que desde el principio percibió con claridad que el problema no se arreglaría con soluciones parciales, ni con una acción pastoral aislada de la Diócesis de Riobamba, ya que corría el riesgo de quedarse en una acción asistencialista.
De ahí que tan pronto como es nombrado Obispo decidiera apartarse radicalmente del funcionamiento “constantiniano” de la Iglesia, que en América Latina se sustentaba en el clericalismo, en la connivencia con el poder, dando prioridad al templo, al sacramentalismo, al adoctrinamiento y al proselitismo… antes que la búsqueda del Reino de Dios y su Justicia. Para el control del estado de cosas se configuró el triángulo de poder: el cura, el terrateniente y el teniente político (representante del Estado).
Monseñor Leonidas Proaño participó en el Concilio Vaticano II y aportó, sobre la base de las experiencias de su trabajo en Chimborazo, con sus intuiciones y reflexiones teológico pastorales que fueron claves para los postulados de lo que sería la nueva iglesia latinoamericana.
La fuerza transformadora que la nueva Iglesia recibió con el Concilio Vaticano II impulsó de manera decisiva el empeño de Mons. Proaño por transformar la Iglesia de Riobamba y contribuir a la renovación de la Iglesia Latinoamericana. “Comprendí que la Iglesia debía sufrir una transformación radical, que los obispos debíamos realizar grandes esfuerzos por transformar una Iglesia de imagen piramidal en una Iglesia comunitaria.
Comprendí que los sacerdotes habíamos sido acaparadores de todos los carismas en la Iglesia, que nos habíamos convertido, en vez de servidores, en dominadores del pueblo y que los laicos estaban llamados a jugar un papel preponderante”
Su acción pastoral se desarrolló en tres niveles estrechamente relacionados entre sí, la concientización, la evangelización y la política . Para ello creó equipos de reflexión, de misión, de evangelización, de pastoral, etc., conformados con sacerdotes, religiosos y, sobre todo, laicos,
La Iglesia de Riobamba empezó a caminar conducida por el Plan Pastoral elaborado con la participación activa de quienes fueron miembros del equipo. Esto formó parte de sus convicciones más profundas y lo dejo escrito en la ponencia que presentara en la reunión del CELAM en Medellín: “...en la auténtica Iglesia de Cristo, todos estamos llamados a ser activos, todos servidores, todos constructores, desde el instante y por el hecho de haber recibido el bautismo”.
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